lunes, 31 de enero de 2022

ESTUDIO SOBRE APOCALIPSIS, CAPÍTULO. 4



Jeremías Ramírez


En los primeros tres capítulos del Apocalipsis Juan nos muestra lo que sucede en la tierra. Y a partir del 4 vemos las cosas que suceden en el cielo. 

La adoración celestial

1 Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas. 

Nos dice Juan que “vio una puerta abierta en el cielo”, y oyó una voz como de trompeta que lo invitaba a subir para ver las cosas que iban a suceder. Y Juan pudo entrar al cielo, en espíritu, gracias a que el Señor le abrió esa puerta, pues nadie tiene el poder de abrirla más que Dios; sólo Él puede invitarnos a entrar. 

La puerta es un símbolo que frecuentemente en la Biblia. A la iglesia de Filadelfia Dios le presenta una puerta abierta (Apocalipsis 3:8); nosotros también tenemos una puerta que podemos abrir o cerrar a nuestra voluntad. Es a esa puerta a la que el Señor llama a los de Laodicea (Ap. 3:20). En nuestro caso, también nos llama ¿Abriremos para que cene con nosotros? A veces en los libros proféticos no nos dice que hay una puerta pero si una entrada, como en Ezequiel 1:1: “…los cielos se abrieron y vi visiones de Dios”. 

De pronto, Juan oye una voz como de trompeta que le ordena: “Sube acá”. Esta voz la había oído Juan al principio (Ap. 1:10) y al darse vuelta para ver de quien era ve a uno “semejante al Hijo del hombre”, es decir, Cristo, quien está en medio de los siete candeleros, pero ahora le dice que “le mostrará las cosas que sucederán después de estas”.

2 Y al instante yo estaba en el Espíritu; y he aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado. 

3 Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a piedra de jaspe y de cornalina; y había alrededor del trono un arco iris, semejante en aspecto a la esmeralda. 

Juan obedece y al instante, en Espíritu, entra al cielo y observa una escena sublime. En primer lugar, ve un trono y a alguien se sentado en él. ¿Quién es ese alguien? ¿Cómo es? Juan no nos lo dice, pero podemos fácilmente deducir que es Dios. Y  tampoco lo describe; sólo nos da un comparativo con piedras preciosas. Dice que su aspecto es como de piedra de jaspe y cornalina y tenía alrededor un arco iris semejante a la esmeralda.

El jaspe es una roca sedimentaria que posee una superficie suave y se utiliza para ornamentación o como gema. William Barclay dice que “en el mundo antiguo parece que se le daba este nombre al cristal de roca translúcido por el que pasa la luz con un fulgor que casi deslumbra.

La cornalina es un mineral de color marrón usado como piedra semipreciosa. Es más apreciada cuanto más translúcidas es y entonces muestra un color rojo-anaranjado. Su color marrón se debe a la presencia de óxidos de hierro, mientras que los tonos más claros se pueden atribuir al hidróxido de hierro. Si el mineral se somete a un ligero calentamiento, su color se vuelve más intenso.

Y alrededor el arcoíris semejante a la esmeralda, es decir, es de color verde intenso.

Y Barclay además dice que “La visión que tuvo Juan de la presencia de Dios era como un destello cegador de un diamante al sol, con el brillo deslumbrante del rojo-sangre de la cornalina; y brillaba a través de ambos el verde más descansado de la esmeralda, porque sólo así podía el ojo humano soportar la visión”.

Esta descripción es muy interesante, aunque no sabemos si realmente esto es lo que vio Juan, pero al menos tiene la ventaja que nos da una imagen que nos ilumina sobre la majestuosidad de Dios. 

Y agrega: “Bien puede ser que el jaspe represente la insoportable luminosidad de la pureza de Dios, las vetas como sangre de la cornalina, es su justa ira, y el más benigno verde de la esmeralda representa su misericordia, gracias a la cual podemos mirar su pureza y su justicia”. Interesante, pero no tengo la certeza de que esta interpretación es correcta.

4 Y alrededor del trono había veinticuatro tronos; y vi sentados en los tronos a veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas. 

Alrededor del trono de Dios estaban 24 ancianos sentados en tronos, vestidos con ropas blancas y en su cabeza llevaban coronas. La mayoría de los comentaristas concuerdan que estos 24 ancianos representan dos grupos: uno correspondiente a los 12 apóstoles; y el otro, a las 12 tribus de Israel, de modo que ambos conforman el cuerpo completo del pueblo de Dios. Nos dice Swete que es “…la iglesia que debía de ser y que un día en la gloria adorará en la presencia del mismo Dios”. 

Y estos ancianos van ataviados con vestiduras blancas que son las que se les prometen a los fieles, como vemos en Apocalipsis 3:4: “Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas”.

Y sus coronas (la palabra que usa Juan es stéfanos que no indica que fuesen coronas de la realeza sino las asignadas a los vencedores en las justas deportivas). Estas coronas son las que les prometieron a los que fueran fieles hasta la muerte en la iglesia de Esmirna (Apocalipsis 2:10): “No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona (stefanos) de la vida”. 

Y los tronos son los que les prometió Jesús a los que abandonaran todo para seguirle (Mateo 19:27-28): “Entonces respondiendo Pedro, le dijo: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos? Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel”. Aquí el Señor menciona lo que Juan iba a ver justamente en el cielo.

5 Y del trono salían relámpagos y truenos y voces; y delante del trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los siete espíritus de Dios.

Ahora, Juan nos informa del entorno sonoro de este lugar tan especial. Nos dice que del trono salían relámpagos y truenos, es decir, que tras los destello de luz de los relámpagos se oía su retumbar cuando estallaban. Esta es una clara indicación del poder que emana de Dios mismo y que nos recuerda el momento en que les entregaba la ley al pueblo de Israel. Dice Éxodo 19:16: “Aconteció que al tercer día, cuando vino la mañana, vinieron truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de bocina muy fuerte; y se estremeció todo el pueblo que estaba en el campamento”.

Pero además del sonido estremecedor, nos dice Juan, que ardían “siete lámparas de fuego” que son “los siete espíritus de Dios”. En el capítulo 1:4 ya nos había informado de estos 7 espíritus que según los comentaristas representan la “plenitud” del Espíritu de Dios y que son la conexión entre Dios y cada una de las iglesias. Esta aseveración revela que sólo aquellas iglesias que tienen al Señor como Dominus et Deus, o como dice en original griego: Kyrios kai Theos, es decir, Señor y Dios, como quería el emperador como Domiciano le dijeran, pero los cristianos se negaron pues sólo Cristo es Dios y Señor. Y pagaron con su vida esta osadía. 

Por consecuencia, aquellas iglesias en el que el Señor es un extraño, que no es Kyrios kai Theos no tiene lugar en este acto sublime de adoración en presencia de Dios, aunque Cristo sea mencionado en sus cultos pero es negado en sus vidas, y el Espíritu de Dios no los une con Dios pues son meras organizaciones sociales.

6 Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal; y junto al trono, y alrededor del trono, cuatro seres vivientes llenos de ojos delante y detrás. 

Justo L. González nos dice que “…esta imagen de un mar de vidrio sería la señal de inmensa riqueza y gloria, como lo serían también las referencias al jaspe, a la cornalina… y a la esmeralda”. Y Barclay nos dice que este mar es una indicación de hermosura, pureza deslumbrante y distancia inmensa.

7 El primer ser viviente era semejante a un león; el segundo era semejante a un becerro; el tercero tenía rostro como de hombre; y el cuarto era semejante a un águila volando. 

Justo L. González afirma que: “Los cuatro seres vivientes nos recuerdan la visión de Ezequiel (Ez. 1:18)”. Hay sin embargo una pequeña diferencia: en Ezequiel cada uno de esos seres tienen cuatro rostros: humano, león, buey y aguila. “En el Apocalipsis uno de los seres es como un León, otro como un buey, y así sucesivamente”. Probablemente estos cuatro seres vivientes representen a todos los seres vivientes:

a) El león es el principal entre los animales salvajes,

b) El buey, es el principal entre los animales domésticos,

c) El águila, es la principal entre todas las aves, y

d) El hombre, es el principal de todos.

En este sentido, si es correcta la interpretación, los cuatro seres vivientes traen ante el trono la adoración de toda la creación.

8 Y los cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas, y alrededor y por dentro estaban llenos de ojos; y no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir. 

En Isaías 6:2-3 los seres vivientes son serafines que entonan un cántico similar al del Apocalipsis: “Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria”.

9 Y siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, 

10 los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: 

11 Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.

Justo L. González escribe: “Ahora se nos presenta una antífona celestial pues el canto de los cuatro seres vivientes recibe por respuesta en canto de los 24 ancianos, quienes echan sus coronas delante del trono” y cantan: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas”.

Y agrega: “Aunque hoy no lo notemos estas palabras tenían una fuerte connotación política. Cuando Tiridates, rey de aquella región, se vio en la necesidad de mostrarle su pleitesía a Nerón, puso su corona a los pies del emperador”.

En contraste con esta escena, los 24 ancianos “echan sus coronas delante del trono” de Dios, dándole honor y gloria. Los magos de oriente también al ver al niño lo adoraron: (Mateo 2:11): “Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron y pusieron ante él sus dones…”.  A la alabanza de los 4 seres vivientes que proclaman al que está en el trono como Dios, los 24 ancianos responden proclamándole “Señor”. 

Todo este pasaje implica que hasta las más axcelsas y poderosas cortes humanas son como nada si se les comparara con la corte celestial, y que los efímeros reinados presentes no pueden compararse con el reinado de quien está sentado en el trono celestial.

Ahora, como afirma don justo L. González: “Si unimos lo que Juan dice sobre la adoración celestial con lo que nos dice también acerca de las iglesias en Asia, vemos que muy por encima de todas las dificultades presentes, y tras la vida de la iglesia en la tierra con todas sus ambigüedades, está la adoración eterna que tiene lugar en el cielo, pues por encima de todos los gobernantes y reyezuelos en turno está el Señor Dios Todopoderoso”.

Y así como el Padre Nuestro nos enseña que debemos pedir: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”, entonces nosotros también, a semejanza de ellos, debemos rendirnos en adoración continua al que es, que era y que ha de venir, nuestro Salvador, tal como estos dos grupos lo hacen.

Ahora bien, nuestra adoración puede expresarse con palabras: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas”, pero también la debemos expresar la adoración a Dios con nuestros actos. 

Para expresar estas palabras excelsas, no como una mera expresión verbal sino como un real reconocimiento de su dignidad y por ello ser merecedor de recibir gloria, honra y poder, debemos antes descubrirla y entonces expresar lo que es en verdad en nuestras vidas. Y para ello, deberíamos tener una experiencia como la de David cuando descubre la grandeza y magnificencia de Dios en el Salmo 8: 4-9: 

Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste,

Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, 

para que lo visites?

Le has hecho poco menor que los ángeles,

Y lo coronaste de gloria y de honra.

Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos;

Todo lo pusiste debajo de sus pies:

Ovejas y bueyes, todo ello,

Y asimismo las bestias del campo,

Las aves de los cielos y los peces del mar;

Todo cuanto pasa por los senderos del mar.

 ¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán grande es tu nombre en toda la tierra!


Cuántas veces hemos contemplado el cielo en un lugar donde nos hay luz eléctrica y al ver la majestuosidad de las estrellas nos estremecemos por la magnificencia de la obra de Dios, pues nos damos cuenta de su grandeza, de su magnificencia y al mismo tiempo nuestra pequeñez. Y es muy probable que, como David. sintamos la necesidad de expresar admiración y adoración al Señor. 

Y esto lo podemos experimentar no sólo al contemplar el cielo nocturno sino desde una flor, un insecto, un árbol, una mariposa, nuestro propio cuerpo ahora que hay tantos documentales sobre la maravilla que Dios hizo en nosotros, y apreciar cómo nos guía y cuida cada día, como nos transforma… entonces podemos estallar en cánticos de alabanza y sentirnos impulsados a cumplir su voluntad expresada en sus leyes, en sus ordenanzas, en sus enseñanzas de las cuales está llena toda su palabra. Y podamos decir con toda seguridad… 

Que La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma;

Que El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo.

Que Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón;

Que el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos.

Que el temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre;

Que los juicios de Jehová son verdad, todos justos.

Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado;

Y dulces más que miel, y que la que destila del panal.

Salmo 19:8-10:

Revisemos pues nuestras vidas, nuestra conducta, nuestros actos para que le pidamos al Señor que nos convierta en verdaderos cánticos que le agraden a él, y que los que no le conocen, al vernos, deseen alabar a nuestro Padre, como nos enseña Jesús en Mateo 5:16: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.



martes, 4 de enero de 2022

AÑO NUEVO 2022 ¿SERÁ UN MEJOR AÑO?


Jeremías Ramírez

Algo sucede en el ser humano al final de un ciclo, bien sea escolar, laboral o cronológico, si le fue mal, tiene la esperanza de que el siguiente será mejor. Tal vez es parte de nuestro instinto de supervivencia, pero cuando estos ciclos se repiten y forman cadenas largas de ciclos malos, la esperanza empieza a menguar hasta desaparecer. Y tal parece que estamos frente a una de estas cadenas largas de ciclos malos.

Por ejemplo, el 2019 no fue para muchos una maravilla y el 2020 lo recibimos con alegría y esperanza. En mi caso, creí que ese año muchos de mis proyectos se harían realidad, pero mis expectativas se fueron desmoronando hasta cerrar en un desastre en diciembre. 

A pocos meses de iniciado el 2020 hizo su aparición una de las epidemias más severas que nos ha asolado (y aun nos sigue asolando) la que combatimos con nuestras mejores armas: la ciencia. Y es que nuestra ciencia médica ha experimentado un desarrollo inusitado en el siglo XX, y confiábamos que como en el caso del virus H1N1, no pasaría de dos o tres meses que anduviéramos con tapabocas y pronto regresaríamos a la normalidad. 

Pero los meses fueron pasando y vimos con tristeza que nuestra ciencia no lograba detener el virus y los muertos se fueron acumulando, a pesar de que con rapidez se desarrollaron varias vacunas. A finales del 2020 sentimos el amargo sabor de la impotencia y la derrota, y más aún si alguien cercano moría en la batalla. 

Entonces muchos buscaron de inmediato un culpable (¡Vaya consuelo tan miserable!): fue el capitalismo rapaz; fue la incompetencia de los científicos; ha sido la irresponsabilidad de los gobiernos o la inconciencia de los ciudadanos; fueron los grupos de poder internacionales que quieren establecer un nuevo orden político y económico mundial y de paso desaparecer a los ancianos y a los pobres. Incluso hubo muchos que culparon a Dios, aunque Dios nunca había sido parte de sus creencias.

También vimos surgir conductas absurdas e irracionales, claro indicativo que la inteligencia del hombre del siglo XXI es tan limitada como la del hombre de la Edad Media. Por ejemplo, miles salieron a comprar grandes cantidades de papel higiénico; otros negaban la existencia del virus, hubo quien creyeron que era una patraña del gobiernos para inocular sustancias mortíferas en los ciudadanos o para controlar a los ciudadanos a través del miedo, etc.  

Finalmente cerró el 2020 desastrosamente. En mi caso, nuevas enfermedades me alcanzaron, incluyendo el virus, de modo que el inicio del 2021 yo estaba casi en la lona y mis esperanzas en números rojos. 

Pero el anuncio de las vacunas a finales de ese año levantó la esperanza y esto asumir el año nuevo 2021 con una actitud positiva. Sin embargo, la pandemia se extendió y la vacuna no ha logrado lo que todos esperábamos. 

Entonces, ¿qué debemos esperar del 2022 que no viene con buenos augurios? Los especialistas en diversos campos nos alertan que el virus seguirá vigente en su nueva y glamorosa versión: “Omicron”; que la crisis económica no va a ser resuelta ni en México ni en el mundo; que la amenaza ambiental no va a desaparecer sobre todo si ningún país (sobre todo rico) está dispuesto a renunciar a su comodidad.

Quizá por ello veo en mis redes sociales pocas voces de triunfalismo y buenas esperanzas. Los buenos augurios se han quedado en el silencio, sobre todo en aquellos que el 2021 los dejó con un rosario de sinsabores y tragedias.

¿Qué hacer entonces? Quizá, no todo está perdido, como dice Fito Páez en una de sus canciones, si tenemos la osadía de utilizar nuestra inteligencia combinada con humildad. Nada le ha hecho más daño al ser humano que sus ideas retorcidas y su orgullo. Pensar que nuestras ideas son una maravilla y no querer aceptar el error nos has llevado a tener vidas desgraciadas. Afortunadamente existe en cada persona momentos de lucidez, de sensatez, que a pesar de que son sólo unos instantes en que advertimos nuestra estupidez, podemos corregir el rumbo. Son sólo unos instantes valiosos en que vemos las cosas con claridad y objetividad.

Para entenderlo permítanme ilustrarlo con una parábola bíblica: la del “Hijo pródigo”, que aparece en el evangelio de Lucas, capítulo 15: 11-32.

Dice el evangelio que un joven le pidió a su padre su herencia y después de haberla obtenido se fue a una ciudad lejana donde la dilapidó y cuando ya no tuvo nada, los que se decían sus amigos lo abandonaron. Miserable y hambriento buscó trabajo y nadie le daba hasta que finalmente pudo encontrar uno como criador de puercos. Seguramente su sueldo era tan malo que no le alcanzaba ni para comer y nos dice el texto bíblico que deseaba comer los algarrobos  que le daban como alimento a los cerdos. En esa situación, de pronto, le llegó un instante de lucidez y pensó: 

¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre.

La situación de este hombre era tan desesperada que ya no le importó su orgullo. Hizo tres cosas importantes: 1) comparó su existencia miserable con la que tenían los jornaleros de su padre. 2) Le diría a su padre que había sido un insensato y que ya no era digno de ser llamado su hijo, que lo aceptara como jornalero. Este joven estaba dispuesto a tragarse su orgullo. 3) Entonces se levantó y fue a su padre. El final es harto conocido.

A cuantos de nosotros nuestro orgullo nos mantiene hundidos en la miseria social, moral o económica. Si regreso derrotado y pido perdón o acepto ese trabajo que no es lo mejor pero resuelve mis problemas, si… Hay tantos si en nuestra vida sin resolver. Pero no, nos decimos, ¿qué van a decir de mi, qué van a pensar, creerán que soy un cobarde, un estúpido, que…? Y no nos atrevemos a pasar sobre nuestro su orgullo, como el joven pródigo, y seguimos viviendo rumbo al desastre. 

Pero si logramos aplastar nuestro orgullo y analizamos nuestras ideas y aceptamos con humildad que no sirven y tomamos la decisión de hacer lo correcto, aunque se burlen de nosotros, la esperanza resucita. Eso es lo que le Biblia llama arrepentimiento. No sólo debemos reconocer lo que estamos haciendo mal, es decir, en qué nos estamos equivocando, sino además cambiar el rumbo de nuestra vida y elegir lo que es apropiado. 

Este año que inicia, ¿A cuántos de nosotros nuestro orgullo matará la esperanza de un mejor año? Y si la Biblia tiene razón ¿cuántos podremos darle el beneficio de la duda a su mensaje? Si este libro ha sido capaz de cambiar vidas, familias, sociedades, naciones, ejércitos, y los ha hecho mejores, ¿no tendrá un mensaje para mi?

Dice el profeta Jeremías: “Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma”. Descanso, ha, bendita palabra.

Quizá ante las esperanza perdidas, ante el fracaso de la ciencia y la sociedad, y el pobre o nulo ofrecimiento del arte, la literatura, los gobiernos de izquierda o de derecha, podríamos revisar sin prejuicios lo que dice la Biblia.

Miren lo que nos dice en Eclesiastés 9:4-10: 

Aún hay esperanza para todo aquel que está entre los vivos; porque mejor es perro vivo que león muerto. Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido. También su amor y su odio y su envidia fenecieron ya; y nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol. Anda, y come tu pan con gozo, y bebe tu vino con alegre corazón; porque tus obras ya son agradables a Dios. En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu cabeza. Goza de la vida con la mujer que amas, todos los días de la vida de tu vanidad que te son dados debajo del sol, todos los días de tu vanidad; porque esta es tu parte en la vida, y en tu trabajo con que te afanas debajo del sol. Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría. 

Tal vez es el momento de echar de lado nuestro orgullo y nuestros prejuicios para que brille la esperanza de tiempos mejores. 

¡¡¡FELIZ AÑO 2022!!


ESTUDIO SOBRE APOCALIPSIS 20: Los mil años

Jeremías Ramírez El tema principal de este capítulo 20 es ese periodo de tiempo denominado “Milenio” y que ha sido causa de enorme discusión...