domingo, 27 de junio de 2021

QUMRAN de Eliette Abécassis


Jeremías Ramírez


A finales de 1946 unos beduinos encontraron accidentalmente en las cavernas cercanas al Mar Muerto, unas vasijas que contenían rollos de papiro e casi 2000 años de antigüedad. Los beduinos ignoraban la importancia histórica y religiosa de estos rollos y los vendieron a precio bajo a comerciantes que hicieron un lucrativo negocio.

Estos rollos pertenecían a la secta de los esenios que existió en tiempos de Jesús. Su desaparición se debió a que, en el año setenta, el ejército romano destruyó Jerusalén, persiguió a los rebeldes judíos y destruyó sus ciudades. Esta oleada destructiva alcanzó a los esenios. 

Antes de que la mano de Roma los alcanzara, los esenios escondieron sus manuscritos en las cuevas de las montañas cercanas y los resguardaron dentro de vasijas de barro. Y ahí permanecieron durante casi 20 siglos sin que alguien los descubriera. 

Estos rollos del Qumrán son manuscritos de las doctrinas de los esenios y fragmentos de la Biblia, lo cual vino a abrir nuevas áreas de conocimiento sobre sus creencias que hasta entonces se desconocían.

El hallazgo de los rollos se dio en medio del complicado conflicto político por la inminente declaración de la ONU en la que adjudicaría como propiedad del Estado de Israel una parte del territorio que era de los palestinos, quienes llevaban viviendo ahí mucho tiempo. Las naciones vecinas, como Egipto, Jordania, entre otros, se oponían pues consideraban a los judíos como unos intrusos. 

Cuando se dieron a conocer los primeros rollos su revelación sacudió a los investigadores y al mundo religioso e incluso alcanzó al público no especializado. Y surgieron diversas leyendas tratando de descalificar al cristianismo. Una de esas leyendas afirmaba que Jesús y a Juan el Bautista pertenecían a alguna rama de los esenios, y que el cristianismo no es más que esenismo, como afirma Paul Johnson en su libro Historia de los judíos. Sin embargo, los rollos confirman la veracidad y precisión de las versiones de la Biblia que nos han llegado. 

Eliette Abecassis  utiliza estos hechos para construir una novela policiaca, pero al mismo tiempo crea un lienzo expositivo de las creencias judías sobre el Mesías.  

La novela consta de ocho capítulos que corresponden a ocho supuestos pergaminos: el de los manuscritos, el de los santos, el de la guerra, el de la mujer, el de la disputa, el de las grutas, el perdido y el del Mesías.

 Cada capítulo inicia con la transcripción de un fragmento de los rollos mencionados y que sirve como introducción temática capitular. 

La trama se desarrolla a inicios del siglo XXI cuando las autoridades judías buscan rescatar un pergamino perdido que alguien lo guarda para evitar su divulgación pues se teme ese rollo destruya el edificio religioso cristiano que ha logrado mantenerse con cierta solidez durante 20 siglos. 

Las autoridades judías contratan al paleógrafo David Cohen para que busque quién tiene ese rollo perdido y, cuando lo encuentre, verifique su autenticidad. Para su protección personal comisionan a Ary, hijo del paleógrafo, quien tiene entrenamiento militar, pero que se ha unido a un grupo de judíos ortodoxos que viven en el barrio Mea Shearim, una especie de gueto en Jerusalén, y dedicarse a estudiar la Torá.

A medida que David y Ary empiezan su trabajo de investigación encuentran que los sospechosos de tener el rollo van siendo asesinados y crucificados y pronto padre e hijo se convertirán en blanco de los ataques. 

David y Ary sospechan que el rollo lo tiene el sacerdote católico, Pierre Michel, quien vive en Nueva York. Acuden a su departamento, pero cuando llegan éste ha huido, y encuentran dentro del departamento a una mujer: Jane Rogers, periodista neoyorquina que trabaja para la revista Biblical Arquelological Review, dirigida por Paul Johnson (no confundir con el autor de Historia de los judíos, este es un personaje ficticio). 

¿Cómo llegó esa mujer ahí? ¿Qué busca? Y mientras hablan con ella, un grupo de encapuchados irrumpe violentamente, golpean a Ary, y secuestran a David.

Ary y Jane se unen para localizar a David y, al mismo tiempo, seguir buscando el rollo perdido. Como no tienen pistas ni idea por donde empezar se les ocurre organizar una rueda de prensa donde prometen dar a conocer el rollo perdido y con ello atraer a los secuestradores pues piensan que el objetivo de ellos es el rollo. 

A la rueda de prensa acuden especialistas y reporteros, pero también el ex sacerdote, Pierre Michel, quien lleva el rollo perdido y pretende revelar su contenido. Antes de mostrar el pergamino Michel hace una disertación sobre su contenido en el cual afirma que el Jesús histórico es un desconocido para la cristiandad. 

Antes de que Pierre Michel pueda revelar la identidad de Jesús, Paul Johnson, saca una pistola y lo mata. En el caos que se genera Jane toma el pergamino y huye con Ary. Como ambos saben que permanecer en Estados Unidos es peligroso deciden viajar a Israel. Pero antes de que puedan escapar un desconocido los ataca, pero logran dominarlo. El agresor es un israelita llamado Kair Benyair, quien se niega a hablar. 

Una vez instalados en un hotel, en Jerusalén, Ary se da a la tarea de buscar a los beduinos que encontraron los rollos en Qumrán y logra localizar a Yohi, el hijo del beduino que encontró los rollos, y quien lleva varios años muerto. Yohi le cuenta que su padre, quien se llamaba Falipa, no encontró nada, sino que un extraño personaje le llevaba los rollos y su padre se encargaba de venderlos, pero cuando las otras tribus descubrieron que se estaban volviendo ricos los saquearon. Cuando Ary le pregunta el nombre de ese personaje resultó ser Kair Benyair. 

Ary regresa al hotel y tras interrogar y presionar a Benyair éste acepta llevarlos a las cuevas del Qumrán donde asevera hay más documentos ocultos. Los tres se internan en las entrañas del desierto de Judá y entran a unas cavernas desconocidas, pero justamente cuando han llegado al recinto donde hay más documentos aparecen unos hombres, matan a Benyair y apresan a Ary, pero Jane, que no ha entrado con ellos, al ver que no salen de las cuevas, regresa a Jerusalén para dar aviso a las autoridades. 

La novela tiene a ratos pasajes bien armados con mucha tensión dramática, como una buena novela policiaca, pero de pronto se pierde y al final trata de sorprender al lector con la aparición injustificada de los esenios quienes, dice, han vivido ocultos en las cuevas del Qumrán durante casi veinte siglos y ahora están por cambiar la historia. 

En las cuevas, Ary encuentra a su padre, quien fue secuestrado por miembros de los esenios, y la que ha pertenecido siempre. Los esenios obligan a Ary y a David a escribir todo lo que han encontrado en su investigación.

La novela termina con la transcripción del supuesto rollo perdido que no es más que una mezcla del Evangelio según San Juan con fragmentos de algunos de los rollos del mar muerto existentes y otro tanto de ficción. 

Pudo ser una buena novela policiaca, pero la autora se perdió forzando la trama con un argumento forzado, mesiánico, místico, en la que termina extraviándose. Tratando de ser interesante se enreda y pierde lo que había logrado de misterio y tensión en los pasajes más policiacos de la novela.

Lástima. Este libro me deja una lección: no volver a leer nada de doña Abecassis, pero le agradezco que me haya motivado a investigar más sobre los Rollos del Mar Muerto y descubrir cosas que no conocía.


sábado, 19 de junio de 2021

ESTUDIO SOBRE HEBREOS, CAP. 8

Jeremías Ramírez


Dice Ernesto Trenchard en su estudio sobre el libro de Los Hebreos: “…que se podría considerar la sección 8:1 hasta 10:18 como una porción homogénea, ya que en toda ella se presenta el ministerio del Señor en el tabernáculo permanente”. Sin embargo, este largo pasaje se divide en tres temas: “El nuevo pacto” (8:1-13), “”El ministerio del sumo sacerdote” (9:1-28) y “El sacrificio del sumo sacerdote” (10:1-18).

El mediador de un nuevo pacto

1  Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos,

2 ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre.

3 Porque todo sumo sacerdote está constituido para presentar ofrendas y sacrificios; por lo cual es necesario que también éste tenga algo que ofrecer.

En estos versículos el autor centra la atención del lector subrayando el punto principal: “…tenemos TAL SUMO SACERDOTE”. Con el adjetivo TAL el autor añade un significado ponderativo o intensificador ante las características de algo que se acaba de mencionar o es conocido. En este caso, es que el sacerdocio del Señor es de la orden de Melquisedec, que como hemos visto, es superior a la orden Aarónica, además que su sacerdocio es único, eterno, es decir, para siempre, sin principio ni fin; que Dios confirmó con un juramento; y que se basa no en algún nombramiento legal ni en requisitos raciales (ser descendiente de Aarón); que la muerte no puede afectar; que puede ofrecer un Sacrificio que no hay que repetir; que no tiene necesidad de ofrecer sacrificio por sus propios pecados. «¡Es precisamente un Sacerdote así el que tenemos en Jesús!», el cual se ha sentado a la diestra del trono de la Majestad de Dios en el Cielo, y es el Ministro del Santuario, único en majestad y en servicio o ministerio. 

El ministerio supremo del Sacerdote es abrir el camino hacia Dios a través de ofrendas y sacrificios. Los sacerdotes de la orden Aaronica lo hicieron repetidamente, año tras año, pero Jesús ha suprimido de una vez y para siempre las barreras que había entre Dios y el hombre, ofreciéndose a sí mismo como ofrenda y sacrificio y nos ha dejado un camino, que es Él mismo (Yo soy el camino, nos dice en Juan 14:6), y por este camino el hombre puede llegar a la presencia de Dios.

4 Así que, si estuviese sobre la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo aún sacerdotes que presentan las ofrendas según la ley;

5 los cuales sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales, como se le advirtió a Moisés cuando iba a erigir el tabernáculo, diciéndole: Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte.

Todos los sacerdotes israelitas debían ser parte de la familia levítica y de la descendencia de Aarón, como ya hemos dicho. El Señor Jesús era descendiente de Judá por lo tanto estaba impedido para que fuera designado como sacerdote, pero como es de la orden de Melquisedec, su sacerdocio es celestial.

Ahora bien, los sacerdotes terrenales servían siguiendo un modelo celestial, pero a pesar de seguir ese modelo sólo era una figura y sombra de las cosas celestiales.

Dios le dijo a Moisés: «Mira que los hagas de acuerdo con el modelo que se te ha mostrado en el monte» (Exodo 25:9; Exo 25:40 ). Dios le había mostrado a Moisés el modelo real del que todo culto terrenal es sólo una copia difusa; de modo que los sacerdotes terrenales cumplen un ministerio que no es más que una figura y sombra del orden celestial. 

Para la expresión “figura” el autor utiliza la palabra griega: hypodeigma, que quiere decir “boceto o copia”; y para “sombra” usa la palabra skiá, que quiere decir precisamente sombra, reflejo, fantasma, silueta. De modo que el sacerdocio terrenal, en tanto es sólo una copia, no puede introducirnos a la presencia de Dios. 

6 Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas. 

7 Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo.

Pero Jesús si puede introducirnos a la presencia de Dios, es la razón por la que se le  llame Mediador (Mesités) de un mejor pacto. Mesités viene de mesos, que quiere decir en medio. Un mesités es alguien que se coloca entre dos personas que están enemistadas y las reconcilia. En el griego jurídico, mesités era el avalista, garante o fiador. Es decir, era que estaba dispuesto a pagar la deuda de un amigo para arreglar las cosas. 

El Señor Jesús es nuestro avalista, nuestro garante, nuestro fiador, pues es quien lleva a cabo la intermediación, no en un tabernáculo terrenal, sino en uno celestial (es decir, que levantó el Señor y no el hombre), y que se sienta a la diestra (a la derecha) del trono de la Majestad en los cielos. Y quien actúa permanentemente desde el gran centro de todas las cosas donde se ejecutan todos los designios del altísimo.

En suma: Jesús es nuestro perfecto Mesités: porque se coloca entre nosotros y Dios. Abre el camino a la realidad y a Dios, y es el único que puede efectuar la reconciliación entre el hombre y Dios y su pacto es mucho mejor y está establecido sobre mejores promesas. Y esto es así porque el primero no fue perfecto (sin defecto), pero este segundo no tiene defecto. 

8 Porque reprendiéndolos dice:

    He aquí vienen días, dice el Señor,

    En que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto;

9 No como el pacto que hice con sus padres

El día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto;

Porque ellos no permanecieron en mi pacto,

Y yo me desentendí de ellos, dice el Señor.

En la Biblia, la palabra griega que se usa para pacto es diathéké. Por lo general, un pacto es un acuerdo en el que entran dos partes en igualdad de condiciones y, que si una de las partes incumple, el pacto queda anulado. 

Debemos tener presente que la palabra pacto en la Biblia no quiere decir que hemos llegado a un acuerdo con Dios en igualdad de condiciones, sino que toda la iniciativa pertenece a Dios. Él ha fijado los términos del pacto y el hombre no puede modificarlos. El Antiguo Pacto era el que Dios había hecho con el pueblo de Israel después de sacarlo de la esclavitud en Egipto y darles la Ley, pues Dios en Su Gracia se dirigió al pueblo de Israel y le ofreció una relación exclusiva con Él; pero esa relación dependía de la obediencia a la Ley. En Exodo 24:1-8 se narra este momento en que los israelitas aceptan este pacto: “Y (Moisés) tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos del pueblo, el cual dijo: Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos. Entonces Moisés tomó la sangre y roció sobre el pueblo, y dijo: He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho con vosotros sobre todas estas cosas”. (Exodo 24:7-8). 

Ahora bien, aquel Antiguo Pacto se ha anulado por imperfecto y Jesús ha iniciado, con el nuevo pacto, una nueva relación con Dios. Y este nuevo pacto, como dijimos, está fundado sobre mejores bases y mejores promesas, como dice en el versículo 6, pues el Antiguo Pacto dice en el versículo 7, no era plenamente satisfactorio, es decir, sin defecto. Si lo hubiera sido, no se habría tenido que realizar este Nuevo Pacto por medio de Jesús. 

En 1 de Corintios 11:24-25 leemos: “…el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre…” 

8  He aquí vienen días, dice el Señor,

    En que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto;

En griego hay dos palabras para nuevo: Néos y Kainós. Néos describe una cosa que es nueva en cuanto al tiempo; aunque sea una copia de sus predecesoras. Kainós quiere decir no sólo es nuevo sino diferente en cuanto a su especie. Por ejemplo, después del ferrocarril apareció el avión. El avión era un nuevo medio de trasporte pero diferente al ferrocarril pues ya no se desplazaba en tierra sino en el aire. El avión, por tanto, es Kainos.

El nuevo Pacto que Jesús establece es kainós, porque es diferente al Antiguo pacto, profetizado muchos años atrás por el profeta Jeremías (31:31–34). 

Y este PACTO que establece el Señor es nuevo en su extensión: va a incluir la casa de Israel y la casa de Judá. Mil años atrás, en los días de Roboam, el pueblo de Israel se había dividido en dos partes: Israel al norte, con diez tribus, y Judá al sur, con las otras dos; y estos dos reinos no se habían vuelto a unir. El Nuevo Pacto iba a unir lo que había estado dividido milenariamente; los que antes eran enemigos estarían unidos.

10 Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel

Después de aquellos días, dice el Señor:

Pondré mis leyes en la mente de ellos,

Y sobre su corazón las escribiré;

Y seré a ellos por Dios,

Y ellos me serán a mí por pueblo;

El Antiguo Pacto dependía de la obediencia a una Ley impuesta desde fuera, escrita en piedra; pero el Nuevo Pacto estaría escrito en los corazones y en las mentes de las personas, que obedecerían a Dios, no por miedo al castigo, sino por amor. Le obedecerían, no porque la Ley los obligaba a hacerlo, quisieran o no, sino porque tendrían escrito en el corazón el deseo de obedecerle y también los dotaba del poder de cumplir su leyes, imposibles sin su poder a través del Espíritu Santo que mora en cada creyente y nos “energiza” para hacer su voluntad. 

11 Y ninguno enseñará a su prójimo,

Ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor;

Porque todos me conocerán,

Desde el menor hasta el mayor de ellos.

Es este versículo nos dice que es nuevo en su universalidad. Todos los seres humanos conocerían a Dios, desde el más pequeño hasta el más grande. Eso era algo completamente nuevo. En la vida ordinaria de los judíos había muchas escisiones, separaciones. Por una parte estaban los fariseos y los ortodoxos que se regían por la Ley; y por otra, los llamados despectivamente "la gente de la tierra», personas ordinarias que no cumplían la ley ceremonial en todos sus detalles. Se les despreciaba. Y estaba prohibido tener alguna relación con ellos; por ejemplo, no se permitía que una joven se casara con uno de ellos pues se decía que era como dejarla a merced de las fieras; estaba prohibido hacer un viaje con ellos, e incluso, hasta donde fuera posible, tener algún trato o relación laboral o comercial con ellos. Para los estrictos cumplidores de la Ley, la gente ordinaria estaba fuera de la sociedad; pero en el Nuevo Pacto estas escisiones no existirían. Todas las personas —sabios y analfabetos, grandes y pequeños— conocerían al Señor. Las puertas que habían estado cerradas se abrirían de par en par.

12 Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades.

Sería diferente pues este Pacto realmente produciría el perdón pues Dios había dicho que mostraría Su Gracia en las iniquidades de ellos y que perdonaría sus pecados. La nueva relación está basada exclusivamente en Su amor. Bajo el Antiguo Pacto, uno podía mantener la relación con Dios solamente mediante el cumplimiento de la Ley; es decir, por su propio esfuerzo. Ahora, todo depende, no del esfuerzo humano, tan falible, sino solamente de la Gracia de Dios. El Nuevo Pacto pone a los hombres en relación con un Dios. 

Lo más contundente del Nuevo Pacto es que hace que la relación del hombre con Dios ya no dependa de la dudosa y vacilante fidelidad humana, sino de la segura e inmutable fidelidad de Dios. 

13 Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer.

Cuando dice que el Antiguo Pacto es viejo el autor de hebreos utiliza la palabra griega (guéraskón), que deriva del un viejo verbo: Gëraskö que proviene de gëras (edad), y de gerön (viejo), palabra que hace referencia a la decadencia provocada por la ancianidad, es decir, que no sólo que se hace viejo, sino también que queda inservible y “está próximo a desaparecer”. Para “desaparecer” usa la palabra afanismós, que se utilizaba para indicar la acción de “borrar una inscripción, abolir una ley o arrasar una ciudad”. Así es que el Pacto que establece el Señor Jesús es nuevo en su especie y cancela definitivamente el anterior.


FUENTES:

Santa Biblia, Reina Valera, 1960.

William Barclay, Comentario al Nuevo Testamento: Hebreos, Vol. 13. Edit. Clie.

Ernesto Trenchard, Epístola a los Hebreos, Editorial Portavoz, 1957.

A.T. Robertson, Comentario al Texto Griego del Nuevo Testamento, Editorial Clie.



ESTUDIO SOBRE APOCALIPSIS 20: Los mil años

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