Así alumbre
vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y
glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
Mateo 5:16
He leído una vez más la historia de José. Me llamaron la
atención, en esta vez, dos cosas: la conciencia de José de que todas sus
penurias respondían a un propósito excelso: preservar la vida de su pueblo y de
paso de miles de egipcios. Y era él, José, el instrumento de Dios para
lograrlo. Si bien este plan no fue nada gratificante como proceso, pero los
resultados fueron magníficos, lo cual nos deja una enorme lección.
Pero quisiera enfocarme al segundo aspecto que me llamó la
atención: la prosperidad. En la casa de Potifar como en la cárcel, se repitió
un fenómeno: la prosperidad que tenía
José en lo que hacía y lo que comandaba. Hoy podríamos ajustar este término,
para evitar equívocos como que, “tenía éxito”, es decir, las cosas le salían
bien. Y aparejada iba siempre en esta percepción de sus jefes el hecho de que
había un poder claro e identificable que era el responsable de este éxito de
José: Jehová. Reitero, era un prosperidad en la cual se veía que venía no de la
inteligencia de José sino de Dios. Y para todos esto era evidente.
Es posible que muchos de nosotros, como cristianos, seamos
exitosos en nuestro trabajo, es decir, que las cosas nos salen bien, ganamos
premios, reconocimientos e incluso hasta ganancias económicas. Pero es muy raro
que la gente vea en nuestros éxitos la mano de Dios. Nadie dice: Claro, es que
Dios está con él. Y que de este reconocimiento viniera un respeto hacia Dios.
En suma, podemos afirmar que no basta con ser próspero, e incluso ganar mucho
dinero. Tal ves esto último sea una evidencia de lo contrario, de que algo
torcido hemos hecho, que algo mal habido hemos realizado.
El enigma es entonces cómo hacer para, primero, ser
fructífero, exitoso, próspero, y que todo nos salga bien. Y segundo, que
claramente evidenciemos a Dios como la fuerza motora de nuestro éxito. He aquí
dos problemas por resolver en este cristianismo del siglo XXI. ¿Cómo
resolverlo?
Antes que nada, hay que someternos bajo la mano de Dios.
Todos los días decirnos y decir en oración, heme aquí Señor, estoy listo para
hacer tu voluntad y levantarnos y ponernos en acción. Alimentar nuestra mente
con su palabra y consolar nuestro corazón con sus promesas. Poco a poco iremos
viendo el resultado, como el crecimiento de una planta. Y veremos como la mano
de Dios les queda claro a quienes nos rodean y más de uno quiera seguir a Dios
a partir de este poderoso testimonio.
Recuerde, no basta ser próspero, sino que esta prosperidad
deje en claro que es resultado de nuestra fe. Y que esto, haga que la gente
quiera seguir a ese Dios que nos sostiene.