lunes, 22 de julio de 2019

ESTUDIO SOBRE HECHOS 21 Hacia Jerusalén y principios de problemas

Jeremías Ramírez Vasillas

En este capítulo 21 nos narra el rápido viaje de Pablo y sus acompañantes desde Mileto a Jerusalén, pasando por Cos, Rodas, Patara, Tiro y Ptolemaida y Cesaréa, última parada antes de arribar a su destino final: Jerusalén, donde le esperan muchas dificultades, las cuáles él ya sabía iba a enfrentar. Su temple lo lleva a afrontar sin temor y decisión estos conflictos pues sabe que le abrirán foros para la predicación del evangelio.
Este capítulo tiene para nosotros varias enseñanzas importantes: que le camino cristiano es difícil pero el Señor nos acompaña; que la fama de Pablo ya era ampliamente conocida y apreciada o repudiada; que la fe en Jesús ha ido surgiendo en muchas ciudades cercanas Jerusalén como Tiro, Ptolemaida o Cesárea. Y que en Jerusalén la comunidad cristiana ha crecido y muchos judíos han aceptado el evangelio; que el odio de los judíos también había crecido y veían en Pablo a alguien que ponía en riesgo su status que habían conseguido en el imperio romano; que Dios utiliza de manera a las autoridades para ayudar a los cristianos y para cumplir sus planes. Tal es el caso del chillarca (o tribuno), Claudio Lisias, asentado en Jerusalén que lo rescata de las manos de los judíos que lo golpeaban y amenazaban con asesinarlo.
           
Viaje de Pablo a Jerusalén
1  Después de separarnos de ellos (en Mileto), zarpamos y fuimos con rumbo directo a Cos, y al día siguiente a Rodas, y de allí a Pátara.
2 Y hallando un barco que pasaba a Fenicia, nos embarcamos, y zarpamos.
3 Al avistar Chipre, dejándola a mano izquierda, navegamos a Siria, y arribamos a Tiro, porque el barco había de descargar allí.

Pablo y sus acompañantes parten de Mileto (lugar donde nació uno de los 7 sabios de Grecia, Tales de Mileto (624-546 a.C.) hacia Cos, una isla que estaba alrededor de 74 kilómetros al sur de Mileto, famosa como lugar de nacimiento de Hipócrates y Apeles, con una gran escuela médica. Había un gran centro comercial con muchos judíos.
Al día siguiente viajaron a Rodas, llamada la isla de las rosas porque el sol resplandecía la mayor parte de los días, y las rosas florecían lujuriosamente. Era la isla famosa por el gran coloso (una estatua de un hombre de pie que representaba al dios griego del sol, Helios. Según Plinio el Viejo, medía unos 32 m —un metro menos que la estatua de la libertad— y tenía una antorcha o charola con fuego. Estaba hecha de placas de bronce sobre un soporte de hierro. Se destruyó por un terremoto en el año 292 a.C.) de modo que ya había caído en aquellos tiempos. La isla estaba en la entrada del mar Egeo y tenía una gran universidad, especialmente para retórica y oratoria. Había también una gran actividad comercial.
Y al siguiente día viajaron a Pátara. Un puerto marítimo en la costa de Licia en la ribera izquierda del Xanthus (río en la antigua Licia en el que se encontraba la ciudad Xanthus). Había poseído en el pasado un oráculo de Apolos que rivalizaba con el de Delfos. Allí acudían centenares de barcos cada temporada.
Pablo había empleado una pequeña nave de cabotaje (probablemente alquilada) que echó anclas cada noche, en Cos, Rodas, Pátara. Al llegar a este último puerto, aún estaba a más de 600 kilómetros de Jerusalén. Y para cruzar el Mediterráneo necesitaba una nave de mayor calado. Por ello, en Pátara Pablo tomó un barco grande (mercante) que podía navegar por alta mar y que iba a Fenicia. Navegaron al sur de Chipre hasta llegar a Tiro. Allí había de descargar. Es probable que se tratara de un barco de transporte de cereales o de frutos. Aquí se precisaron de siete días para descargar y volver a cargar.

Estancia de Pablo en Tiro
4 Y hallados los discípulos (en Tiro), nos quedamos allí siete días; y ellos decían a Pablo por el Espíritu, que no subiese a Jerusalén.
5 Cumplidos aquellos días, salimos, acompañándonos todos, con sus mujeres e hijos, hasta fuera de la ciudad; y puestos de rodillas en la playa, oramos.
6 Y abrazándonos los unos a los otros, subimos al barco y ellos se volvieron a sus casas.

Había en Tiro era una ciudad grande pero su iglesia puede no haber sido grande. Es probable que algunos de los que habían huido de Jerusalén, y fueron a Fenicia (Hch. 11:19), comenzaran aquí la obra. Tal como en Tróade y en Mileto, aquí la infatigable energía de Pablo se evidencia con un celo característico. El Espíritu Santo indudablemente ya había anunciado a Pablo que en Jerusalén le esperaban cadenas y tribulaciones (20:23). A pesar de esta advertencia, Pablo siguió considerando su deber ir allá (20:22). Es evidente que Pablo interpretó la acción del Espíritu Santo como informativa y de advertencia, aunque los discípulos en Tiro le dieron la forma de prohibición.
Cumplido el número exacto de días —siete— del versículo 4. Partimos y seguimos nuestro viaje. Y los hermanos de Tiro los acompañaron, con sus mujeres e hijos igual que sucediera en Mileto (20:28). Aquí se hace la primera mención de niños en conexión con las iglesias apostólicas. Una vívida imagen aquí, como en Mileto, la evidente pincelada de un testigo ocular: “Hasta fuera de la ciudad”. Esta escena tiene lugar en público, igual que en Mileto, pero no les preocupa. Nos despedimos unos de otros. Una escena entrañable, pero «sin vínculos de una larga camaradería, ninguno de un amor que se aferra», que se habían hecho patentes en Mileto (Hch. 20:37ss.).

Pablo llega a Tolemaida y se queda un día
7 Y nosotros completamos la navegación, saliendo de Tiro y arribando a Tolemaida; y habiendo saludado a los hermanos, nos quedamos con ellos un día.

Completamos, es decir, llegaron a la última escala arribamos de Tiro a Tolemaida». Tolemaida es la moderna Acco o Acre, en Israel, llamada Aco en Jueces 1:31. Su puerto es el mejor de la costa de Palestina y está rodeado de montes. Está a unos cincuenta kilómetros al sur de Tiro. Nunca fue tomada por Israel en tiempos bíblicos, y era considerada ciudad filistea, aunque los griegos la contaban como una ciudad fenicia. Era la llave de la carretera que descendía por la costa entre Siria y Egipto y había sido dominada sucesivamente por los Ptolomeos (de los que derivó su nombre posterior de Tolemaida o Ptolemais), sirios y romanos. Habiendo saludado a los hermanos. La estancia fue corta, un día, pero «los hermanos» no fueron difíciles de encontrar.

Pablo llega a Cesarea y se hospeda en casa de Felipe
8 Al otro día, saliendo Pablo y los que con él estábamos, fuimos a Cesarea; y entrando en casa de Felipe el evangelista, que era uno de los siete, posamos con él.
9 Este tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban.
10 Y permaneciendo nosotros allí algunos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo,
11 quien viniendo a vernos, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles.
12 Al oír esto, le rogamos nosotros y los de aquel lugar, que no subiese a Jerusalén.
13 Entonces Pablo respondió: ¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.
14 Y como no le pudimos persuadir, desistimos, diciendo: Hágase la voluntad del Señor.

Al otro día se dirigen a Cesarea, probablemente por tierra, porque la travesía terminó en Tolemaida. Cesarea era la capital política de Judea bajo el imperio romano, donde vivían los procuradores. Era una ciudad importante, edificada por Herodes el Grande y nombrada así en honor de César Augusto. Tenía un magnífico puerto artificial. La mayor parte de sus habitantes eran griegos. Era la tercera vez que Pablo está en Cesarea. Y se hospeda esta vez en casa de Felipe el evangelista, el segundo en la lista de los siete diáconos, después de Esteban. Se distingue de Felipe el apóstol con este título. Su obra evangelística siguió a la muerte de Esteban en Samaria y Filistea. La palabra euëggelizeto «anunciaba el evangelio» se empleó en 8:40 y es el primero de los tres ejemplos en el N.T. de la palabra «evangelista» (Hch. 21:8; Ef. 4:11; 2 Ti. 4:5). Al parecer la palabra era empleada para describir a uno que narraba la historia del evangelio. Y aquí significa un misionero itinerante que «evangelizaba» comunidades. Los creyentes tienen dones diferentes, y Felipe tenía el de evangelizar, como Pablo. El ministro ideal combina los dones de evangelista, heraldo, maestro y pastor. ¡Qué tiempo de gozo tendría Pablo en conversación con Felipe! Podría aprender de él muchas cosas de valor acerca de los primeros tiempos del evangelio en Jerusalén. Y Lucas tomaría notas, cosa que probablemente hizo, acerca de los orígenes de la historia cristiana. Las secciones de Hechos en primera persona del plural representan un diario de viaje de Lucas [notas tomadas desde el viaje desde Tróade (Troas) a Roma]. Así que podemos suponer que Lucas está aquí reuniendo datos para su uso en el futuro. Si es así, éstos fueron para él días muy valiosos.
Felipe tenía el honor de tener en su casa a cuatro hijas vírgenes con el don de la profecía, lo que no era necesariamente la predicción de acontecimientos, aunque tal cosa también sucedía, como en el caso de Ágabo. Era más que la predicación normal (cf. 19:6) y era considerado por Pablo mayor que los otros dones, como el de las lenguas (1 Co. 14:1–33). Estas jóvenes profetisas son el cumplimiento de la profecía de Joel (2:28ss.) acerca de sus hijos e hijas profetizando, profecía citada por Pedro el día de Pentecostés (Hch. 2:17).
Muejres profetizas en el N.T. encontramos a Ana, la profetisa en el templo (Lc. 2:36), además de los himnos inspirados de Elisabet (Lc. 1:42–45) y de María (Lc. 1:46–55). Hubo también profetisas en el Antiguo Testamento, como Miriam, Débora, Hulda. En la actualidad, en nuestras Escuelas Dominicales, son las mujeres las que hacen la mayor parte de la enseñanza.
El profeta llamado Ágabo (prophëtës onomati Agabos) había sido citado en Hch. 11:28: “Y levantándose uno de ellos, llamado Agabo, daba a entender por el Espíritu, que vendría una gran hambre en toda la tierra habitada; la cual sucedió en tiempo de Claudio”.
Agabo toma el cinto de Pablo y atándose los pies y las manos, entrega su mensaje como lo hacían los profetas del Antiguo Testamento que empleaban frecuentemente actos simbólicos (Véase 1 Reyes 22:11 como ejemplo). Ágabo acababa de llegar de Jerusalén y probablemente conocía los sentimientos que hervían allí contra Pablo. Y el Espíritu Santo le había revelado que Pablo iba a ser «entregado» en manos de los gentiles. Captura que realmente sucedió y que le tomaría cinco años salirse de estas manos.
Al oir esto intentan persuadirlo de que no subiera. Vincent cita el caso de Régulo, que insistió en volver de Roma a Cartago a una muerte cierta, y el de Lutero de camino a la Dieta de Worms. Spalatino rogó a Lutero que no fuera. Lutero dijo: «Aunque pueda haber tantos demonios en Worms como tejas en los tejados, allá iré». Esta dramática advertencia de Ágabo se añadió a la de Tiro (21:4) y a la propia admisión de Pablo en Mileto (20:23). No es para asombrarse que Lucas y los otros mensajeros, junto con Felipe y sus hijas se unieran en coro para intentar disuadir a Pablo.
Pablo responde: ¿Qué hacéis llorando? quebrantándome el corazón (sunthruptontes mou tën kardian). El verbo sunthruptö, aplastar juntamente, es un término tardío del Koiné para apothruptö, desgajar, ambas palabras vívidas y expresivas. Aquí indica: enervar y acobardar a alguien, quebrantando la decisión de Pablo de proseguir en el cumplimiento de su deber. Y él contesta: Yo estoy dispuesto (Egö hetoimös echö). Yo me mantengo en disposición (adverbio, hetoimös), no sólo a ser atado sino a morir. La buena disposición de Pablo a morir, si era necesario, en Jerusalén, es como la de Jesús la última vez en su camino a Jerusalén (Lucas 9:51) que dijo que «él afirmó su rostro para ir a Jerusalén». La estatura de Pablo se eleva aquí a proporciones heroicas pues está dispuesto a morir «por el nombre del Señor Jesús» (huper tou onomatos tou kuriou Iësou).
Pablo, literalmente dice: «no siendo persuadido». Es decir, la voluntad de Pablo no fue quebrantada, ni siquiera algo torcida. Entonces Lucas dice que: Desistimos (hësuchasamen), antiguo verbo significando estar callados, silenciosos. Y agregan: Hágase la voluntad del Señor. Hay un singular candor en esta confesión de los amigos de Pablo. Por cuanto Pablo no iba a dejar que ellos consiguieran sus propios propósitos, se volvían conformes a que el Señor llevara a cabo la suya, conformidad después de fracasar en conseguir sus propósitos.

Pablo llega a Jerusalén
15 Después de esos días, hechos ya los preparativos, subimos a Jerusalén.
16 Y vinieron también con nosotros de Cesarea algunos de los discípulos, trayendo consigo a uno llamado Mnasón, de Chipre, discípulo antiguo, con quien nos hospedaríamos.

Algunos de los discípulos trajeron a uno llamado Mnasón, de Chipre, discípulo antiguo, con quien nos hospedaríamos. Este hombre era originalmente de Chipre, pero ahora vivía en Cesarea. El empleo de archaiöi para «antiguo» puede ser una referencia al hecho de que él fue uno de los discípulos originales en Pentecostés Furneaux afirma que «Al ir disminuyendo el número de los primeros discípulos, la siguiente generación otorgó una especie de honor a los supervivientes».

Pablo es recibido por los ancianos de Jerusalén
17 Cuando llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con gozo.
18 Y al día siguiente Pablo entró con nosotros a ver a Jacobo, y se hallaban reunidos todos los ancianos;
19 a los cuales, después de haberles saludado, les contó una por una las cosas que Dios había hecho entre los gentiles por su ministerio.
20 Cuando ellos lo oyeron, glorificaron a Dios, y le dijeron: Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley.
21 Pero se les ha informado en cuanto a ti, que enseñas a todos los judíos que están entre los gentiles a apostatar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni observen las costumbres.
22 ¿Qué hay, pues? La multitud se reunirá de cierto, porque oirán que has venido.
23 Haz, pues, esto que te decimos: Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen obligación de cumplir voto.
24 Tómalos contigo, purifícate con ellos, y paga sus gastos para que se rasuren la cabeza; y todos comprenderán que no hay nada de lo que se les informó acerca de ti, sino que tú también andas ordenadamente, guardando la ley.
25 Pero en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito determinando que no guarden nada de esto; solamente que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación.

«Nosotros habiendo llegado» a Jerusalén nos recibieron con gozo. Quizá esta primera bienvenida gozosa vino de parte de amigos personales de Pablo en Jerusalén. Pero, al día siguiente fue a ver a Jacobo, quizá solicitado por el propio Jacobo, líder de los cristianos en Jerusalén. Era probablemente la casa de Jacobo, y se hallaban presentes todos los ancianos (pantes te paregenonto hoi presbuteroi). Es evidente que Jacobo es el principal anciano y que los otros son sus invitados en una recepción formal a Pablo. Es digno de mención que no aparecen apóstoles algunos, aunque en el episodio de la Conferencia de Jerusalén aparecen tanto ancianos como apóstoles. Y no se invitó a toda la iglesia probablemente debido al conocido prejuicio en contra de Pablo causado por los judaizantes.
En esta ocasión Pablo tenía una gran historia que contar acerca de lo que había sucedido desde que lo habían visto por última vez de lo que Dios había hecho (epoiësen ho theos), y emprende, ante todo, dar a Dios la gloria. Es posible que en esta reunión formal Pablo observara una ausencia de calor y entusiasmo en contraste con la bienvenida que le habían dado sus amigos el día anterior. Furneaux cree que Pablo fue recibido fríamente aquel día a pesar de la generosa ofrenda que había traído de los cristianos gentiles. «Parece como si sus temores en cuanto a su acogida (Ro. 15:31) quedaran confirmados. Ni oímos que los cristianos en Jerusalén dieran ni un paso en su favor tanto ante las autoridades judías como ante las romanas, ni expresaran simpatía alguna con él durante su largo encarcelamiento en Cesarea». Lo más que se puede decir es que los judaizantes a los que hace referencia Jacobo no aparecen activamente en contra de él.
Después de oír los hechos de Dios a través de Pablo comenzaron a glorificar a Dios, pero de inmediato cambian de tema en la que están sus preocupaciones. Cuántos miles es una declaración es sorprendente, exagerada. Es indudable que había muchos miles de creyentes judíos en Jerusalén y algunos de ellos, doloroso es decirlo, judaizantes. Esta lista incluye a los cristianos de poblaciones vecinas en Palestina, e incluso de algunos de países extranjeros que estaban aquí para la Fiesta de Pentecostés, porque es probable que Pablo llegara a tiempo, como esperaba. Y todos ellos son celosos por la ley (pantes zëlötai tou nomou). El sustantivo “Zelotas” es mejor que el adjetivo “celosos” con el genitivo objetivo (tou nomou, por la ley). La palabra zelota proviene de zëloö, arder de celo, hervir. Había un partido de Zelotas (que había surgido de los fariseos) que se podrían llamar hoy en día «cabezas calientes», que provocaron la guerra con Roma. Uno de este partido, Simón el Zelota, era uno de los doce apóstoles. Es importante comprender la situación en Jerusalén. Quedó resuelto en la Conferencia de Jerusalén (Hch. 15 y Gá. 2) que la ley ceremonial de Moisés no debía ser impuesta a los cristianos gentiles. Pablo consiguió la libertad para ellos, pero no se dijo que estuviera mal que los judíos cristianos la observaran si lo deseaban. Hemos visto a Pablo observando la pascua en Filipos (Hch. 20:6). Los judaizantes se irritaron ante la victoria de Pablo y ante su energía en la difusión del evangelio entre los gentiles y le causaron muchos problemas en Galacia y Corinto. Estuvieron activos contra él en Jerusalén, y fue para deshacer este daño que Pablo recogió las grandes colectas de los cristianos gentiles para trasladar los fondos a Jerusalén, llevando consigo a delegados de las iglesias. Evidentemente, Pablo tenía verdaderas razones para su temor de problemas en Jerusalén mientras estaba aún en Corinto (Ro. 15:25) cuando pidió las oraciones de los cristianos de Roma (vv. 30–32). También estaban plenamente justificadas las advertencias, repetidas una y otra vez, a lo largo del camino.
La frase “se les ha informado en cuanto a ti” (katëchëthësan peri sou) significa sonar, resonar, hacerse eco de, enseñar oralmente. Esta enseñanza oral acerca de Pablo fue difundida eficazmente por los judaizantes y habían provocado problemas a Pedro (Hch. 11:2) y a Pablo (15:1, 5). Y aunque habían fracasado en sus ataques contra Pablo en los otros países, ahora intentan hacerle naufragar en el puerto, es decir, en Jerusalén, pues durante la prolongada ausencia de Pablo de Jerusalén han tenido las manos libres y gran éxito en difundir los prejuicios en contra de Pablo entre los cristianos de Jerusalén. Por ello Jacobo, en presencia de los demás ancianos y probablemente por sugerencia de ellos, le aclara a Pablo la situación actual. Que enseñas a todos los judíos que están entre los gentiles a apostatar de Moisés Literalmente, «que tú estás enseñando a todos los judíos entre los gentiles apostasía de Moisés». Este es el meollo: apostasian (nuestro término apostasía). «A los ojos de la iglesia de Jerusalén ésta era una cuestión de mucha mayor seriedad que la posición de los convertidos gentiles». Pero aquí no son los judaizantes, sino los ancianos de la iglesia. Si bien no creen esta falsa acusación, quieren que Pablo la refute para todos los que quisieran conocerla.
Esta apostasía específicamente consistía que dicen que Pablo indicaba que no circuncidaran a sus hijos. Sin embargo, Pablo enseñaba precisamente lo contrario (1 Co. 7:18) y circuncidó a Timoteo (Hch. 16:3) por cuanto era medio judío y medio griego. Su propia práctica es declarada en 1 Corintios 9:20 («a los judíos como judío»). Y que Pablo enseñaba que Ni observen las costumbres. La acusación aquí se extiende para cubrirlo todo y presentar a Pablo como un enemigo de la vida y enseñanzas del judaísmo. Esta misma acusación se había presentado contra Esteban cuando el joven Saulo (Pablo) era el líder de los adversarios (6:14): «Y cambiará las costumbres que nos legó Moisés». En realidad, parecía que para algunos de los judíos valía más Moisés que Dios (Hch. 6:11).
¿Qué es lo que se debe hacer con respecto a esto? Evidentemente, ni Jacobo ni los ancianos creen estas calumnias contra las enseñanzas de Pablo, pero hay muchos que sí las creen. Y no había forma de ocultar la llegada de Pablo, ni era prudente hacer tal cosa.
Al respecto, los ancianos habían pensado un plan de actuación por el que Pablo podría refutar las falsas acusaciones. Al parecer, algunos miembros de la iglesia de Jerusalén tienen obligación de cumplir un voto de nazareato temporal, como el de Números 6:1–21, y su finalización estaba marcada por medio de ciertas ofrendas en el templo y el trasquilamiento del cabello (Nm. 6:13–15). Además, «Se consideraba una obra piadosa sufragar los gastos de judíos menesterosos en relación con este voto, como lo hace Pablo aquí».
Le dicen: Tómalos y purifícate con ellos. Pablo asume el voto, paga sus gastos. Ramsay argumenta que Pablo disponía de mucho dinero en esta época, quizá de la herencia de su padre. Los gastos para cinco hombres serían de consideración, para que se rasuren la cabeza. Y todos comprenderán que tú también andas ordenadamente.
Les hemos escrito indica de que se trata de una explicación dada por Jacobo que no hace referencia a los cristianos gentiles, cuya libertad de la ley ceremonial mosaica quedó garantizada en la Conferencia de Jerusalén. Fue el mismo Jacobo el que había presidido en aquella conferencia, ofreciendo una resolución unánimemente adoptada. Jacobo se mantiene en aquella resolución y repite los principales extremos de la misma: cualquier cosa sacrificada a ídolos, sangre, cualquier cosa estrangulada, y fornicación, cosas de las que deben guardarse.
Así, Jacobo vuelve a despejar la situación de los gentiles que han creído. Le pide a Pablo que se mantenga en el derecho de los judíos cristianos a seguir observando la ley de Moisés.

Pablo es arrestado
26 Entonces Pablo tomó consigo a aquellos hombres, y al día siguiente, habiéndose purificado con ellos, entró en el templo, para anunciar el cumplimiento de los días de la purificación, cuando había de presentarse la ofrenda por cada uno de ellos.
27 Pero cuando estaban para cumplirse los siete días, unos judíos de Asia, al verle en el templo, alborotaron a toda la multitud y le echaron mano,
28 dando voces: ¡¡¡Varones israelitas, ayudad!!! Este es el hombre que por todas partes enseña a todos contra el pueblo, la ley y este lugar; y además de esto, ha metido a griegos en el templo, y ha profanado este santo lugar.
29 Porque antes habían visto con él en la ciudad a Trófimo, de Efeso, a quien pensaban (enomizon, suponían) que Pablo había metido en el templo.
30 Así que toda la ciudad se conmovió, y se agolpó el pueblo; y apoderándose de Pablo, le arrastraron fuera del templo, e inmediatamente cerraron las puertas.
31 Y procurando ellos matarle, se le avisó al tribuno[1] de la compañía, que toda la ciudad de Jerusalén estaba alborotada.

Tomó consigo a aquellos hombres y al día siguiente habiéndose purificado con ellos entró en el templo para notificar (diaggellön) a los sacerdotes qué día se cumpliría el voto. No es necesario asumir que los votos para cada uno de ellos expiraban el mismo día. Es probable que entrara al templo un día por cada uno de los hermanos y un día por sí mismo. Lo que hizo Pablo no tenía el propósito de conciliar a sus oponentes, a los judaizantes, que habían ido sembrando calumnias contra él en Jerusalén como en Corinto. Su única intención era la de quebrar el poder de estos «falsos apóstoles» sobre los miles de Jerusalén que habían sido engañados por los acusadores de Pablo. Sin embargo, todo el problema que le sobreviene en Jerusalén y Cesarea los judaizantes no tienen nada que ver. Y los cristianos judíos no aparecen en defensa de Pablo, aunque tampoco tuvieron oportunidad para ello. El ataque contra él por parte de estos judíos de Asia no tenía relación alguna con las calumnias de los judaizantes acerca de las pretendidas enseñanzas de Pablo de que los cristianos judíos en la dispersión debían apartarse de la ley de Moisés. Esta calumnia había quedado para siempre refutada al seguir el consejo de Jacobo y justifica la prudencia del consejo y de la conducta de Pablo acerca de ello.
Cuando estaban por cumplirse los siete días (hai hepta hëmerai), cuando Pablo estaba acabando sus ofrendas acerca de los votos por todos los cinco, tuvo lugar el incidente que había de hacer de él un preso durante cinco años, pues al verle en el templo, los judíos de Asia levantan un clamor de que lo está deshonrando. Pablo no era conocido personalmente por parte de muchos judíos de Jerusalén, aunque en el pasado fuese el líder de la persecución y muerte de Esteban y el más destacado judío de la joven generación. Pero los judíos de Éfeso lo conocían demasiado bien, y algunos de ellos estaban allí para la fiesta de Pentecostés. Habían hecho planes contra él en Éfeso sin conseguir sus fines (Hch. 19:23–41; 20:19), pero ahora tenían una nueva oportunidad. Pablo no estaba en el santuario interior, sino sólo en los patios de afuera, alborotaron a toda la multitud y Le echaron mano, es decir atacaron y apresaron a Pablo antes que fuera hecha la acusación.
¡Ayudadnos! (boëtheite) gritaron, como si se hubiera cometido un asesinato o un asalto. Las acusaciones en contra de Pablo recuerdan las lanzadas contra Esteban (Hch. 6:13), en las que por confesión propia Pablo había tenido parte (22:20) y se entremezclan la verdad y la mentira. Pablo había dicho que el hecho de ser judío no salvaría a nadie. Había enseñado que la ley de Moisés no era vinculante para los gentiles. Mantenía, lo mismo que Jesús y Esteban, que el templo no era el único lugar de adoración a Dios. Pero Pablo se gloriaba en ser judío, consideraba que la ley de Moisés era apropiada para los judíos, y estaba honrando el templo en este mismo momento.
Y además de esto, ha metido a griegos en el templo, gritaron y no era verdad. Estos judíos quieren decir que Pablo había introducido a griegos más allá de este atrio, al atrio de Israel.
Clermont-Ganneau encontró una inscripción en griego en una de las paredes de una mezquita en la Vía Dolorosa que estaba en la pared dividiendo el atrio de Israel del atrio de los Gentiles. La pena sobre el gentil que pasara el atrio de Israel era la muerte. Ha profanado este santo lugar (kekoinöken ton hagion topon touton).
Esta es la esencia de la denuncia de estos astutos conspiradores de Éfeso, judíos que lo odiaban por su obra allí y que probablemente «blasfemaban del Camino delante de la multitud». Estos enemigos de Pablo habían lanzado ahora el grito de «fuego» y desaparecen completamente de la escena (24:19).
Lucas añade la razón de las insólitas acusaciones hechas contra Pablo: porque antes habían visto con él en la ciudad a Trófimo, de Éfeso. Los judíos de Asia conocían a Trófimo de vista, así como a Pablo. Un día los habían visto juntos en la ciudad. Esto era verdad. Acababan de atrapar a Pablo en el templo y pensaban (enomizon, Imperfecto activo de nomizö, común para denotar pensar o suponer). No habían visto a Trófimo con Pablo en el templo, ni lo habían visto nunca allí. Simplemente pensaban que, si Pablo estaba dispuesto a ser visto por las calles con un cristiano griego, no vacilaría en llevarlo consigo al templo, esto es, al atrio de Israel, y que por tanto lo mismo Pablo que Trófimo eran reos de muerte, especialmente Pablo que lo había introducido. Ésta es la forma que el populacho ha pensado en todas las edades. Muchos inocentes han muerto por la furia de una partida de linchamiento.
Así que toda la ciudad se alborotó (ekinëthë hë polis holë, primer aoristo pasivo de kineö, verbo común para un movimiento de violencia). Y se agolpó el pueblo y el clamor se extendió como un fuego desatado por la ciudad y hubo un agolpamiento de gente que trataba de llegar al lugar del tumulto. Y apoderándose de Pablo lo arrastraron fuera. E inmediatamente cerraron las puertas entre el atrio de Israel y el de los gentiles con un golpe y en el acto. Pero esto era sólo el comienzo, la preparación para la verdadera obra del populacho. No querían contaminar el lugar santo con sangre. Las puertas fueron cerradas por los levitas.
Y procurando ellos matarle… Éste era el verdadero propósito que perseguían. Durante las fiestas la guardia romana estaba de guarnición en la Torre Antonia, en la esquina noroccidental del templo, que se podía ver desde arriba, y con el que estaba enlazado por unas escaleras. Al tribuno (töi chiliarchöi), jefe de mil hombres o de una cohorte (Mr. 15:16). Su nombre era Claudio Lisias. De la compañía (tës speirës). Cada legión tenía seis tribunos, y así cada tribuno (chiliarca) tenía un millar si la legión estaba al pleno de sus efectivos.
Jerusalén estaba alborotada y esto era lo que habían deseado los conspiradores.

Pablo es rescatado por el tribuno Claudio Lisias
32 Este, tomando luego soldados y centuriones, corrió a ellos. Y cuando ellos vieron al tribuno y a los soldados, dejaron de golpear a Pablo.
33 Entonces, llegando el tribuno, le prendió y le mandó atar con dos cadenas, y preguntó quién era y qué había hecho.
34 Pero entre la multitud, unos gritaban una cosa, y otros otra; y como no podía entender nada de cierto a causa del alboroto, le mandó llevar a la fortaleza.
35 Al llegar a las gradas, aconteció que era llevado en peso por los soldados a causa de la violencia de la multitud;
36 porque la muchedumbre del pueblo venía detrás, gritando: !!Muera!

 Este, en seguida, tomando centuriones (hekatontarchas), tomó consigo a varios cientos de soldados y bajó corriendo desde la Torre Antonia. Y el populacho judío que había emprendido la tarea de matar a Pablo dejaron de golpearlo. Es decir, se detuvieron antes de consumar su trabajo debido a la repentina llegada de soldados romanos. Unos diez años antes de esto, en un tumulto durante la pascua la guardia romana bajó también, y en el pánico que siguió varios cientos murieron pisoteados.
Llegando le prendió y le ató con dos cadenas como a una persona violenta y sediciosa, probablemente el caudillo de una banda de asesinos. Preguntó Lisias pero unos gritaban una cosa, y otros otra. Y tuvo que ser llevado a cuestas, en vilo. La muchedumbre estaba siguiéndolos, pues burlados en sus propósitos de linchar a Pablo, estaban decididos a conseguir su muerte. Y gritaban ¡Muera!. Volverá a oír este grito de la misma multitud en Hechos 22:22. Lucas no dice que esta muchedumbre pidiera la crucifixión de Pablo. Él estaba ahora aprendiendo qué era compartir los sufrimientos de Cristo al oír el clamor de la multitud retumbando una y otra vez en sus oídos.

Pablo pide defenderse
37 Cuando comenzaron a meter a Pablo en la fortaleza, dijo al tribuno: ¿Se me permite decirte algo? Y él dijo: ¿Sabes griego?
38 ¿No eres tú aquel egipcio que levantó una sedición antes de estos días, y sacó al desierto los cuatro mil sicarios?
39 Entonces dijo Pablo: Yo de cierto soy hombre judío de Tarso, ciudadano de una ciudad no insignificante de Cilicia; pero te ruego que me permitas hablar al pueblo.
40 Y cuando él se lo permitió, Pablo, estando en pie en las gradas, hizo señal con la mano al pueblo. Y hecho gran silencio, habló en lengua hebrea, diciendo:

¿Se me permite decirte algo? Pregunta Pablo en una asombrosa serenidad de Pablo delante del populacho. Su cortés petición a Lisias fue en griego, para asombro del chiliarca. ¿Sabes griego? (Hellënisti ginöskeis). ¿Entonces no eres tú aquel egipcio? El bien conocido egipcio que había causado tantos problemas a los romanos. Levantó una sedición con 4 mil sicarios «asesinos» (palabra latina sicarius significa uno que llevaba una espada corta, sica, bajo su capote, un asesino terrorista. Josefo emplea esta misma palabra para designar a bandas de salteadores mandadas por este egipcio. Guerras II. 17, 6 y 13, 5; Ant. XX. 8, 10. Dice Josefo que había 30.000 que se reunieron en el monte de los Olivos para ver caer las murallas de Jerusalén, no meramente los 4.000 que Lisias afirmaI.
Pero Lisias puede que se refiera al grupo armado de esta manera (banditti), el núcleo de la chusma de 30.000. Lisias vio en el acto por el conocimiento de Pablo del griego que no era el famoso egipcio que acaudillaba a los asesinos y que había escapado cuando Félix atacó y dio muerte a la mayor.
Lo cierto es que yo soy (Egö men eimi). En contraste con la fantasiosa suposición de Lisias, Pablo le dice brevemente quién él es: un judío (Ioudaios) de raza, de Tarso ... de Cilicia (Tarseus tës Kilikias) de procedencia, perteneciente a Tarso, y orgulloso de ello, una de las grandes ciudades del imperio con una gran universidad. Ciudadano de una ciudad no insignificante (ouk asëmou poleös politës). Otra vez lítote, «no insignificante». Y Pablo se llama ciudadano (politës) de Tarso. Ahora Pablo hace su petición a Lisias. Que me permitas. Era una extraña petición, y atrevida, querer dirigirse a esta chusma chillando en demanda de la sangre de Pablo.
Y cuando él se lo permitió (epitrepsantos autou), estando de pie en las gradas Pablo afronta la audiencia. La mayor parte de hombres habrían temido hablar, pero no Pablo. Va a hablar de sí mismo sólo si ello le da una posibilidad de presentar a Cristo ante esta enfurecida chusma judía que contempla a Pablo como un judío renegado, uno que se ha cambiado la camisa, un desertor, que había dado la espalda a Gamaliel y a todas las tradiciones de su pueblo, que no sólo se había apartado del judaísmo al cristianismo, sino que iba tras los gentiles y trataba a los gentiles como si estuvieran sobre el mismo terreno que los judíos. Pablo sabe muy bien lo que esta muchedumbre piensa de él. Hizo señal con la mano. Agitó hacia abajo ante la multitud con la mano. En 26:1, Pablo extendió la mano y esperó hasta que se hizo el silencio. En lengua hebrea (tëi Ebraidi dialektöi). El arameo que la gente de Jerusalén conocía mejor que el griego. Pablo podía usar cualquiera de ambos idiomas a voluntad. Sus enemigos habían dicho en Corinto que su «presencia corporal (era) débil, y la palabra (suya) menospreciable» (2 Co. 10:10). Pero, desde luego, hasta ellos tendrían que admitir que la estatura y las palabras de Pablo en esta ocasión suben hasta alturas heroicas. Con aspecto sereno y majestuoso, Pablo se enfrenta a la encolerizada multitud al pie de las escaleras.





[1] Su nombre era Claudio Lisias, comandante militar (quiliarca) de la guarnición romana que estaba en Jerusalén cuando el apóstol Pablo visitó esa ciudad por última vez alrededor del año 56 E.C., y a cuyo mando había 1.000 hombres. Como Lisias era un nombre griego, se deduce que Claudio era griego de nacimiento. Adquirió la ciudadanía romana por una gran suma de dinero durante el reinado de Claudio, y, como era costumbre entre los que obtenían dicha ciudadanía, adoptó el nombre del emperador que gobernaba entonces.

ESTUDIO SOBRE APOCALIPSIS 20: Los mil años

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