Lucas es el único evangelista que nos muestra el relato de Zaqueo, un
singular personaje que encierra en esa peculiaridad una gran lección para los
cristianos de todos los tiempos, pero creo que el hecho de que se suba a un
árbol (algo inusitado en un hombre rico) llama mucho la atención y nos hace que
dejemos de lado muchas cosas que nos pueden dejar una enorme enseñanza.
Jesús y Zaqueo
1 Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando
por la ciudad.
2 Y
sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico,
3
procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era
pequeño de estatura.
4 Y
corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar
por allí.
5
Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo:
Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa.
6
Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso.
7 Al
ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador.
8
Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis
bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo
cuadruplicado.
9 Jesús
le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo
de Abraham.
10
Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.
Este capítulo abarca un segundo hecho donde Jesús nos muestra su oído
atento en aquellos que lo buscan, aún sea de manera silenciosa como Zaqueo. Al
final del 18 nos relata la peculiar manera en que lo busca un ciego. Éste le
grita: !Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!”. Después de que lo
callan, vuelve a gritar, pero ahora de manera desesperada y entonces Jesús se detiene
y va a su encuentro. ¿Era necesario gritarle a Jesús para lo escuchara? ¿Por
qué Jesús no se detuvo desde el inicio? No, pero el hecho de que lo dejara
podemos entenderla en su respuesta: “Tu fe te ha salvado”. La manera de
comprobar si tenía fe era saber a qué estaba dispuesto, pues lo intentan callar
y grita más fuerte. ¿Por qué? Porque creyó que Jesús tenía el poder de curarlo,
de lo contrario no lo hubiera hecho. Si hubiese callado, es que no estaba
seguro de que Jesús lo sanaría. Pero como si creía, esta era su oportunidad de
oro. Y la aprovechó. Lo que nos enseña es a preguntarnos ¿De qué tamaño es
nuestra fe? Si tuvieres fe como un grano de mostaza, le dijo Jesús a sus
discípulos… A veces deseamos que nuestra fe fuese grande pero no sabemos cómo
hacerla crecer. Leamos su palabra pues la fe viene por el oír la palabra de
Dios (Romanos 10:17). De nuestra ausencia de la lectura de su palabra viene el
empobrecimiento de nuestra fe.
Saqueo hace algo similar
que el ciego, pero sin hablar, sin gritar. Él era el jefe de los publicanos,
quien controlaba a todos ellos en una ciudad muy rica: Jericó. Y quizá por su
tamaño fue objeto de burlas muchos años de su vida. Por eso busco enriquecerse,
para obtener respeto por ese medio. Pero ¿volvería a dejarse a ser objeto de
burlas sólo por ver a Jesús pasar? ¿Qué importancia tenía para él? Sí, era
importante pues había un enorme vacío en él y tal vez, se dijo, viendo a Jesús,
podría hallar una respuesta, de modo que no le importó que pudieran reírse de
él, y se subió a ese árbol, que no hubo de ser fácil con las ropas que se usaban
en ese entonces. Ellos no tenían pantalones como nosotros. Sin importarle eso, se
subió, lo cual demuestra que su deseo de ver a Jesús, era muy fuerte, aunque a
diferencia del ciego, sólo se contentaba con verlo. Tal vez no se atrevía a
acercarse a él porque, al saberse pecador, se sentía indigno. Esto me recuerda
al ladrón en la cruz: “Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Son
peticiones tímidas de personas que no se creen dignas. La enorme sorpresa para
Zaqueo es que Jesús no sólo le dirige la mirada, sino que le habla por su
nombre: “Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en
tu casa”.
Tal vez como cristianos
hemos pecado y deseamos y no nos atrevemos acercarnos al Señor, pero como
nuestra estatura moral no nos permite verlo, buscamos algo donde subirnos para
verlo y hacemos un gran esfuerzo en ello. Y un día el Señor nos dice: “Baja de
ahí que hoy me hospedo en tu casa” ¿En mi casa? ¿Cómo es posible? Dice el Señor
en Apocalipsis 3:20: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi
voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. Eso le dice
a los indignos de la iglesia de Laodicea.
Parábola de las diez minas
11
Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola, por cuanto
estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se
manifestaría inmediatamente.
12
Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y
volver.
13 Y
llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas, [a] y les dijo: Negociad
entre tanto que vengo.
14 Pero
sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron tras él una embajada, diciendo: No
queremos que éste reine sobre nosotros.
15
Aconteció que vuelto él, después de recibir el reino, mandó llamar ante él a
aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que había
negociado cada uno.
16 Vino
el primero, diciendo: Señor, tu mina ha ganado diez minas.
17 Él
le dijo: Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás
autoridad sobre diez ciudades.
18 Vino
otro, diciendo: Señor, tu mina ha producido cinco minas.
19 Y
también a éste dijo: Tú también sé sobre cinco ciudades.
20 Vino
otro, diciendo: Señor, aquí está tu mina, la cual he tenido guardada en un
pañuelo;
21
porque tuve miedo de ti, por cuanto eres hombre severo, que tomas lo que no
pusiste, y siegas lo que no sembraste.
22
Entonces él le dijo: Mal siervo, por tu propia boca te juzgo. Sabías que yo era
hombre severo, que tomo lo que no puse, y que siego lo que no sembré;
23 ¿por
qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco, para que al volver yo, lo hubiera
recibido con los intereses?
24 Y
dijo a los que estaban presentes: Quitadle la mina, y dadla al que tiene las
diez minas.
25
Ellos le dijeron: Señor, tiene diez minas.
26 Pues
yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; mas al que no tiene, aun lo que
tiene se le quitará.
27 Y
también a aquellos mis enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos,
traedlos acá, y decapitadlos delante de mí.
Esta parábola es compleja de analizar. Fue dicha por Jesús en respuesta a lo que pensaban quienes lo
seguían y creían que al llegar a Jerusalén Él iba a restaurar el Reino terrenal
de Dios, teniendo como centro Jerusalén. Este era un anhelo de los judíos
oprimidos por Roma, incluso de los discípulos. Antes de que Jesús ascendiera al
cielo, estos le preguntan: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este
tiempo?”.
Para que les quede claro a estos
seguidores, el Señor usa una parábola que, según algunos comentaristas,
aparentemente tiene una base histórica cuando Arquelao, quién fue desde
Jerusalén a Roma para recibir un reino en Palestina, pero, aunque haya una
posible alusión a este hecho, lo que sí es cierto, es que afirma que no iba a
suceder tal hecho de manera inmediata. Antes, el Señor ascendería al cielo, con
la promesa de regresar algún día cuya fecha no es posible conocer, ni vaticinar.
Entretanto, otorga un capital a sus esclavos para que hagan negocio con ello y
lo acrecienten. En Efesios 4:8 dice que “Y dio dones a los hombres” “Y él mismo
constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a
otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del
ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo…” (v.11 y 12).
¿Qué debemos
hacer con esos dones? Ponerlos a trabajar a su servicio. Cada uno de sus hijos
tiene una tarea para la que ha sido llamado y trabajar. Pero como en todo
trabajo, primero debemos recibir la capacitación necesaria, luego el
entrenamiento. Y esta capacitación viene del Señor. Pidamos al Señor que nos
habilite y trabajemos primeramente en crecer en el espíritu, alcanzar madurez,
aprendiendo diligentemente de su Palabra. “Toda la Escritura es inspirada por
Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en
justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado
para toda buena obra. (2 Timoteo 3:16-17)
La entrada triunfal en Jerusalén
(Mt.
21.1-11; Mr. 11.1-11; Jn. 12.12-19)
28
Dicho esto, iba delante subiendo a Jerusalén.
29 Y
aconteció que llegando cerca de Betfagé y de Betania, al monte que se llama de
los Olivos, envió dos de sus discípulos,
30
diciendo: Id a la aldea de enfrente, y al entrar en ella hallaréis un pollino
atado, en el cual ningún hombre ha montado jamás; desatadlo, y traedlo.
31 Y si
alguien os preguntare: ¿Por qué lo desatáis? le responderéis así: Porque el
Señor lo necesita.
32
Fueron los que habían sido enviados, y hallaron como les dijo.
33 Y
cuando desataban el pollino, sus dueños les dijeron: ¿Por qué desatáis el
pollino?
34
Ellos dijeron: Porque el Señor lo necesita.
35 Y lo
trajeron a Jesús; y habiendo echado sus mantos sobre el pollino, subieron a Jesús
encima.
36 Y a
su paso tendían sus mantos por el camino.
37
Cuando llegaban ya cerca de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud
de los discípulos, gozándose, comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todas
las maravillas que habían visto,
38
diciendo: !!Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y
gloria en las alturas!
39
Entonces algunos de los fariseos de entre la multitud le dijeron: Maestro,
reprende a tus discípulos.
40 Él,
respondiendo, les dijo: Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían.
Dicen algunos comentaristas que un rey que entraba montado en un pollino
era un signo de dignidad. Lo cierto es que se cumple con ello una profecía de
Zacarías 9:9: “Alégrate mucho, oh hija de Sion; da voces de júbilo, oh hija de
Jerusalén; he aquí, tu rey viene a ti, justo y trayendo salvación, humilde y
montado sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna”. Y de esta profecía
podemos deducir que fue un signo de humildad, a pesar de su realeza mucho mayor
que la de cualquier ser dignatario humano. De hecho, la palabra en griego que
usan los discípulos al contestar la pregunta de los dueños “¿Por qué desatáis
el pollino?”, ellos contestaron “el Señor lo necesita”. Aquí la palabra Señor
en griego es Kurios, palabra empleada por Jesús acerca de sí
mismo que era de uso corriente para designar al emperador romano, y que es la
palabra que en la Septuaginta usan como traducción del hebreo para Jehová.
Es la palabra que designaba en ese momento la máxima autoridad.
En el
versículo 38 la multitud hacen una proclamación pública de su condición
mesiánica al proclamar un Hallel. Paz en el cielo, y gloria en las alturas
(en ouranöi eirënë kai doxa en hupsistois). “Este lenguaje”, dice un
comentarista, “nos recuerda intensamente el cántico de los ángeles al
nacimiento de Jesús (Lc. 2:14). Marcos 11:10 y Mateo 21:9 tienen «Hosanna en
las alturas»”. (Comentario al texto griego del Nuevo Testamento de A.T. Robertson).[1]
Jesús llora por Jerusalén
41 Y
cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella,
42
diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es
para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos.
43
Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te
sitiarán, y por todas partes te estrecharán,
44 y te
derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra
sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación.
Al Señor le duele la tozudez de la gente y la desgracia que se cierne sobre
Jerusalén. Y puede verlo con claridad un hecho que sucederá más de 35 años
después. En el capítulo anterior hay una pregunta que hace el Señor y su
posible respuesta es muy incómoda: ¿Cuándo regrese el Hijo del hombre hallará
fé? Cuánta tristeza tendrá el Señor al ver en el correr de los siglos tanto
dolor y muerte. Él pudo ver con claridad la terrible y la salvaje destrucción
de Jerusalén por el general Tito, que derrotó a una inexpugnable ciudad a
través de cortar todo suministro, para hacerlos morir de hambre. Y luego, una
vez que se rindió aniquiló a todos, hombres, mujeres, niños, ancianos… e
incluso a la misma ciudad. El oro que se derramó al quemarse el templo entre
las piedras y que los soldados romanos, llevados por la ambición, quitaron
piedra tras piedra, explica su destrucción, pero esta no se detuvo en el templo,
sino que toda la ciudad fue desmontada piedra sobre piedra, demolida, arrasada.
La Jerusalén actual es una reconstrucción que es posible que se parezca poco o nada
a la ciudad original, pero se deduce de los textos bíblicos que era majestuosa.
La pregunta del Señor
tiene un sentido global, pero creo que cada uno de nosotros podemos contestarla
personalmente. ¿Hallaré fe? Nuestra respuesta debe ser: sí Señor, hallarás fe
en mí.
Purificación del templo
(Mt.
21.12-17; Mr. 11.15-19; Jn. 2.13-22)
45 Y
entrando en el templo, comenzó a echar fuera a todos los que vendían y
compraban en él,
46
diciéndoles: Escrito está: Mi casa es casa de oración; mas vosotros la habéis
hecho cueva de ladrones.
Algo deleznable en la iglesia ha sido siempre involucrarla en los negocios
terrenales. El hecho de que el templo fuese usado como un negocio sacerdotal
era algo reprobable y un fuerte indicador de que la religión judía estaba en
problemas, que vivía un alejamiento de Dios, a pesar de su profunda fastuosidad
ceremonial. Y cabía perfectamente la sentencia de “Este pueblo de labios me
honra” (Mateo 15:8-9 – Isaías 29:13). Y el hecho de que Jesús los haya corrido
de manera tan enérgica es una tajante descalificación. Y para la iglesia cristiana
es un indicador de que el trabajo de difusión del evangelio y el discipulado no
debe estar ligado al lucro, al negocio, aunque la gente reciba grandes
beneficios como servicios de salud, alimentación, orientación, enseñanza… En
todo caso, si hay alguna recuperación económica, esta debe ser voluntaria. Pero
la gracia recibida, como dice el Señor, debe ser dada de gracia.
Sin embargo, la historia
nos enseñanza como reiteradamente los dirigentes eclesiales o religiosos se han
visto envueltos en negocios turbios y ambiciosos. Y este rasgo es un indicador
de la sanidad o enfermedad espiritual de una institución religiosa o de algún
dirigente o pastor u obispo.
Que el Señor nos libre de
esta tentación a quienes queremos servirlo.
Enseñanza en el templo
47 Y
enseñaba cada día en el templo; pero los principales sacerdotes, los escribas y
los principales del pueblo procuraban matarle.
48 Y no
hallaban nada que pudieran hacerle, porque todo el pueblo estaba suspenso
oyéndole.
En este punto, Jesús estaba viviendo momentos de alta tensión, de gran
riesgo. El cualquier instante iban a caer sobre él para matarlo. Lo sabía. Y
sorprende su ecuanimidad y la enorme atención del pueblo a sus enseñanzas: “El
pueblo estaba en suspenso”, prendido de sus palabras, arrobado. Este
arrobamiento era un dique poderoso para que pudieran prenderle, por ello
tuviera que buscar una vía, un descuido, un momento apropiado, una oportunidad.
Dios ya había dispuesto que ese momento llegara y la oportunidad se abrió la
noche en que Judas fue con ellos para venderlo por 30 monedas de plata. Y sin
pérdida de tiempo, los dirigentes judíos la aprovecharon.
En este momento, el plan para
nuestra redención ya estaba en sus últimos momentos. Viendo todos estos
elementos en juego no debe quedarnos más que una expresión de agradecimiento a
Dios por este plan perfecto para derrotar a la muerte y a Satanás.
Gracias Señor, gracias con
todo nuestro corazón. Amén.
[1] NOTA:
'Hallel, Halel o Hal-hel (del hebreo הלל, "alabanza") es una oración
judía basada en los salmos bíblicos 113-118, que es utilizada como alabanza y
agradecimiento y recitada por los judíos en las festividades.