Jeremías Ramírez
Vasillas
En
este capítulo 21 nos narra el rápido viaje de Pablo y sus acompañantes desde
Mileto a Jerusalén, pasando por Cos, Rodas, Patara, Tiro y Ptolemaida y
Cesaréa, última parada antes de arribar a su destino final: Jerusalén, donde le
esperan muchas dificultades, las cuáles él ya sabía iba a enfrentar. Su temple
lo lleva a afrontar sin temor y decisión estos conflictos pues sabe que le
abrirán foros para la predicación del evangelio.
Este
capítulo tiene para nosotros varias enseñanzas importantes: que le camino
cristiano es difícil pero el Señor nos acompaña; que la fama de Pablo ya era
ampliamente conocida y apreciada o repudiada; que la fe en Jesús ha ido
surgiendo en muchas ciudades cercanas Jerusalén como Tiro, Ptolemaida o
Cesárea. Y que en Jerusalén la comunidad cristiana ha crecido y muchos judíos han
aceptado el evangelio; que el odio de los judíos también había crecido y veían
en Pablo a alguien que ponía en riesgo su status que habían conseguido en el
imperio romano; que Dios utiliza de manera a las autoridades para ayudar a los
cristianos y para cumplir sus planes. Tal es el caso del chillarca (o tribuno),
Claudio Lisias, asentado en Jerusalén que lo rescata de las manos de los judíos
que lo golpeaban y amenazaban con asesinarlo.
Viaje de Pablo a Jerusalén
1
Después de separarnos de ellos (en Mileto), zarpamos y fuimos con rumbo
directo a Cos, y al día siguiente a Rodas, y de allí a Pátara.
2 Y hallando un barco que pasaba
a Fenicia, nos embarcamos, y zarpamos.
3 Al avistar Chipre, dejándola a
mano izquierda, navegamos a Siria, y arribamos a Tiro, porque el barco había de
descargar allí.
Pablo y sus
acompañantes parten de Mileto (lugar donde nació uno de los 7 sabios de Grecia,
Tales de Mileto (624-546 a.C.) hacia Cos, una isla que estaba alrededor de 74 kilómetros al sur de
Mileto, famosa como lugar de nacimiento de Hipócrates y Apeles, con una gran
escuela médica. Había un gran centro comercial con muchos judíos.
Al
día siguiente viajaron a Rodas, llamada la isla de las rosas porque el sol
resplandecía la mayor parte de los días, y las rosas florecían lujuriosamente. Era
la isla famosa por el gran coloso (una estatua de un hombre de pie que
representaba al dios griego del sol, Helios. Según Plinio el Viejo, medía unos
32 m —un metro menos que la estatua de la libertad— y tenía una antorcha o
charola con fuego. Estaba hecha de placas de bronce sobre un soporte de hierro.
Se destruyó por un terremoto en el año 292 a.C.) de modo que ya había caído en
aquellos tiempos. La isla estaba en la entrada del mar Egeo y tenía una gran
universidad, especialmente para retórica y oratoria. Había también una gran
actividad comercial.
Y al
siguiente día viajaron a Pátara. Un puerto marítimo en la costa de Licia en la ribera izquierda
del Xanthus (río en la antigua Licia en el que se encontraba la ciudad Xanthus).
Había poseído en el pasado un oráculo de Apolos que rivalizaba con el de
Delfos. Allí acudían centenares de barcos cada temporada.
Pablo
había empleado una pequeña nave de cabotaje (probablemente alquilada) que echó
anclas cada noche, en Cos, Rodas, Pátara. Al llegar a este último puerto, aún estaba
a más de 600 kilómetros de Jerusalén. Y para cruzar el Mediterráneo necesitaba
una nave de mayor calado. Por ello, en Pátara Pablo tomó un barco grande
(mercante) que podía navegar por alta mar y que iba a Fenicia. Navegaron
al sur de Chipre hasta llegar a Tiro. Allí había de descargar. Es
probable que se tratara de un barco de transporte de cereales o de frutos. Aquí
se precisaron de siete días para descargar y volver a cargar.
Estancia de Pablo en Tiro
4 Y hallados los discípulos (en
Tiro), nos quedamos allí siete días; y ellos decían a Pablo por el Espíritu,
que no subiese a Jerusalén.
5 Cumplidos aquellos días,
salimos, acompañándonos todos, con sus mujeres e hijos, hasta fuera de la
ciudad; y puestos de rodillas en la playa, oramos.
6 Y abrazándonos los unos a los
otros, subimos al barco y ellos se volvieron a sus casas.
Había en Tiro era una ciudad grande pero
su iglesia puede no haber sido grande. Es probable que algunos de los que
habían huido de Jerusalén, y fueron a Fenicia (Hch. 11:19), comenzaran aquí la
obra. Tal como en Tróade y en Mileto, aquí la infatigable energía de Pablo se
evidencia con un celo característico. El Espíritu Santo indudablemente ya había
anunciado a Pablo que en Jerusalén le esperaban cadenas y tribulaciones (20:23).
A pesar de esta advertencia, Pablo siguió considerando su deber ir allá
(20:22). Es evidente que Pablo interpretó la acción del Espíritu Santo como
informativa y de advertencia, aunque los discípulos en Tiro le dieron la forma
de prohibición.
Cumplido
el número exacto de días —siete— del versículo 4. Partimos y seguimos nuestro
viaje. Y los hermanos de Tiro los acompañaron, con sus mujeres e hijos igual
que sucediera en Mileto (20:28). Aquí se hace la primera mención de niños en
conexión con las iglesias apostólicas. Una vívida imagen aquí, como en Mileto,
la evidente pincelada de un testigo ocular: “Hasta fuera de la ciudad”. Esta escena tiene lugar en
público, igual que en Mileto, pero no les preocupa. Nos despedimos unos de
otros. Una escena entrañable, pero «sin vínculos de una larga camaradería,
ninguno de un amor que se aferra», que se habían hecho patentes en Mileto (Hch.
20:37ss.).
Pablo llega a Tolemaida y se
queda un día
7 Y nosotros completamos la
navegación, saliendo de Tiro y arribando a Tolemaida; y habiendo saludado a los
hermanos, nos quedamos con ellos un día.
Completamos, es decir, llegaron a la
última escala arribamos
de Tiro a Tolemaida». Tolemaida es la moderna Acco o Acre, en Israel, llamada
Aco en Jueces 1:31. Su puerto es el mejor de la costa de Palestina y está
rodeado de montes. Está a unos cincuenta kilómetros al sur de Tiro. Nunca fue
tomada por Israel en tiempos bíblicos, y era considerada ciudad filistea,
aunque los griegos la contaban como una ciudad fenicia. Era la llave de la
carretera que descendía por la costa entre Siria y Egipto y había sido dominada
sucesivamente por los Ptolomeos (de los que derivó su nombre posterior de
Tolemaida o Ptolemais), sirios y romanos. Habiendo saludado a los hermanos. La
estancia fue corta, un día, pero «los hermanos» no fueron difíciles de
encontrar.
Pablo llega a Cesarea y se
hospeda en casa de Felipe
8 Al otro día, saliendo Pablo y
los que con él estábamos, fuimos a Cesarea; y entrando en casa de Felipe el
evangelista, que era uno de los siete, posamos con él.
9 Este tenía cuatro hijas
doncellas que profetizaban.
10 Y permaneciendo nosotros allí
algunos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo,
11 quien viniendo a vernos, tomó
el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el Espíritu
Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le
entregarán en manos de los gentiles.
12 Al oír esto, le rogamos
nosotros y los de aquel lugar, que no subiese a Jerusalén.
13 Entonces Pablo respondió: ¿Qué
hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo
a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.
14 Y como no le pudimos
persuadir, desistimos, diciendo: Hágase la voluntad del Señor.
Al otro día se dirigen a Cesarea, probablemente por tierra, porque la travesía terminó en Tolemaida.
Cesarea era la capital política de Judea bajo el imperio romano, donde vivían
los procuradores. Era una ciudad importante, edificada por Herodes el Grande y
nombrada así en honor de César Augusto. Tenía un magnífico puerto artificial.
La mayor parte de sus habitantes eran griegos. Era la tercera vez que Pablo está
en Cesarea. Y se hospeda esta vez en casa de Felipe el evangelista, el segundo en la lista de
los siete diáconos, después de Esteban. Se distingue de Felipe el apóstol con
este título. Su obra evangelística siguió a la muerte de Esteban en Samaria y
Filistea. La palabra euëggelizeto «anunciaba el evangelio» se empleó en
8:40 y es el primero de los tres ejemplos en el N.T. de la palabra
«evangelista» (Hch. 21:8; Ef. 4:11; 2 Ti. 4:5). Al parecer la palabra era empleada
para describir a uno que narraba la historia del evangelio. Y aquí significa un
misionero itinerante que «evangelizaba» comunidades. Los creyentes tienen dones
diferentes, y Felipe tenía el de evangelizar, como Pablo. El ministro ideal
combina los dones de evangelista, heraldo, maestro y pastor. ¡Qué tiempo de
gozo tendría Pablo en conversación con Felipe! Podría aprender de él muchas
cosas de valor acerca de los primeros tiempos del evangelio en Jerusalén. Y
Lucas tomaría notas, cosa que probablemente hizo, acerca de los orígenes de la
historia cristiana. Las secciones de Hechos en primera persona del plural
representan un diario de viaje de Lucas [notas tomadas desde el viaje desde
Tróade (Troas) a Roma]. Así que podemos suponer que Lucas está aquí reuniendo
datos para su uso en el futuro. Si es así, éstos fueron para él días muy
valiosos.
Felipe
tenía el honor de tener en su casa a cuatro hijas vírgenes con el
don de la profecía, lo que no era necesariamente la predicción de
acontecimientos, aunque tal cosa también sucedía, como en el caso de Ágabo. Era
más que la predicación normal (cf. 19:6) y era considerado por Pablo mayor que
los otros dones, como el de las lenguas (1 Co. 14:1–33). Estas jóvenes
profetisas son el cumplimiento de la profecía de Joel (2:28ss.) acerca de sus
hijos e hijas profetizando, profecía citada por Pedro el día de Pentecostés
(Hch. 2:17).
Muejres
profetizas en el N.T. encontramos a Ana, la profetisa en el templo (Lc. 2:36),
además de los himnos inspirados de Elisabet (Lc. 1:42–45) y de María (Lc.
1:46–55). Hubo también profetisas en el Antiguo Testamento, como Miriam,
Débora, Hulda. En la actualidad, en nuestras Escuelas Dominicales, son las
mujeres las que hacen la mayor parte de la enseñanza.
El profeta
llamado Ágabo (prophëtës onomati Agabos) había sido citado en Hch. 11:28: “Y levantándose uno de ellos,
llamado Agabo, daba a entender por el Espíritu, que vendría una gran hambre en
toda la tierra habitada; la cual sucedió en tiempo de Claudio”.
Agabo
toma el cinto de Pablo y atándose
los pies y las manos, entrega su
mensaje como lo hacían los profetas del Antiguo Testamento que empleaban
frecuentemente actos simbólicos (Véase 1 Reyes 22:11 como ejemplo). Ágabo
acababa de llegar de Jerusalén y probablemente conocía los sentimientos que
hervían allí contra Pablo. Y el Espíritu Santo le había revelado que Pablo iba a ser «entregado» en manos
de los gentiles. Captura que realmente sucedió y que le tomaría cinco años
salirse de estas manos.
Al oir esto intentan
persuadirlo de que no subiera. Vincent cita el caso de Régulo, que insistió en
volver de Roma a Cartago a una muerte cierta, y el de Lutero de camino a la
Dieta de Worms. Spalatino rogó a Lutero que no fuera. Lutero dijo: «Aunque
pueda haber tantos demonios en Worms como tejas en los tejados, allá iré». Esta
dramática advertencia de Ágabo se añadió a la de Tiro (21:4) y a la propia
admisión de Pablo en Mileto (20:23). No es para asombrarse que Lucas y los
otros mensajeros, junto con Felipe y sus hijas se unieran en coro para intentar
disuadir a Pablo.
Pablo responde: ¿Qué
hacéis llorando? quebrantándome el corazón (sunthruptontes mou tën
kardian). El
verbo sunthruptö, aplastar
juntamente, es un término tardío del Koiné para apothruptö,
desgajar, ambas palabras vívidas y expresivas. Aquí indica: enervar y acobardar
a alguien, quebrantando la decisión de Pablo de proseguir en el cumplimiento de
su deber. Y él contesta: Yo estoy dispuesto (Egö hetoimös echö). Yo me
mantengo en disposición (adverbio, hetoimös), no sólo a ser atado sino a
morir. La buena disposición de Pablo a morir, si era necesario, en
Jerusalén, es como la de Jesús la última vez en su camino a Jerusalén (Lucas 9:51)
que dijo que «él afirmó su rostro para ir a Jerusalén». La estatura de Pablo se
eleva aquí a proporciones heroicas pues está dispuesto a morir «por el nombre
del Señor Jesús» (huper tou onomatos tou kuriou Iësou).
Pablo, literalmente dice: «no siendo persuadido». Es
decir, la voluntad de Pablo no fue quebrantada, ni siquiera algo torcida. Entonces
Lucas dice que: Desistimos (hësuchasamen),
antiguo verbo significando estar callados, silenciosos. Y agregan: Hágase la
voluntad del Señor. Hay un singular candor en esta confesión de los amigos
de Pablo. Por cuanto Pablo no iba a dejar que ellos consiguieran sus propios
propósitos, se volvían conformes a que el Señor llevara a cabo la suya,
conformidad después de fracasar en conseguir sus propósitos.
Pablo llega a Jerusalén
15 Después de esos
días, hechos ya los preparativos, subimos a Jerusalén.
16 Y vinieron
también con nosotros de Cesarea algunos de los discípulos, trayendo consigo a
uno llamado Mnasón, de Chipre, discípulo antiguo, con quien nos hospedaríamos.
Algunos de los discípulos trajeron a uno llamado Mnasón, de
Chipre, discípulo antiguo, con quien nos hospedaríamos. Este hombre era originalmente de Chipre,
pero ahora vivía en Cesarea. El empleo de archaiöi para «antiguo» puede ser
una referencia al hecho de que él fue uno de los discípulos originales en
Pentecostés Furneaux afirma que «Al ir disminuyendo el número de los primeros
discípulos, la siguiente generación otorgó una especie de honor a los
supervivientes».
Pablo es recibido por los ancianos
de Jerusalén
17 Cuando llegamos a Jerusalén,
los hermanos nos recibieron con gozo.
18 Y al día siguiente Pablo entró
con nosotros a ver a Jacobo, y se hallaban reunidos todos los ancianos;
19 a los cuales, después de
haberles saludado, les contó una por una las cosas que Dios había hecho
entre los gentiles por su ministerio.
20 Cuando ellos lo oyeron,
glorificaron a Dios, y le dijeron: Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos
hay que han creído; y todos son celosos por la ley.
21 Pero se les ha informado en
cuanto a ti, que enseñas a todos los judíos que están entre los gentiles a
apostatar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni observen
las costumbres.
22 ¿Qué hay, pues? La multitud se
reunirá de cierto, porque oirán que has venido.
23 Haz, pues, esto que te
decimos: Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen obligación de cumplir
voto.
24 Tómalos contigo, purifícate
con ellos, y paga sus gastos para que se rasuren la cabeza; y todos
comprenderán que no hay nada de lo que se les informó acerca de ti, sino que tú
también andas ordenadamente, guardando la ley.
25 Pero en cuanto a los gentiles
que han creído, nosotros les hemos escrito determinando que no guarden nada de
esto; solamente que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de
ahogado y de fornicación.
«Nosotros habiendo llegado» a Jerusalén nos
recibieron con gozo. Quizá esta primera bienvenida gozosa vino de parte
de amigos personales de Pablo en Jerusalén. Pero, al día siguiente fue a ver a
Jacobo, quizá solicitado por el propio Jacobo, líder de los cristianos en
Jerusalén. Era probablemente la casa de Jacobo, y se
hallaban presentes todos los ancianos (pantes te paregenonto hoi presbuteroi). Es
evidente que Jacobo es el principal anciano y que los otros son sus invitados
en una recepción formal a Pablo. Es digno de mención que no aparecen apóstoles
algunos, aunque en el episodio de la Conferencia de Jerusalén aparecen tanto
ancianos como apóstoles. Y no se invitó a toda la iglesia probablemente debido
al conocido prejuicio en contra de Pablo causado por los judaizantes.
En esta ocasión Pablo tenía una gran historia que contar
acerca de lo que había sucedido desde que lo habían visto por última vez de lo
que Dios había hecho (epoiësen ho theos), y emprende, ante todo, dar a
Dios la gloria. Es posible que en esta reunión formal Pablo observara una
ausencia de calor y entusiasmo en contraste con la bienvenida que le habían
dado sus amigos el día anterior. Furneaux cree que Pablo fue recibido fríamente
aquel día a pesar de la generosa ofrenda que había traído de los cristianos
gentiles. «Parece como si sus temores en cuanto a su acogida (Ro. 15:31)
quedaran confirmados. Ni oímos que los cristianos en Jerusalén dieran ni un
paso en su favor tanto ante las autoridades judías como ante las romanas, ni
expresaran simpatía alguna con él durante su largo encarcelamiento en Cesarea».
Lo más que se puede decir es que los judaizantes a los que hace referencia
Jacobo no aparecen activamente en contra de él.
Después de oír los hechos
de Dios a través de Pablo comenzaron
a glorificar a Dios, pero de inmediato cambian de tema en la que están sus preocupaciones.
Cuántos miles es una declaración
es sorprendente, exagerada. Es indudable que había muchos miles de
creyentes judíos en Jerusalén y algunos de ellos, doloroso es decirlo,
judaizantes. Esta lista incluye a los cristianos de poblaciones vecinas en
Palestina, e incluso de algunos de países extranjeros que estaban aquí para la
Fiesta de Pentecostés, porque es probable que Pablo llegara a tiempo, como
esperaba. Y todos ellos son celosos por la ley (pantes zëlötai tou nomou). El sustantivo “Zelotas” es mejor que el
adjetivo “celosos” con el genitivo objetivo (tou nomou, por la ley). La
palabra zelota proviene de zëloö, arder de celo, hervir. Había un
partido de Zelotas (que había surgido de los fariseos) que se podrían llamar
hoy en día «cabezas calientes», que provocaron la guerra con Roma. Uno de este
partido, Simón el Zelota, era uno de los doce apóstoles. Es importante
comprender la situación en Jerusalén. Quedó resuelto en la Conferencia de
Jerusalén (Hch. 15 y Gá. 2) que la ley ceremonial de Moisés no debía ser
impuesta a los cristianos gentiles. Pablo consiguió la libertad para ellos,
pero no se dijo que estuviera mal que los judíos cristianos la observaran si lo
deseaban. Hemos visto a Pablo observando la pascua en Filipos (Hch. 20:6). Los
judaizantes se irritaron ante la victoria de Pablo y ante su energía en la
difusión del evangelio entre los gentiles y le causaron muchos problemas en
Galacia y Corinto. Estuvieron activos contra él en Jerusalén, y fue para
deshacer este daño que Pablo recogió las grandes colectas de los cristianos
gentiles para trasladar los fondos a Jerusalén, llevando consigo a delegados de
las iglesias. Evidentemente, Pablo tenía verdaderas razones para su temor de
problemas en Jerusalén mientras estaba aún en Corinto (Ro. 15:25) cuando pidió
las oraciones de los cristianos de Roma (vv. 30–32). También estaban plenamente
justificadas las advertencias, repetidas una y otra vez, a lo largo del camino.
La frase “se les ha
informado en cuanto a ti” (katëchëthësan peri sou) significa sonar, resonar, hacerse eco de,
enseñar oralmente. Esta enseñanza oral acerca de Pablo fue difundida
eficazmente por los judaizantes y habían provocado problemas a Pedro (Hch.
11:2) y a Pablo (15:1, 5). Y aunque habían fracasado en sus ataques contra
Pablo en los otros países, ahora intentan hacerle naufragar en el puerto, es
decir, en Jerusalén, pues durante la prolongada ausencia de Pablo de Jerusalén
han tenido las manos libres y gran éxito en difundir los prejuicios en contra
de Pablo entre los cristianos de Jerusalén. Por ello Jacobo, en presencia de
los demás ancianos y probablemente por sugerencia de ellos, le aclara a Pablo
la situación actual. Que enseñas a todos los judíos que están entre los
gentiles a apostatar de Moisés Literalmente, «que tú estás enseñando a
todos los judíos entre los gentiles apostasía de Moisés». Este es el
meollo: apostasian (nuestro término apostasía). «A los ojos de la
iglesia de Jerusalén ésta era una cuestión de mucha mayor seriedad que la
posición de los convertidos gentiles». Pero aquí no son los judaizantes, sino
los ancianos de la iglesia. Si bien no creen esta falsa acusación, quieren que
Pablo la refute para todos los que quisieran conocerla.
Esta
apostasía específicamente consistía que dicen que Pablo indicaba que no circuncidaran a sus hijos. Sin
embargo, Pablo enseñaba precisamente lo contrario (1 Co. 7:18) y circuncidó a
Timoteo (Hch. 16:3) por cuanto era medio judío y
medio griego. Su propia práctica es declarada en 1 Corintios 9:20 («a los judíos como judío»). Y que Pablo enseñaba
que Ni observen las costumbres. La acusación aquí se extiende para
cubrirlo todo y presentar a Pablo como un enemigo de la vida y enseñanzas del
judaísmo. Esta misma acusación se había presentado contra Esteban cuando el
joven Saulo (Pablo) era el líder de los adversarios (6:14): «Y cambiará las
costumbres que nos legó Moisés». En realidad, parecía que para algunos de los
judíos valía más Moisés que Dios (Hch. 6:11).
¿Qué es lo que se debe hacer con respecto a
esto? Evidentemente, ni Jacobo ni los ancianos creen estas calumnias contra las
enseñanzas de Pablo, pero hay muchos que sí las creen. Y no había forma de ocultar la llegada de Pablo, ni era prudente
hacer tal cosa.
Al respecto, los ancianos habían pensado un plan de
actuación por el que Pablo podría refutar las falsas acusaciones. Al parecer,
algunos miembros de la iglesia de Jerusalén tienen obligación de cumplir un
voto de nazareato temporal, como el de Números 6:1–21, y su finalización estaba
marcada por medio de ciertas ofrendas en el templo y el trasquilamiento del
cabello (Nm. 6:13–15). Además, «Se consideraba una obra piadosa sufragar los
gastos de judíos menesterosos en relación con este voto, como lo hace Pablo
aquí».
Le dicen: Tómalos y purifícate
con ellos. Pablo asume el voto, paga sus gastos. Ramsay argumenta que Pablo disponía de mucho
dinero en esta época, quizá de la herencia de su padre. Los gastos para cinco hombres
serían de consideración, para que se
rasuren la cabeza. Y todos
comprenderán que tú también andas ordenadamente.
Les hemos escrito indica
de que se trata
de una explicación dada por Jacobo que no hace referencia a los cristianos
gentiles, cuya libertad de la ley ceremonial mosaica quedó garantizada en la
Conferencia de Jerusalén. Fue el mismo Jacobo el que había presidido en aquella
conferencia, ofreciendo una resolución unánimemente adoptada. Jacobo se
mantiene en aquella resolución y repite los principales extremos de la misma:
cualquier cosa sacrificada a ídolos, sangre, cualquier cosa estrangulada, y
fornicación, cosas de las que deben guardarse.
Así,
Jacobo vuelve a despejar la situación de los gentiles que han creído. Le
pide a Pablo que se mantenga en el derecho de los judíos cristianos a seguir
observando la ley de Moisés.
Pablo es arrestado
26
Entonces Pablo tomó consigo a aquellos hombres, y al día siguiente, habiéndose
purificado con ellos, entró en el templo, para anunciar el cumplimiento de los
días de la purificación, cuando había de presentarse la ofrenda por cada uno de
ellos.
27 Pero
cuando estaban para cumplirse los siete días, unos judíos de Asia, al verle en
el templo, alborotaron a toda la multitud y le echaron mano,
28 dando
voces: ¡¡¡Varones israelitas, ayudad!!! Este es el hombre que por todas partes
enseña a todos contra el pueblo, la ley y este lugar; y además de esto, ha
metido a griegos en el templo, y ha profanado este santo lugar.
29
Porque antes habían visto con él en la ciudad a Trófimo, de Efeso, a quien
pensaban (enomizon, suponían)
que Pablo había metido en el templo.
30 Así
que toda la ciudad se conmovió, y se agolpó el pueblo; y apoderándose de Pablo,
le arrastraron fuera del templo, e inmediatamente cerraron las puertas.
31 Y
procurando ellos matarle, se le avisó al tribuno[1]
de la compañía, que toda la ciudad de Jerusalén estaba alborotada.
Tomó consigo a aquellos hombres y al día siguiente habiéndose
purificado con ellos
entró en el templo para notificar (diaggellön) a los
sacerdotes qué día se cumpliría el voto. No es necesario asumir que los votos
para cada uno de ellos expiraban el mismo día. Es probable que entrara al
templo un día por cada uno de los hermanos y un día por sí mismo. Lo que hizo
Pablo no tenía el propósito de conciliar a sus oponentes, a los judaizantes, que
habían ido sembrando calumnias contra él en Jerusalén como en Corinto. Su única
intención era la de quebrar el poder de estos «falsos apóstoles» sobre los
miles de Jerusalén que habían sido engañados por los acusadores de Pablo. Sin
embargo, todo el problema que le sobreviene en Jerusalén y Cesarea los
judaizantes no tienen nada que ver. Y los cristianos judíos no aparecen en
defensa de Pablo, aunque tampoco tuvieron oportunidad para ello. El ataque
contra él por parte de estos judíos de Asia no tenía relación alguna con las
calumnias de los judaizantes acerca de las pretendidas enseñanzas de Pablo de
que los cristianos judíos en la dispersión debían apartarse de la ley de
Moisés. Esta calumnia había quedado para siempre refutada al seguir el consejo
de Jacobo y justifica la prudencia del consejo y de la conducta de Pablo acerca
de ello.
Cuando estaban por
cumplirse los siete días (hai hepta hëmerai), cuando Pablo estaba acabando sus ofrendas acerca de los votos
por todos los cinco, tuvo lugar el incidente que había de hacer de él un preso
durante cinco años, pues al verle en
el templo, los judíos de Asia levantan un clamor de que lo está
deshonrando. Pablo no era conocido personalmente por parte de muchos judíos de
Jerusalén, aunque en el pasado fuese el líder de la persecución y muerte de
Esteban y el más destacado judío de la joven generación. Pero los judíos de
Éfeso lo conocían demasiado bien, y algunos de ellos estaban allí para la
fiesta de Pentecostés. Habían hecho planes contra él en Éfeso sin conseguir sus
fines (Hch. 19:23–41; 20:19), pero ahora tenían una nueva oportunidad. Pablo no
estaba en el santuario interior, sino sólo en los patios de afuera, alborotaron a toda la multitud y Le echaron mano, es decir atacaron
y apresaron a Pablo antes que fuera hecha la acusación.
¡Ayudadnos! (boëtheite)
gritaron,
como si se hubiera cometido un asesinato o un asalto. Las acusaciones en
contra de Pablo recuerdan las lanzadas contra Esteban (Hch. 6:13), en las que
por confesión propia Pablo había tenido parte (22:20) y se entremezclan la
verdad y la mentira. Pablo había dicho que el hecho de ser judío
no salvaría a nadie. Había enseñado que la ley de Moisés no era vinculante para
los gentiles. Mantenía, lo mismo que Jesús y Esteban, que el templo no era el
único lugar de adoración a Dios. Pero Pablo se gloriaba en ser judío,
consideraba que la ley de Moisés era apropiada para los judíos, y estaba
honrando el templo en este mismo momento.
Y
además de esto, ha metido a griegos en el templo, gritaron y no era verdad. Estos judíos
quieren decir que Pablo había introducido a griegos más allá de este atrio, al
atrio de Israel.
Clermont-Ganneau
encontró una inscripción en griego en una de las paredes de una mezquita en la
Vía Dolorosa que estaba en la pared dividiendo el atrio de Israel del atrio de
los Gentiles. La pena sobre el gentil que pasara el atrio de Israel era la muerte.
Ha profanado este santo lugar
(kekoinöken ton hagion topon touton).
Esta
es la esencia de la denuncia de estos astutos conspiradores de Éfeso, judíos
que lo odiaban por su obra allí y que probablemente «blasfemaban del Camino
delante de la multitud». Estos enemigos de Pablo habían lanzado ahora el grito
de «fuego» y desaparecen completamente de la escena (24:19).
Lucas
añade la razón de las insólitas acusaciones hechas contra Pablo: porque antes habían visto con él en la ciudad a Trófimo, de Éfeso. Los
judíos de Asia conocían a Trófimo de vista, así como a Pablo. Un día los habían
visto juntos en la ciudad. Esto era verdad. Acababan de atrapar a Pablo
en el templo y pensaban (enomizon, Imperfecto activo de nomizö,
común para denotar pensar o suponer). No habían visto a Trófimo con Pablo en el
templo, ni lo habían visto nunca allí. Simplemente pensaban que, si Pablo
estaba dispuesto a ser visto por las calles con un cristiano griego, no
vacilaría en llevarlo consigo al templo, esto es, al atrio de Israel, y que por
tanto lo mismo Pablo que Trófimo eran reos de muerte, especialmente Pablo que
lo había introducido. Ésta es la forma que el populacho ha pensado en todas las
edades. Muchos inocentes han muerto por la furia de una partida de
linchamiento.
Así que toda la ciudad se
alborotó (ekinëthë hë polis holë, primer aoristo pasivo de kineö, verbo común para un
movimiento de violencia). Y se agolpó
el pueblo y el clamor se extendió como un fuego desatado por la ciudad y
hubo un agolpamiento de gente que trataba de llegar al lugar del tumulto. Y apoderándose de Pablo lo arrastraron
fuera. E inmediatamente
cerraron las puertas entre el atrio de Israel y el de los
gentiles con un golpe y en el acto. Pero esto era sólo el comienzo, la
preparación para la verdadera obra del populacho. No querían contaminar el
lugar santo con sangre. Las puertas fueron cerradas por los levitas.
Y procurando ellos
matarle… Éste
era el verdadero propósito que perseguían. Durante las fiestas la guardia
romana estaba de guarnición en la Torre Antonia, en la esquina noroccidental
del templo, que se podía ver desde arriba, y con el que estaba enlazado por
unas escaleras. Al tribuno (töi
chiliarchöi), jefe de mil hombres o de una cohorte (Mr. 15:16).
Su nombre era Claudio Lisias. De la
compañía (tës speirës). Cada legión tenía seis tribunos, y así
cada tribuno (chiliarca) tenía un millar si la legión estaba al pleno de sus
efectivos.
Jerusalén
estaba alborotada y esto
era lo que habían deseado los conspiradores.
Pablo es rescatado
por el tribuno Claudio Lisias
32 Este, tomando luego soldados y centuriones, corrió a ellos.
Y cuando ellos vieron al tribuno y a los soldados, dejaron de golpear a Pablo.
33 Entonces, llegando el tribuno, le prendió y le mandó atar
con dos cadenas, y preguntó quién era y qué había hecho.
34 Pero entre la multitud, unos gritaban una cosa, y otros
otra; y como no podía entender nada de cierto a causa del alboroto, le mandó
llevar a la fortaleza.
35 Al llegar a las gradas, aconteció que era llevado en peso
por los soldados a causa de la violencia de la multitud;
36 porque la muchedumbre del pueblo venía detrás, gritando:
!!Muera!
Este, en
seguida, tomando
centuriones (hekatontarchas),
tomó consigo a varios cientos de soldados y bajó corriendo desde la Torre Antonia. Y el
populacho judío que había emprendido la tarea de matar a Pablo dejaron de golpearlo. Es decir, se
detuvieron antes de consumar su trabajo debido a la repentina llegada de
soldados romanos. Unos diez años antes de esto, en un tumulto durante la pascua
la guardia romana bajó también, y en el pánico que siguió varios cientos
murieron pisoteados.
Llegando le prendió y le
ató con dos cadenas como a una
persona violenta y sediciosa, probablemente el caudillo de una banda de
asesinos. Preguntó Lisias pero unos gritaban una
cosa, y otros otra. Y tuvo que
ser llevado a cuestas, en vilo. La muchedumbre estaba siguiéndolos, pues
burlados en sus propósitos de linchar a Pablo, estaban decididos a conseguir su
muerte. Y gritaban ¡Muera!. Volverá
a oír este grito de la misma multitud en Hechos 22:22. Lucas no dice que esta
muchedumbre pidiera la crucifixión de Pablo. Él estaba ahora aprendiendo qué
era compartir los sufrimientos de Cristo al oír el clamor de la multitud
retumbando una y otra vez en sus oídos.
Pablo pide defenderse
37 Cuando comenzaron a meter a Pablo en la fortaleza, dijo
al tribuno: ¿Se me permite decirte algo? Y él dijo: ¿Sabes griego?
38 ¿No eres tú aquel egipcio que levantó una sedición antes
de estos días, y sacó al desierto los cuatro mil sicarios?
39 Entonces dijo Pablo: Yo de cierto soy hombre judío de
Tarso, ciudadano de una ciudad no insignificante de Cilicia; pero te ruego que
me permitas hablar al pueblo.
40 Y cuando él se lo permitió, Pablo, estando en pie en las
gradas, hizo señal con la mano al pueblo. Y hecho gran silencio, habló en
lengua hebrea, diciendo:
¿Se me permite decirte algo? Pregunta Pablo en una asombrosa serenidad de Pablo delante del
populacho. Su cortés petición a Lisias fue en griego, para asombro del
chiliarca. ¿Sabes griego? (Hellënisti
ginöskeis). ¿Entonces no eres tú aquel egipcio? El bien conocido egipcio
que había causado tantos problemas a los romanos. Levantó una sedición con 4 mil sicarios «asesinos» (palabra
latina sicarius significa uno que llevaba una espada corta, sica,
bajo su capote, un asesino terrorista. Josefo emplea esta misma palabra para
designar a bandas de salteadores mandadas por este egipcio. Guerras II.
17, 6 y 13, 5; Ant. XX. 8, 10. Dice Josefo que había 30.000 que se
reunieron en el monte de los Olivos para ver caer las murallas de Jerusalén, no
meramente los 4.000 que Lisias afirmaI.
Pero
Lisias puede que se refiera al grupo armado de esta manera (banditti), el
núcleo de la chusma de 30.000. Lisias vio en el acto por el conocimiento de
Pablo del griego que no era el famoso egipcio que acaudillaba a los asesinos y
que había escapado cuando Félix atacó y dio muerte a la mayor.
Lo cierto es que yo soy
(Egö men eimi). En
contraste con la fantasiosa suposición de Lisias, Pablo le dice brevemente
quién él es: un judío (Ioudaios) de raza, de Tarso ... de Cilicia
(Tarseus tës Kilikias) de procedencia, perteneciente a Tarso, y orgulloso
de ello, una de las grandes ciudades del imperio con una gran universidad. Ciudadano de una ciudad no insignificante
(ouk asëmou poleös politës). Otra vez lítote, «no
insignificante». Y Pablo se llama ciudadano (politës) de Tarso. Ahora
Pablo hace su petición a Lisias. Que me permitas. Era una extraña
petición, y atrevida, querer dirigirse a esta chusma chillando en demanda de la
sangre de Pablo.
Y cuando él se lo
permitió (epitrepsantos autou), estando de pie en las gradas Pablo afronta la audiencia. La mayor parte
de hombres habrían temido hablar, pero no Pablo. Va a hablar de sí mismo sólo
si ello le da una posibilidad de presentar a Cristo ante esta enfurecida chusma
judía que contempla a Pablo como un judío renegado, uno que se ha cambiado la
camisa, un desertor, que había dado la espalda a Gamaliel y a todas las
tradiciones de su pueblo, que no sólo se había apartado del judaísmo al
cristianismo, sino que iba tras los gentiles y trataba a los gentiles como si
estuvieran sobre el mismo terreno que los judíos. Pablo sabe muy bien lo que esta
muchedumbre piensa de él. Hizo señal
con la mano. Agitó hacia abajo ante la multitud con la mano. En
26:1, Pablo extendió la mano y esperó hasta que se hizo el silencio. En
lengua hebrea (tëi Ebraidi dialektöi). El arameo que la gente de Jerusalén
conocía mejor que el griego. Pablo podía usar cualquiera de ambos idiomas a
voluntad. Sus enemigos habían dicho en Corinto que su «presencia corporal (era)
débil, y la palabra (suya) menospreciable» (2 Co. 10:10). Pero, desde luego,
hasta ellos tendrían que admitir que la estatura y las palabras de Pablo en
esta ocasión suben hasta alturas heroicas. Con aspecto sereno y majestuoso,
Pablo se enfrenta a la encolerizada multitud al pie de las escaleras.
[1] Su nombre era Claudio Lisias, comandante militar (quiliarca) de la
guarnición romana que estaba en Jerusalén cuando el apóstol Pablo visitó esa
ciudad por última vez alrededor del año 56 E.C., y a cuyo mando había 1.000
hombres. Como Lisias era un nombre griego, se deduce que Claudio era griego de
nacimiento. Adquirió la ciudadanía romana por una gran suma de dinero durante
el reinado de Claudio, y, como era costumbre entre los que obtenían dicha ciudadanía,
adoptó el nombre del emperador que gobernaba entonces.