En el evangelio Según
San Juan
Jeremías Ramírez
Vasillas
El
capítulo 18 y hasta el 19:6 narra el juicio y sentencia de Jesús, en el que está
en juego una situación importante, crucial sobre la verdad. Y digo que es muy
importante porque en todo el proceso judicial hay una tironeo entre mentira y
verdad. Aparentemente, al final prevalece la mentira, pero todo es parte de un
gran diseño universal.
Cuando Pilato interroga a Jesús no encuentra
elementos para declararlo culpable de pena capital. Al final del interrogatorio
Jesús le dice a Pilato cuál fue su misión en la tierra: dar testimonio de la verdad.
La verdad fue sentenciada al silencio,
pero paradójicamente este propósito de exterminio de la verdad hizo más potente
su voz, pues los dirigentes judíos pronto comprobarían que su intento de
acallar la verdad había fracasado. Y algo más: Caifás, Anás hubieran pasado al
olvido a ser mera referencia histórica, pero su vileza encendió las luminarias
de la verdad y quedaron desnudos ante ella.
El juicio y sentencia de Jesús lo
podemos dividir en las siguientes escenas:
1)
Arresto
2)
Interrogatorio
ante Anás
3)
Interrogatorio
ante Caifás
4)
Negación
de Pedro
5)
Presentación
ante Pilato
6)
Presentación
a Herodes
7)
Regreso
con Pilato
8)
Castigo
corporal de Jesús
9)
Intentos
de Pilato para exhonerarlo
10) Sentencia
Estas diez escenas inician con el
arresto de Jesús en Getsemaní y culminan con la sentencia de muerte. El
evangelio según San Juan no tiene todos los temas, pero si detalla una escena
que los otros evangelios apenas mencionan: el largo interrogatorio de Pilato y
el escenario en que se lleva a cabo.
Ahora bien, cuando uno estudia el juicio
de Jesús nos preguntamos ¿Jesús pudo haberse librado de la cruz, de esa muerte
atroz? Sí, al menos identifico tres terrenales y una celestial.
1)
La
gente que lo seguía pudo haber peleado por él, sí él los hubiese convocado a la
defensa.
2)
Si,
Pilato, que había encontrado que era inocente, hubiese aplicado la ley y
liberarlo.
3)
Que
los judíos justos se hubieran opuesto a este juicio ilegal y no le hubieran
seguido el juego a Anás y Caifás y sus cómplices.
4)
Que
Jesús hubiera llamado una legión de ángeles, pero esto significaría caer en la
tentación de Satanás. Recuérdese ese enfrentamiento de Jesús con Satanás en el
desierto.
Sin embargo, no lo hizo a pesar de que
de pronto parecía que el cuadro acusatorio se tambaleaba.
Arresto de Jesús
(Mt.
26.47-56; Mr. 14.43-50; Lc. 22.47-53)
1
Habiendo dicho Jesús estas cosas, salió con sus discípulos al otro lado del
torrente de Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró con sus discípulos.
2
Y también Judas, el que le entregaba, conocía aquel lugar, porque muchas veces
Jesús se había reunido allí con sus discípulos.
3
Judas, pues, tomando una compañía de soldados, y alguaciles de los principales
sacerdotes y de los fariseos, fue allí con linternas y antorchas, y con armas.
4
Pero Jesús, sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir, se adelantó y
les dijo: ¿A quién buscáis?
5
Le respondieron: A Jesús nazareno. Jesús les dijo: Yo soy. Y estaba también con
ellos Judas, el que le entregaba.
6
Cuando les dijo: Yo soy, retrocedieron, y cayeron a tierra.
7
Volvió, pues, a preguntarles: ¿A quién buscáis? Y ellos dijeron: A Jesús
nazareno.
8
Respondió Jesús: Os he dicho que yo soy; pues si me buscáis a mí, dejad ir a
éstos;
9
para que se cumpliese aquello que había dicho: De los que me diste, no perdí
ninguno.
10
Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo
del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco.
11
Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre
me ha dado, ¿no la he de beber?
En este evangelio la agonía de Jesús en
el huerto de Getsemaní no está narrado, sino que da paso de inmediato al
arresto.
Como podemos ver en la narración, el
huerto era un lugar habitual de Jesús para ir a orar o quizá también a
descansar, y por ello conocido por Judas.
Ahora bien, es curioso que Judas
haya comandado al grupo armado. No sólo lo vendió por una cantidad ridícula: 30
piezas de plata (algunos calculan que equivaldría a unos 1500 pesos) sino que
además dirigió a una compañía de
soldados y alguaciles. Una compañía romana era la décima parte de una legión (5
mil soldados), de modo que iba acompañado de unos 500 soldados. ¡500 soldados para
capturar a un hombre desarmado! ¿Creían acaso que Jesús iba a estar
atrincherado con un ejército de seguidores? ¿Por qué le tenían miedo? Y todos iban
con linternas y antorchas y armas. ¡Vaya situación! ¿Qué Judas no sabía en qué
condiciones se movía el Señir con sus discípulos? Aunque Pedro llevara una
espada, no eran hombres de armas ni violentos. ¿O temían que una legión de ángeles
se presentara cuál ejército?
Es fácil suponer, ya que veían en
esa noche oscura con antorchas que Jesús y los discípulos los vieron avanzar desde
mucha distancia y llegar lentamente. El Señor y los discípulos esperaron expectantes.
Y cuando estaban muy cerca el Señor se pone al frente y los interpela: “¿A
quién buscan?
Seguramente los soldados y los
funcionarios del templo no esperaban que quien les salía al paso, al frente de un
reducido grupo, fuera Jesús. Ellos quizá esperaban una multitud armada, y no, sólo
eran 12 hombres ¡12 hombres contra más de 500!
Y el hecho de que estuviera Jesús
frente a ello los tomó de sorpresa y retrocedieron y cayeron, como si algo
terrible estuviera frente a ellos. Cabe preguntar ¿Qué vieron los soldados a la
luz de las antorchas para que se hayan caído? No lo sabemos, pero yo pienso que
fue la autoridad espiritual del Señor, una autoridad imponente, una autoridad
que los había mantenido a raya con sus palabras, con su mirada, con el poder de
Dios que emanaba de él. Nos dice el evangelio tanto Mateo como Lucas que cuando
hablaba todos se admiraba porque “les enseñaba como quien tiene autoridad, y no
como los escribas”. Su autoridad fue la que se impuso a los soldados.
Llama la atención que su respuesta
fue: YO SOY. Cuando Moisés le pregunta a Jehová qué nombre le dirá a los que le
pregunten en su misión de rescatar a los israelitas de manos de los egipcios, Dios
le dice: Así dirás a los hijos de Israel: “YO SOY me ha enviado a vosotros.”
(Exodo 3:14). Es el mismo YO SOY que se repite en este evangelio: Yo soy la luz
del mundo, Yo soy la verdad, Yo soy la vida, Yo soy el camino…” Es decir, el
Señor asume su divinidad con esta sencilla cláusula: YOS SOY.
Luego pasa a defender a sus
discípulos. Él tenía la misión de ir a la cruz, no ellos. Y entonces Pedro saca
su espada a hiere a Malco, un siervo del sumo sacerdote, y le corta una oreja
(aunque no se la tira), oreja que milagrosamente Jesús sana de inmediato (Lucas
22:51).
Y reitera su disposición a beber la
copa de la amargura, del sacrificio, de la salvación de la humanidad.
Jesús ante el sumo sacerdote
(Mt.
26.57-58; Mr. 14.53-54; Lc. 22.54)
12
Entonces la compañía de soldados, el tribuno y los alguaciles de los judíos,
prendieron a Jesús y le ataron,
13
y le llevaron primeramente a Anás; porque era suegro de Caifás, que era sumo
sacerdote aquel año.
14
Era Caifás el que había dado el consejo a los judíos, de que convenía que un
solo hombre muriese por el pueblo.
Jesús
es llevado primero ante Anás, pero ¿quién era Anás? Este hombre, que ya no era
Sumo Sacerdote cuando arrestaron a Jesús, parece ser quien detenta el poder
detrás del trono. Una enciclopedia bíblica dice: “Anás (que significa 'gracia
de Dios', 'humilde' o 'el que contesta', vaya manera de traicionar su propio
nombre) era hijo de Set, y fue designado como sumo sacerdote por Quirino (gobernador
romano de Siria) en el año 6 d.C y duró en el cargo 9 años, pues en el año 15
d.C. fue depuesto por el procurador de Judea, Valerio Grato, y reemplazado por
Ismael, hijo de Fab. Con el correr del tiempo cinco de sus hijos, y también
Caifás, su yerno, fueron sumos sacerdotes”.
Anás, con el consentimiento del Sandrín y de Caifás, le dejaban ejercer el
poder, y por ello él fue quien presidió la solicitud de muerte del Señor ante
Pilato.
Y cuando termina de interrogarlo,
como veremos más adelante, se lo manda a su yerno Caifás, este sí era el sumo
sacerdote oficial. Cabe agregar que ya no era Dios o los levitas quienes decidían
quién debía ser el sumo sacerdote, sino ahora eran los gobernantes romanos.
Aquí, el evangelio de Juan hace un
paréntesis para insertar el inicio del drama del Pedro. Y de paso nos revela
que el lugar en dónde negó a su maestro fue en el patio de la casa de Anás.
Pedro en el patio de Anás
(Mt.
26.69-70; Mr. 14.66-68; Lc. 22.55-57)
15
Y seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Y este discípulo era conocido
del sumo sacerdote, y entró con Jesús al patio del sumo sacerdote;
16
mas Pedro estaba fuera, a la puerta. Salió, pues, el discípulo que era conocido
del sumo sacerdote, y habló a la portera, e hizo entrar a Pedro.
17
Entonces la criada portera dijo a Pedro: ¿No eres tú también de los discípulos
de este hombre? Dijo él: No lo soy.
18
Y estaban en pie los siervos y los alguaciles que habían encendido un fuego;
porque hacía frío, y se calentaban; y también con ellos estaba Pedro en pie,
calentándose.
¿Cuál
fue la razón de que Pedro pudiera entrar al patio de la casa de Anás? La
respuesta: para que se cumpliera la profecía del Señor: “Antes que el gallo cante, tú me negarás tres veces”.
De otra manera Pedro no iba a negar al Señor a menos que se viera
obligado por las circunstancias. Y dentro de la casa de Anás, el peligro se
respiraba en el ambiente. Pedro lo sentía, pero ya estaba dentro de la boca del
lobo. Es muy probable que tuviera mucho miedo, pero quería estar cerca del
Señor, quien estaba justamente en ese mismo patio, atado e interrogado.
Anás interroga a Jesús
(Mt.
26.59-66; Mr. 14.55-64; Lc. 22.66-71)
19
Y el sumo sacerdote preguntó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina.
20
Jesús le respondió: Yo públicamente he hablado al mundo; siempre he enseñado en
la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y nada he hablado
en oculto.
21
¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído, qué les haya yo
hablado; he aquí, ellos saben lo que yo he dicho.
22
Cuando Jesús hubo dicho esto, uno de los alguaciles, que estaba allí, le dio
una bofetada, diciendo: ¿Así respondes al sumo sacerdote?
23
Jesús le respondió: Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien,
¿por qué me golpeas?
24
Anás entonces le envió atado a Caifás, el sumo sacerdote.
Anás,
asumiendo el rol de autoridad máxima, interroga al Señor. Y Anás quiere que en
su respuesta Jesús cometa un error, quizá también tratando de intimidarlo. Pero
en la respuesta del Señor se denota firmeza y autoridad. Además.
Pedro niega a Jesús
(Mt.
26.71-75; Mr. 14.69-72; Lc. 22.58-62)
25
Estaba, pues, Pedro en pie, calentándose. Y le dijeron: ¿No eres tú de sus
discípulos? El negó, y dijo: No lo soy.
26
Uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había
cortado la oreja, le dijo: ¿No te vi yo en el huerto con él?
27
Negó Pedro otra vez; y en seguida cantó el gallo.
En este pasaje están las otras dos
negaciones. Pedro había fallado a su promesa de “Mi vida pondré por ti”, como había afirmado (Juan 13:37).
Y el Señor le había dicho que él lo iba a negar: “De cierto, de cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas
negado tres veces”. (Juan 13:38) Es probable que el miedo que se
respiraba allí hizo que Pedro negara al Señor de manera instintiva, como un
mecanismo de defensa, sin pensar siquiera que estaba negando a su Señor, hasta
que oyó el canto del gallo. Si bien este evangelio corta ahí su narración, es
en el evangelio de Lucas 22:61 y 62 vemos
como concluye el drama: “Entonces,
vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que
le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Y Pedro,
saliendo fuera, lloró amargamente”. El mundo de Pedro se había derrumbado.
Para fortuna de Pedro, el Señor también sabía eso y había orado para que le fe
de Pedro no faltara, pues de esa manera Satanás lo estaba sacudiendo. Y la fe
de Pedro no faltó. Tal vez de un hilo delgado se sostuvo, pero fue suficiente
para que se mantuviera firme, pues él estaba construido sobre la roca que es
Cristo.
Ahora bien, se ha especulado mucho
quién era ese discípulo conocido del sumo sacerdote sin llegar a una conclusión
definitiva, aunque la mayoría se inclina en señalar al mismo Juan el apóstol, y
se argumenta como base para esta hipótesis arguyendo que Juan era miembro de
una familia de pescadores que le surtía de este producto al sumo sacerdote,
razón por la cual también tenía una residencia en Jerusalén, casa en la que
recibió a María, la madre de Jesús, cuando el Señor la pone bajo su cuidado.
Jesús ante Pilato
(Mt.
27.1-2,11-31; Mr. 15.1-20; Lc. 23.1-5,13-25)
28
Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era de mañana, y ellos no
entraron en el pretorio para no contaminarse, y así poder comer la pascua.
29
Entonces salió Pilato a ellos, y les dijo: ¿Qué acusación traéis contra este
hombre?
30
Respondieron y le dijeron: Si éste no fuera malhechor, no te lo habríamos
entregado.
31
Entonces les dijo Pilato: Tomadle vosotros, y juzgadle según vuestra ley. Y los
judíos le dijeron: A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie;
32
para que se cumpliese la palabra que Jesús había dicho, dando a entender de qué
muerte iba a morir.
33
Entonces Pilato volvió a entrar en el pretorio, y llamó a Jesús y le dijo:
¿Eres tú el Rey de los judíos?
34
Jesús le respondió: ¿Dices tú esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de mí?
35
Pilato le respondió: ¿Soy yo acaso judío? Tu nación, y los principales
sacerdotes, te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?
36
Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo,
mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi
reino no es de aquí.
37
Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo
soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar
testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz.
38 Le dijo Pilato: ¿Qué es
la verdad?
Juan
es muy específico en la comparecencia de Jesús ante Pilato, y nos da detalles
que no aparecen en los otros evangelios. Primero, que los judíos se quedaron
afuera del pretorio, para evitar “contaminarse”. Estos eran de los que veían la
paja en el ojo ajeno y no la viga en el suyo. Son muy religiosos y observantes
de las reglas, pero respiran odio y están en la antesala de convertirse en
asesinos.
De modo que todo el interrogatorio
de Pilato se dio dentro del pretorio, fuera de la vista y los oídos de los
judíos. Y es así porque sale a dar sus conclusiones, de otro modo no habría
necesidad de reportar lo que había hablado con Jesús.
Y es muy evidente, en este
evangelio, la resistencia de Pilato a dictar la pena de muerte. Leyendo los
otros evangelios tenemos un cuadro más amplio de la situación de Pilato.
Cabe señalar que Pilato no era un
hombre sensible, sino un líder militar muy duro, que no se tentaba el corazón
en enviar a sus soldados a matar gente desarmada como sucedió en dos incidentes
anteriores: la muerte de los judíos que protestaron porque Pilato con el dinero
del templo construyó un acueducto para Jerusalén y acalló la protesta
violentamente y finalmente fue relevado del mando de Judea en el año 36,
después de reprimir fuertemente una revuelta de los samaritanos, durante la
cual crucificó a varios alborotadores. Era un gobernante autoritario que no
dudaba en usar la fuerza militar violentamente. De modo que aquí se ve como un
timorato, como un pusilánime, como un cobarde. ¿Por qué?
El factor que motivo a Pilato a
resistirse y buscar de muchas maneras zafarse de caso fue su miedo derivado de
que era un hombre muy supersticioso, como muchos de los paganos de aquel tiempo
(quizá nada diferente de hoy). Los romanos no tomaban una decisión importante
sin consultar a sus adivinos quienes exploraban los augurios, ya sea en los
intestinos de un animal, en el vuelo de las aves, etc. Y los sueños de su
esposa ya lo habían alertado. Nos dice Mateo 27:19: “Y estando él sentado (Pilato)
en el tribunal, su mujer le mandó aviso, diciendo: No tengas nada que ver con
ese justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por causa de El”.
Además, en Juan 19:7 nos dice que: “Los
judíos le respondieron: Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe
morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios. Cuando Pilato oyó decir esto, tuvo más miedo. Es
decir, ya tenía miedo y al saber que se decía “Hijo de Dios”, su miedo se
convirtió en pavor.
Es en este primer interrogatorio
cuando se da un diálogo muy importante a partir de la pregunta de Pilato: ¿Eres
tu rey? Y Jesús, luego de preguntarle si hablaba por él o por lo que había
oído, le dice que “Mi reino
no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían
para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí.”
Y agrega cuál era su misión en la tierra: “Yo para esto he nacido, y para esto he venido al
mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi
voz”. (v.
37).
Su misión, en resumen, era para
mostrar a la humanidad la verdad. Entonces Pilato le pregunta ¿QUÉ ES LA
VERDAD?
Hasta hoy esta pregunta ronda en la
mente de aquellos que tratan de llegar al fondo de las cosas.
La palabra griega para
"verdad" es alētheia, la
cual, literalmente significa "no-escondida" o "nada
escondido." Transmite la idea de que la verdad siempre está ahí, siempre
abierta y disponible para que todos puedan verla, con nada escondido u oculto.
La palabra hebrea para "verdad es emeth,
que significa "firmeza," "constancia," y
"duración." Tal definición implica una sustancia eterna y algo en que
se puede confiar.
Desde la perspectiva filosófica, hay
tres maneras simples de definir la verdad:
1. Verdad es lo que corresponde a la
realidad.
2. Verdad es lo que concuerda con su
objetivo.
3. Verdad es simplemente decirlo tal como
es.
Pero,
¿cuál es la verdad de la que hablaba el Señor? ¿Sabemos en qué consiste esa
VERDAD? Él dijo en Juan 14: 6 “Yo soy la verdad”. Más que un corpus filosófico o una constatación
entre símbolo y realidad, Jesús era la revelación de la VERDAD, la cual expresó
en sus enseñanzas y en su conducta. De modo que conocer la verdad no sólo se
logra a través de la teoría, sino sobre todo de integrarse a la verdad: “Dijo entonces Jesús a los judíos
que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis
verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará
libres”. (Juan
8:31 y 32)
Él enseñó y mostró que era la forma
de vida que quería Dios en la humanidad. Pero lograr el estilo de vida que Él
llevó se necesita recibir su espíritu, ser llenos de Él y entonces Él nos
“energizará” para poder vivir una vida verdadera.
La sola presencia de Jesús era una
demostración de la verdad, es decir, la revelación del verdadero sentido de la
vida. Y fueron pocos los que pudieron verla, seguirla, amarla. Y aunque su
mente a veces se confundía, no así su corazón. A los tardos de corazón, como
los discípulos en el camino de Emaús, les abrió las escrituras y su corazón se
encendió en un fuego nuevo. “No
ardía nuestro corazón…” Al final del versículo 37 le dice a Pilato: “Todo aquel que es de la verdad,
oye mi voz”. Es decir, “arde nuestro corazón”. Cuando vamos por el
camino de Emaús en esta vida el se acerca y si que lo reconozcamos nos abre su
palabra y nuestro corazón “arde” y damos media vuelta de regreso a su rebaño, a
su iglesia. ¡Bendito sea Dios!
Jesús ante Pilato… continuación.
38
(2) Y cuando hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos, y les dijo: Yo no
hallo en él ningún delito.
39
Pero vosotros tenéis la costumbre de que os suelte uno en la pascua. ¿Queréis,
pues, que os suelte al Rey de los judíos?
40
Entonces todos dieron voces de nuevo, diciendo: No a éste, sino a Barrabás. Y
Barrabás era ladrón.
Un
clavo más al ataúd de los judíos representó esta nueva oportunidad de librarse
cuando Pilato les dio a elegir si soltaba a Jesús y ellos pidieron la
liberación de un ladrón, de un delincuente: “No a este sino a Barrabás”. La
desgracia de la humanidad es que siguen eligiendo lo malo, lo terrible, a
satanás…” Aquí, Barrabás, es la representación del mal y eligen, para su
desgracia, a Barrabás.
Jesús ante Pilato… continuación. Juan
19
1
Así que, entonces tomó Pilato a Jesús, y le azotó.
2
Y los soldados entretejieron una corona de espinas, y la pusieron sobre su
cabeza, y le vistieron con un manto de púrpura;
3
y le decían: !!Salve, Rey de los judíos! y le daban de bofetadas.
4
Entonces Pilato salió otra vez, y les dijo: Mirad, os lo traigo fuera, para que
entendáis que ningún delito hallo en él.
5
Y salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato
les dijo: !!He aquí el hombre!
6
Cuando le vieron los principales sacerdotes y los alguaciles, dieron voces,
diciendo: !!Crucifícale! !!Crucifícale! Pilato les dijo: Tomadle vosotros, y
crucificadle; porque yo no hallo delito en él.
7
Los judíos le respondieron: Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe
morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios.
8
Cuando Pilato oyó decir esto, tuvo más miedo.
9
Y entró otra vez en el pretorio, y dijo a Jesús: ¿De dónde eres tú? Mas Jesús
no le dio respuesta.
10
Entonces le dijo Pilato: ¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para
crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte?
Dice Isaías 53: 7
“Angustiado él, y
afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja
delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca”. Las
terribles vejaciones las sufrió de manera gallarda, íntegra. Incluso ese cruel
castigo; los azotes con un látigo usual de aquel tiempo que consistía en un
látigo de cuero entretejido y con puntas metálicas que abrían la carne en cada
golpe. Además, lo vejaron poniendo una corona de espinas y el manto púrpura.
Todo lo anterior, se entiende, que
lo hizo para no tuviera que mandar a Jesús a la cruz. “Mirad, os lo traigo fuera para que entendáis que ningún
delito hallo en él”. La respuesta de los judíos: CRUCIFÍCALE, a gritos
terribles, cargados de odio. CRUCIFÍCALE gritaron y aun 20 siglos después se
oye la vibración en el aire las palabras que condenaban al hijo de Dios a la
muerte. Y con ello, los judíos se sentenciaban a sí mismo. “…el que a ti me ha entregado,
mayor pecado tiene”.
En el versículo 10 hay otra
revelación tremenda: las autoridades, por malas que fuesen, están ahí por Dios.
La razón específica de un Hitler, de un Nerón, están muy fuera del alcance de
nuestra comprensión. Algún día, allá en los cielos no revelará los mecanismos
ocultos.
Contrasta la serenidad de Jesús, con
el pavor que sentía Pilato, sobre todo, al darse cuenta que no podía zafarse,
que inevitablemente iba a ser cómplice, que su mismo miedo a perder el favor de
César lo estaba condenando. Y no pudo librarse de esta terrible
responsabilidad.
Jesús ante Pilato… continuación.
11
Respondió Jesús: Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de
arriba; por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene.
12
Desde entonces procuraba Pilato soltarle; pero los judíos daban voces,
diciendo: Si a éste sueltas, no eres amigo de César; todo el que se hace rey, a
César se opone.
13
Entonces Pilato, oyendo esto, llevó fuera a Jesús, y se sentó en el tribunal en
el lugar llamado el Enlosado, y en hebreo Gabata.
14
Era la preparación de la pascua, y como la hora sexta. Entonces dijo a los
judíos: !!He aquí vuestro Rey!
15
Pero ellos gritaron: !!Fuera, fuera, crucifícale! Pilato les dijo: ¿A vuestro
Rey he de crucificar? Respondieron los principales sacerdotes: No tenemos más
rey que César.
16
Así que entonces lo entregó a ellos para que fuese crucificado. Tomaron, pues,
a Jesús, y le llevaron.
En estos últimos versículos Pilato
insiste en tratar de zafarse de esta responsabilidad, pero en el juego de
fuerzas, ganan los judíos y pierde Pilato.
Y el Señor, una vez sentenciado, se
encamina al último trecho: la cruz, en una penosísima trayectoria en la que es
ayudado por Simón de Cirene hasta el Gólgota, en donde dará su vida por muchos,
y el carácter universal de su obra alcanza hasta para liberar al cosmos: “…por cuanto agradó al Padre que
en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las
cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos,
haciendo la paz mediante la sangre de su cruz. Y a vosotros también, que erais
en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras,
ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para
presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; (Colosenses 1:
19-22).