domingo, 19 de agosto de 2018

ANÁLISIS BREVE SOBRE LUCAS 19

Lucas es el único evangelista que nos muestra el relato de Zaqueo, un singular personaje que encierra en esa peculiaridad una gran lección para los cristianos de todos los tiempos, pero creo que el hecho de que se suba a un árbol (algo inusitado en un hombre rico) llama mucho la atención y nos hace que dejemos de lado muchas cosas que nos pueden dejar una enorme enseñanza.

Jesús y Zaqueo
1  Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad.
2 Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico,
3 procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura.
4 Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí.
5 Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa.
6 Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso.
7 Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador.
8 Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado.
9 Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham.
10 Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.

Este capítulo abarca un segundo hecho donde Jesús nos muestra su oído atento en aquellos que lo buscan, aún sea de manera silenciosa como Zaqueo. Al final del 18 nos relata la peculiar manera en que lo busca un ciego. Éste le grita: !Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!”. Después de que lo callan, vuelve a gritar, pero ahora de manera desesperada y entonces Jesús se detiene y va a su encuentro. ¿Era necesario gritarle a Jesús para lo escuchara? ¿Por qué Jesús no se detuvo desde el inicio? No, pero el hecho de que lo dejara podemos entenderla en su respuesta: “Tu fe te ha salvado”. La manera de comprobar si tenía fe era saber a qué estaba dispuesto, pues lo intentan callar y grita más fuerte. ¿Por qué? Porque creyó que Jesús tenía el poder de curarlo, de lo contrario no lo hubiera hecho. Si hubiese callado, es que no estaba seguro de que Jesús lo sanaría. Pero como si creía, esta era su oportunidad de oro. Y la aprovechó. Lo que nos enseña es a preguntarnos ¿De qué tamaño es nuestra fe? Si tuvieres fe como un grano de mostaza, le dijo Jesús a sus discípulos… A veces deseamos que nuestra fe fuese grande pero no sabemos cómo hacerla crecer. Leamos su palabra pues la fe viene por el oír la palabra de Dios (Romanos 10:17). De nuestra ausencia de la lectura de su palabra viene el empobrecimiento de nuestra fe.
            Saqueo hace algo similar que el ciego, pero sin hablar, sin gritar. Él era el jefe de los publicanos, quien controlaba a todos ellos en una ciudad muy rica: Jericó. Y quizá por su tamaño fue objeto de burlas muchos años de su vida. Por eso busco enriquecerse, para obtener respeto por ese medio. Pero ¿volvería a dejarse a ser objeto de burlas sólo por ver a Jesús pasar? ¿Qué importancia tenía para él? Sí, era importante pues había un enorme vacío en él y tal vez, se dijo, viendo a Jesús, podría hallar una respuesta, de modo que no le importó que pudieran reírse de él, y se subió a ese árbol, que no hubo de ser fácil con las ropas que se usaban en ese entonces. Ellos no tenían pantalones como nosotros. Sin importarle eso, se subió, lo cual demuestra que su deseo de ver a Jesús, era muy fuerte, aunque a diferencia del ciego, sólo se contentaba con verlo. Tal vez no se atrevía a acercarse a él porque, al saberse pecador, se sentía indigno. Esto me recuerda al ladrón en la cruz: “Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Son peticiones tímidas de personas que no se creen dignas. La enorme sorpresa para Zaqueo es que Jesús no sólo le dirige la mirada, sino que le habla por su nombre: “Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa”.
            Tal vez como cristianos hemos pecado y deseamos y no nos atrevemos acercarnos al Señor, pero como nuestra estatura moral no nos permite verlo, buscamos algo donde subirnos para verlo y hacemos un gran esfuerzo en ello. Y un día el Señor nos dice: “Baja de ahí que hoy me hospedo en tu casa” ¿En mi casa? ¿Cómo es posible? Dice el Señor en Apocalipsis 3:20: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. Eso le dice a los indignos de la iglesia de Laodicea.

Parábola de las diez minas
11 Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola, por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente.
12 Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver.
13 Y llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas, [a] y les dijo: Negociad entre tanto que vengo.
14 Pero sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros.
15 Aconteció que vuelto él, después de recibir el reino, mandó llamar ante él a aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que había negociado cada uno.
16 Vino el primero, diciendo: Señor, tu mina ha ganado diez minas.
17 Él le dijo: Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades.
18 Vino otro, diciendo: Señor, tu mina ha producido cinco minas.
19 Y también a éste dijo: Tú también sé sobre cinco ciudades.
20 Vino otro, diciendo: Señor, aquí está tu mina, la cual he tenido guardada en un pañuelo;
21 porque tuve miedo de ti, por cuanto eres hombre severo, que tomas lo que no pusiste, y siegas lo que no sembraste.
22 Entonces él le dijo: Mal siervo, por tu propia boca te juzgo. Sabías que yo era hombre severo, que tomo lo que no puse, y que siego lo que no sembré;
23 ¿por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco, para que al volver yo, lo hubiera recibido con los intereses?
24 Y dijo a los que estaban presentes: Quitadle la mina, y dadla al que tiene las diez minas.
25 Ellos le dijeron: Señor, tiene diez minas.
26 Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.
27 Y también a aquellos mis enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y decapitadlos delante de mí.

Esta parábola es compleja de analizar. Fue dicha por Jesús en respuesta a lo que pensaban quienes lo seguían y creían que al llegar a Jerusalén Él iba a restaurar el Reino terrenal de Dios, teniendo como centro Jerusalén. Este era un anhelo de los judíos oprimidos por Roma, incluso de los discípulos. Antes de que Jesús ascendiera al cielo, estos le preguntan: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?”.
Para que les quede claro a estos seguidores, el Señor usa una parábola que, según algunos comentaristas, aparentemente tiene una base histórica cuando Arquelao, quién fue desde Jerusalén a Roma para recibir un reino en Palestina, pero, aunque haya una posible alusión a este hecho, lo que sí es cierto, es que afirma que no iba a suceder tal hecho de manera inmediata. Antes, el Señor ascendería al cielo, con la promesa de regresar algún día cuya fecha no es posible conocer, ni vaticinar. Entretanto, otorga un capital a sus esclavos para que hagan negocio con ello y lo acrecienten. En Efesios 4:8 dice que “Y dio dones a los hombres” “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo…” (v.11 y 12).
            ¿Qué debemos hacer con esos dones? Ponerlos a trabajar a su servicio. Cada uno de sus hijos tiene una tarea para la que ha sido llamado y trabajar. Pero como en todo trabajo, primero debemos recibir la capacitación necesaria, luego el entrenamiento. Y esta capacitación viene del Señor. Pidamos al Señor que nos habilite y trabajemos primeramente en crecer en el espíritu, alcanzar madurez, aprendiendo diligentemente de su Palabra. “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. (2 Timoteo 3:16-17)

La entrada triunfal en Jerusalén
(Mt. 21.1-11; Mr. 11.1-11; Jn. 12.12-19)
28 Dicho esto, iba delante subiendo a Jerusalén.
29 Y aconteció que llegando cerca de Betfagé y de Betania, al monte que se llama de los Olivos, envió dos de sus discípulos,
30 diciendo: Id a la aldea de enfrente, y al entrar en ella hallaréis un pollino atado, en el cual ningún hombre ha montado jamás; desatadlo, y traedlo.
31 Y si alguien os preguntare: ¿Por qué lo desatáis? le responderéis así: Porque el Señor lo necesita.
32 Fueron los que habían sido enviados, y hallaron como les dijo.
33 Y cuando desataban el pollino, sus dueños les dijeron: ¿Por qué desatáis el pollino?
34 Ellos dijeron: Porque el Señor lo necesita.
35 Y lo trajeron a Jesús; y habiendo echado sus mantos sobre el pollino, subieron a Jesús encima.
36 Y a su paso tendían sus mantos por el camino.
37 Cuando llegaban ya cerca de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, gozándose, comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto,
38 diciendo: !!Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas!
39 Entonces algunos de los fariseos de entre la multitud le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos.
40 Él, respondiendo, les dijo: Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían.

Dicen algunos comentaristas que un rey que entraba montado en un pollino era un signo de dignidad. Lo cierto es que se cumple con ello una profecía de Zacarías 9:9: “Alégrate mucho, oh hija de Sion; da voces de júbilo, oh hija de Jerusalén; he aquí, tu rey viene a ti, justo y trayendo salvación, humilde y montado sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna”. Y de esta profecía podemos deducir que fue un signo de humildad, a pesar de su realeza mucho mayor que la de cualquier ser dignatario humano. De hecho, la palabra en griego que usan los discípulos al contestar la pregunta de los dueños “¿Por qué desatáis el pollino?”, ellos contestaron “el Señor lo necesita”. Aquí la palabra Señor en griego es Kurios, palabra empleada por Jesús acerca de sí mismo que era de uso corriente para designar al emperador romano, y que es la palabra que en la Septuaginta usan como traducción del hebreo para Jehová. Es la palabra que designaba en ese momento la máxima autoridad.
            En el versículo 38 la multitud hacen una proclamación pública de su condición mesiánica al proclamar un Hallel. Paz en el cielo, y gloria en las alturas (en ouranöi eirënë kai doxa en hupsistois). “Este lenguaje”, dice un comentarista, “nos recuerda intensamente el cántico de los ángeles al nacimiento de Jesús (Lc. 2:14). Marcos 11:10 y Mateo 21:9 tienen «Hosanna en las alturas»”. (Comentario al texto griego del Nuevo Testamento de A.T. Robertson).[1]

Jesús llora por Jerusalén
41 Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella,
42 diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos.
43 Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán,
44 y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación.

Al Señor le duele la tozudez de la gente y la desgracia que se cierne sobre Jerusalén. Y puede verlo con claridad un hecho que sucederá más de 35 años después. En el capítulo anterior hay una pregunta que hace el Señor y su posible respuesta es muy incómoda: ¿Cuándo regrese el Hijo del hombre hallará fé? Cuánta tristeza tendrá el Señor al ver en el correr de los siglos tanto dolor y muerte. Él pudo ver con claridad la terrible y la salvaje destrucción de Jerusalén por el general Tito, que derrotó a una inexpugnable ciudad a través de cortar todo suministro, para hacerlos morir de hambre. Y luego, una vez que se rindió aniquiló a todos, hombres, mujeres, niños, ancianos… e incluso a la misma ciudad. El oro que se derramó al quemarse el templo entre las piedras y que los soldados romanos, llevados por la ambición, quitaron piedra tras piedra, explica su destrucción, pero esta no se detuvo en el templo, sino que toda la ciudad fue desmontada piedra sobre piedra, demolida, arrasada. La Jerusalén actual es una reconstrucción que es posible que se parezca poco o nada a la ciudad original, pero se deduce de los textos bíblicos que era majestuosa.
            La pregunta del Señor tiene un sentido global, pero creo que cada uno de nosotros podemos contestarla personalmente. ¿Hallaré fe? Nuestra respuesta debe ser: sí Señor, hallarás fe en mí.

Purificación del templo
(Mt. 21.12-17; Mr. 11.15-19; Jn. 2.13-22)
45 Y entrando en el templo, comenzó a echar fuera a todos los que vendían y compraban en él,
46 diciéndoles: Escrito está: Mi casa es casa de oración; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.

Algo deleznable en la iglesia ha sido siempre involucrarla en los negocios terrenales. El hecho de que el templo fuese usado como un negocio sacerdotal era algo reprobable y un fuerte indicador de que la religión judía estaba en problemas, que vivía un alejamiento de Dios, a pesar de su profunda fastuosidad ceremonial. Y cabía perfectamente la sentencia de “Este pueblo de labios me honra” (Mateo 15:8-9 – Isaías 29:13). Y el hecho de que Jesús los haya corrido de manera tan enérgica es una tajante descalificación. Y para la iglesia cristiana es un indicador de que el trabajo de difusión del evangelio y el discipulado no debe estar ligado al lucro, al negocio, aunque la gente reciba grandes beneficios como servicios de salud, alimentación, orientación, enseñanza… En todo caso, si hay alguna recuperación económica, esta debe ser voluntaria. Pero la gracia recibida, como dice el Señor, debe ser dada de gracia.
            Sin embargo, la historia nos enseñanza como reiteradamente los dirigentes eclesiales o religiosos se han visto envueltos en negocios turbios y ambiciosos. Y este rasgo es un indicador de la sanidad o enfermedad espiritual de una institución religiosa o de algún dirigente o pastor u obispo.
            Que el Señor nos libre de esta tentación a quienes queremos servirlo.

Enseñanza en el templo
47 Y enseñaba cada día en el templo; pero los principales sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo procuraban matarle.
48 Y no hallaban nada que pudieran hacerle, porque todo el pueblo estaba suspenso oyéndole.

En este punto, Jesús estaba viviendo momentos de alta tensión, de gran riesgo. El cualquier instante iban a caer sobre él para matarlo. Lo sabía. Y sorprende su ecuanimidad y la enorme atención del pueblo a sus enseñanzas: “El pueblo estaba en suspenso”, prendido de sus palabras, arrobado. Este arrobamiento era un dique poderoso para que pudieran prenderle, por ello tuviera que buscar una vía, un descuido, un momento apropiado, una oportunidad. Dios ya había dispuesto que ese momento llegara y la oportunidad se abrió la noche en que Judas fue con ellos para venderlo por 30 monedas de plata. Y sin pérdida de tiempo, los dirigentes judíos la aprovecharon.
            En este momento, el plan para nuestra redención ya estaba en sus últimos momentos. Viendo todos estos elementos en juego no debe quedarnos más que una expresión de agradecimiento a Dios por este plan perfecto para derrotar a la muerte y a Satanás.
            Gracias Señor, gracias con todo nuestro corazón. Amén.



[1] NOTA: 'Hallel, Halel o Hal-hel (del hebreo הלל, "alabanza") es una oración judía basada en los salmos bíblicos 113-118, que es utilizada como alabanza y agradecimiento y recitada por los judíos en las festividades.

jueves, 2 de agosto de 2018

EL HOMBRE PERDIDO IMPORTANTE PARA DIOS

ESTUDIO DE EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS CAP. 15

La palabra parábola proviene del griego Para = a un lado o al margen / Bola = arrojar. Y consiste en un relato figurado que es muestra una situación similar, paralela podríamos decir, a la situación que se quiere ilustrar o enseñar. Es decir, con un fenómeno cotidiano, humano, se ilustra una situación celestial.
En este capítulo se encuentran tres parábolas muy conocidas: la Oveja perdida, la Moneda perdida y el Hijo pródigo. Estas tres parábolas las expresa Jesús en respuesta a una actitud de los fariseos y escribas: murmuraban con una actitud de rechazo de que recibía a los pecadores y con ellos comía.
Comer con alguien era un acto de intimidad, y para los fariseos era un hecho reprobable que lo hiciera con publicanos y pecadores.
El Señor, con estas tres parábolas, les enseña el valor que el pecador tiene para Dios y el error que ellos cometían, es decir, su alejamiento con las ordenanzas de Dios: “Amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo”. Y ellos repudiaban a los publicanos y pecadores.
            La Oveja perdida toma uno de los hechos más comunes y cotidianos en la sociedad de aquel entonces: el pastoreo, de modo que se pudiera entender claramente lo que trataba de enseñar. Hasta hoy sigue enseñando de esta forma en gran amor de Dios hacia los pecadores. Y el hecho de que les respondiera a los fariseos muestra que aún ellos son dignos de sus enseñanzas.

Parábola de la oveja perdida
(Mt. 18.10-14)
1 Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle,
2 y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come.
3 Entonces él les refirió esta parábola, diciendo:
4 ¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla?
5 Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso;
6 y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido.
7 Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.

Para los fariseos los pecadores y los publicanos eran gente sin valor. Es más, eran despreciables, descartables, casi como basura. Si Jesús era un profeta y un profeta a la altura de Isaías o Jeremías, esto era una incongruencia.
            La lección a través de estas parábolas es que para Dios todos somos valiosos aún hasta los pecadores más despreciables, aunque nos cueste comprenderlo.
            Si alguien tenía 100 ovejas significa que no era una persona pobre. Actualmente una oveja en promedio cuesta 3,500 a 6,000 pesos, es decir, 100 ovejas estarían alrededor de medio millón de pesos. Quizá para los pastores y poseedores de ovejas de aquel tiempo eran animales aún más caros, particularmente los destinados para ser ofrendados en el templo.
Por ello, el pastor que perdía una oveja hacía hasta lo imposible por encontrarla. Aunque esta tarea no fuese fácil pues la orografía de Palestina estaba llena de montañas agrestes, donde el ganado corría peligro de caer en un precipicio. Cuando era niño recuerdo un cromo que había en mi casa en la que una oveja está enredada entre unas ramas en un arbusto que crecía en un precipicio y el pastor, inclinado, poniendo su vida en riesgo, está rescatando a la oveja.
            Por otra parte, las ovejas no son como lo perros, sino distraídas y es muy fácil que se pierdan al ir buscando hierba.
            Y vemos en la parábola que tan pronto la encuentra la pone sobre sus hombros. No hay recriminación hacia la oveja sino gozo del pastor de haberla encontrado. Pero no un gozo cualquiera sino uno tan grande que impulsa a compartirlo con los demás. Es decir, una gran alegría por esa oveja.
Ahora, el Señor la usa para ilustrar lo que Dios hace por las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Mateo 15:24: “Y respondiendo Él, dijo: No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”. Si para ellos, una oveja encontrada era signo de gran gozo, hay un gozo aún mayor en el cielo por un pecador rescatado.
            Para Dios, esas ovejas (los pecadores) eran de gran valor que pagó un enorme precio en la cruz por rescatarlas.
            Esta parábola se puede hacer extensiva para ilustrar la importancia que tiene el ser humano de todos los tiempos para Dios. Porque “de tal manera amó Dios al mundo”, es decir, a todos los seres humanos, “que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.

Parábola de la moneda perdida
8 ¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, y barre la casa, y busca con diligencia hasta encontrarla?
9 Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, diciendo: Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido.
10 Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.

Ahora el Señor cambia el ámbito. Ya no es un poseedor de 100 ovejas, sino una mujer que tiene 10 dracmas. Una dracma era una moneda de 65,5 gramos, alrededor de un dënarius común (el dinero que un jornalero ganaba en un día de trabajo). Por lo tanto, diez dracmas sería casi dos semanas de trabajo.
            Para esta mujer esta moneda, esta dracma es tan importante que hace un esfuerzo denodado por encontrarlo. Como las casas de aquel entonces no tenían las grandes ventanas de hoy, sino pequeñas ventanitas, las habitaciones, aún de día, eran muy oscuras. Por ello tuvo que encender una lámpara. Además, los pisos eran de tierra, en cuyo polvo era fácil que se extraviara una moneda. Y por ello tuvo que barrer, tratando de que la moneda finalmente se revelara entre el polvo.
            Y como en el mismo caso anterior, su alegría es tal que no pude ser de índole personal, de modo que reúne a sus vecinas y amigas para contarles su alegría. Es obvio que sus vecinas entendieran la magnitud del gozo, pues seguramente vivirían en la misma condición. Para una persona pobre, el salario de un día es muy valioso.
            De forma paralela, muestra cómo considera el Señor a los que se han perdido: personas de mucho valor, no por el valor en sí que le da la sociedad, sino ante los ojos de su creador. Y el Señor hará una búsqueda exhaustiva para rescatarlos. Y la hizo, bajó a la tierra, caminó entre nosotros, vivió lo que todos, tuvo compasión y curó, alimentó, liberó de los demonios, enseñó a muchos, y finalmente murió por toda la humanidad, cuya cobertura nos ha alcanzado. Y ha sido gracias a su amor redentivo que podemos vivir de una mejor manera, y sin miedo a la muerte.

El hijo pródigo
La palabra pródigo cambia su significado cuando cambia de género. En masculino “pródigo” es el “que despilfarra o gasta sin cuidado sus bienes. En cambio, en femenino: “pródiga”, significa una persona “que da con generosidad lo que tiene o lo pone al servicio de los demás”.
El primer significado se ajusta al hijo menor en esta parábola; y el segundo, al padre que no escatima nada cuando recupera al hijo.
            El primero nos descubre; y el segundo es propio de Dios. Aun los pobres nacen con una buena dotación: un cuerpo, una familia, una sociedad y un creador. En caso de que todo lo primero no lo tengamos, tenemos un creador que nos ama, y tenemos un cerebro que puede aprender y encontrar soluciones.
           
Parábola del hijo pródigo
11 También dijo: Un hombre tenía dos hijos;
12 y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes.

La ley judía otorgaba al menor una mitad de lo que recibía el mayor, esto es, una tercera parte de los bienes (Dt. 21:17). Y ante la imprudencia del hijo, les repartió los bienes a os dos.

13 No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente.

Rápidamente este joven, “juntándolo todo” se fue. Dice el versículo 13 que “desperdició” (dieskorpisen), la palabra griega tiene un acento agrícola. Es la palabra que se emplea para indicar el efecto de aventar el grano y la paja se “dispersa en el aire”. La figura es muy ilustrativa. Las posesiones tienen un peso. Es mayor cuando es fruto del trabajo, pero quien no sudó por él, es ligero como la paja y es fácil “dispersarlo al viento”. Hay un dicho popular que dice “lo que fácil llega, fácil se va”. Y este joven lo que quizá le costó mucho a su padre, lo disolvió en el aire.

14 Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle.

Y justo cuando el dinero se le acabó vino una hambruna. Es decir, escasez de alimentos. En estos periodos los precios de los alimentos suben. Si antes era difícil, ahora era mucho más complicada la situación. Y sus provisiones empezaron a faltarle.

15 Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos.
16 Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba.

Su situación era crítica al desear incluso la comida de los cerdos. Es decir, había tocado fondo. En ese justo momento, pasó algo importante

17 Y volviendo en sí, dijo: !!Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!

Volvió en sí, es decir, recuperó la cordura, se le abrieron los ojos, vio las cosas con claridad, ya no estaba enervado por sus deseos y el hambre de mundo. No, ahí, deseando la comida de los cerdos, recuperó la conciencia. Este es el momento clave en el que pudo dar un giro a su vida. Decían los griegos que después de una anagnórisis (reconocimiento) viene una peripecia (un giro). Si no hay un reconocimiento de nuestra lamentable situación en la que estamos “deseando la comida de los cerdos”, no hay posibilidades de cambio. Tiene que haber esta toma de conciencia primero para entonces cambiar. Esto es lo que significa “arrepentimiento”.

18 Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.
19 Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.
20 Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.
21 Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.

Entre lo poco que no perdió fue la conciencia de ser hijo, hijo un padre amoroso. Esa fue la cordura que recuperó.
Y en esa toma de conciencia, hay dos acciones importantes:
Primero: pensamiento: Me levantaré, es decir, me pondré en camino, iré en sentido contrario a mis deseos, Le diré. Hay una intención de reconocer a viva voz. No soy digno. Por lo que Hazme.
Segundo: acción. Y luego, se levantó y fue a su padre.

22 Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies.

El vestido, era un vestido especial y el anillo y el calzado, indica que llegó en andrajos y descalzo. Es decir, en un estado miserable. Y todo nos indica que lo ha revestido de dignidad. En el cielo, el señor nos dará vestiduras nuevas, es decir, nos vestirá de dignidad. 

23 Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta;

El becerro engordado (ton moschon ton siteuton). El becerro, el engordado. Siteuton es el adjetivo verbal de siteuö, alimentar con trigo (sitos). No era un becerro cualquiera sino uno alimentado especialmente. Los cocineros saben que el sabor de un animal cocinado también depende de su alimentación. Este había sido alimentado, no de rastrojo, sino de trigo.

24 porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.

El padre había perdido la esperanza de que regresara con vida, pero regresó. Y él lo esperaba. Largo tiempo pasaba todos los días frente al balcón esperando ver al hijo. ¿Cuántos días pasó sin descubrirlo? Pero finalmente, a pesar de los andrajos, lo vio y salió corriendo a su encuentro.

25 Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas;
26 y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
27 Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano.
28 Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase.
29 Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos.
30 Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo.
31 Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas.
32 Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.

Es lamentable la reacción del hermano. Los judíos, escribas, fariseos, se enojaban que recibiera y que comiera con publicanos y pecadores, la misma actitud de este hermano que no le parecía correcto que su padre le hiciera fiesta a un tipo que no había sabido honrar a su padre, pero él mismo lo deshonraba con su actitud, pues eso significaba que no valoraba lo que tenía y que en el fondo de su corazón anhelaba lo de su hermano, pues sabía de cosas que hasta que él las dice nos enteramos.

Conclusión:

Las tres parábolas hablan de judíos que se habían extraviado. Y que era muy importante rescatar. Por ello dice el evangelio de Juan: "A los suyos vino…" Y esos suyos eran precisamente, los que se habían perdido bien en los vericuetos de una gama de leyes y reglamentos retorcidos, bien siguiendo los parámetros de una sociedad extranjera ajena a Dios, bien en el pecado, o en las enfermedades, o atrapados por el demonio…
            Y estas tres parábolas, particularmente la de El hijo pródigo se ajustan bien a los cristianos que de pronto son absorbidos por el mundo (aunque sigan asistiendo a la iglesia), lejos de la casa de su padre, en zonas de extraños o extranjeros, y que de pronto se ven en la miseria y se acuerdan que son cristianos, hijos de Dios, y entonces hay un feliz retorno a la Casa del Padre.
            Cuántas veces yo me he alejado de la Casa del padre en busca de reconocimiento social, de fama, de aplausos, de ceremonias, de placeres impropios y en el fondo del fracaso he tenido que reconocer que he estado ansiando comer la comida de los cerdos, a ves con la nariz sangrante, a veces con el asco del alcohol y en un estado enervante, llorando y sufriendo por vivir tan ajeno a los caminos de la obediencia de mi padre amante, que me cuida, que me espera, que nunca me abandona.
            Y llorando le dijo: “No soy digno de ser llamado tu hijo”, sin embargo, sigo siendo su hijo. Y tibiamente nace un anhelo: que ya no viva yo más en mí, sino Cristo en mí.



ESTUDIO SOBRE APOCALIPSIS 20: Los mil años

Jeremías Ramírez El tema principal de este capítulo 20 es ese periodo de tiempo denominado “Milenio” y que ha sido causa de enorme discusión...