miércoles, 25 de junio de 2014

LAS PRUEBAS Y EL GOZO

Dice el apóstol Santiago (1:2) que tengamos mucho gozo cuando nos encontremos en diversas pruebas. Y el apóstol Pedro afirma que no veamos las pruebas como algo extraño, sino, como dice Cristo, que serán un distintivo de quien lo siga. Y aún más, Cristo nos insta a a que amemos a quienes nos persigan, oremos por ellos y les hagamos el bien, cosa que va en sentido contrario con nuestra naturaleza y con los valores de la cultura imperante.

En estos momento que paso por algunas pruebas, nada similares como las que pasaron los apóstoles, veo cuán difícil es, incluso el simple "no temeré mal alguno, cuando ande en valle de sombra de muerte".

Y esto me llevaba reflexionar en la muerte del Señor o en las advertencias de Pablo de que no fuese a Jerusalén. Y me preguntaba qué sintieron ellos en esos momentos, cómo fue su angustia ¿tuvieron miedo como yo lo tengo?

Pablo avisado una y otra vez, decide ir declarando que sabe bien que le esperan "prisiones y tribulaciones" pero agrega que de ninguna de esas cosas hace caso, con tal de que acabe su carrera con gozo. Y me imaginaba a Pablo bajando del barco, caminar por esos caminos, llegar a Jerusalén sintiendo a cada paso que van hacer sobre él. Yo iría muerto de miedo, orando y llorando, pero también temblando.

Y luego pasé a imaginar los sentimientos encontrados en el Señor que sabía que iba a enfrentar sufrimientos terribles que poco pensamos y ponderamos. Y en esa angustia terrible suda "gotas de sangre". Y en breve, llegan los soldados. Durante toda una noche es maltratado, golpeado, escupido, ofendido, juzgado injustamente, llevado ante los poderosos, coronado con espinas (sin con una pequeñita espina de tuna grito como desesperado), filosas espinas que se hunden en su cabeza, en su frente, sin poder quitársela. Y luego, cargar un madero, sintiendo (como hombre de carne y hueso que era) que cada paso es el último. Las fuerzas le fallan pues toda la noche y todo lo que va del día no tomado agua ni alimentos. Siente que no podrá dar un paso y finalmente las piernas se le vencen. Sus mismos verdugos advierten que no podrá llegar a la cima del Gólgota. Simón Cirene lleva la cruz en el último tramo. Y ya estando al pie de la cruz, su cuerpo debilitado, sin agua, con la piel abierta en terribles llagas, tan dolorosas que hasta el roce de la túnica lo lastima. Y finalmente ve esos gruesos clavos de hierro que le traspasan las manos, le rompen los huesos. Grita, seguramente gritó terriblemente. El dolor es inconcebible, indescriptible. Y paran la cruz. Incómodo, colgado, su dolor se incrementa. La sed, otra vez, lo atormenta. Y sufre también por sus discípulos que han huido, sólo están al pie de la cruz las mujeres y Juan. Al dolor físico y espiritual, se suman las burlas del populacho. Y finalmente ve que la muerte llega como una sombre terrible y grita Eli, Eli Lama Sabactani. En tus manos encomiendo mi espíritu, y expira.

Ante estos ejemplos de dolor, qué pueden ser nuestros sufrimientos. Sin embargo, la angustia llega, nos asola, lloramos, rogamos a Dios, lo interrogamos: ¿Por qué?

No dejemos de orar, de rogar, pero también pidamos al Señor que nos ayude a tener en alto valor esos momentos de angustia, de prueba, sabiendo que si soportamos la prueba va a producir en nosotros algo muy bueno y que el Señor no nos dejará sufrir más de lo que podemos soportar. Como diría Pablo, "Por tanto, no desmayamos; antes, aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día, pues esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas" (2a de Corintios 4:16-18).  Gracias Padre. Amén.

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