domingo, 18 de agosto de 2019

PABLO ANTE AGRIPA Comentarios sobre el libro de Los hechos de los apóstoles, cap. 26



Jeremías Ramírez Vasillas

Desde el capítulo 21, que Pablo es arrestado en Jerusalén, hasta el capítulo 26, ha pasado dos años como prisionero. Primero, por Claudio Lisias en la torre Antonia; y de ahí, a Cesárea, para quedar en manos del procurador Marco Antonio Félix (gobernador romano en la provincia de Judea de 52 a 58 d. C. Sucesor de Ventidio Cumano), hasta el fin de su mandato, dos años después. Y éste lo dejó en manos del nuevo gobernador, Porcio Festo (de quien se tiene poca información hasta que llegó al cargo), y todo ello, sin cargo alguno que ameritara la prisión o la sentencia de muerte.
Sin embargo, estas anomalías siguen el perfecto plan de Dios quien le dijo a Pablo, en Jerusalén, después de su comparecencia ante el Sanedrín: “Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma”.
            El camino iba a ser largo, muy largo: primero en la cárcel; luego, en un accidentado viaje en barco que termina en el desastre y, finalmente, llega a Roma como prisionero, pero en una posición interesante para divulgar el evangelio.
Esta posición la deja patente en una carta a los Filipenses: “Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han ocurrido han servido para mayor difusión del Evangelio, de tal modo que, ante el pretorio y ante todos los demás, ha quedado patente que me encuentro encadenado por Cristo, y asila mayor parte de los hermanos en el Señor, alentados por mis cadenas, se han atrevido con más audacia a predicar sin miedo la palabra de Dios” (Filipenses 1:12-14).
Es importante recordar que los caminos del Señor siguen una lógica incomprensible para nosotros. Como preso, Pablo tiene la oportunidad de testificar en el centro del poder romano. Realmente sabemos muy poco todo lo que pudo hacer como prisionero en Roma considerando que tuvo ciertos privilegios. Lucas nos dice al final de su evangelio: “Y Pablo permaneció dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento”.
Subrayemos: “sin impedimento”. ¿Y después? ¿Salió de la cárcel? ¿Siguió su camino a España, como había escrito que era su propósito? Tal vez no. El tono como le escribe a Timoteo en su segunda carta es que su muerte se aproxima: “Estoy a punto de derramar mi sangre en sacrificio, y el momento de mi partida es inminente”.
Por lo pronto, en este capítulo 26, vemos su comparecencia ante Agripa, el nieto de Herodes el Grande, con su mujer, Berenice, a petición de Porcio Festo, quien no entendía el problema, pues tenía que ver con las leyes judías las cuales, al parecer, no sabía nada.
Al inicio de este capítulo 26 vemos que ya se han reunido Porcio Festo, Agripa[1], su esposa Berenice, y una gran cantidad de espectadores, y seguramente soldados y público interesado.

Defensa de Pablo ante Agripa
1  Entonces Agripa dijo a Pablo: Se te permite hablar por ti mismo. Pablo entonces, extendiendo la mano, comenzó así su defensa:
2 Me tengo por dichoso, oh rey Agripa, de que haya de defenderme hoy delante de ti de todas las cosas de que soy acusado por los judíos.
3 Mayormente porque tú conoces todas las costumbres y cuestiones que hay entre los judíos; por lo cual te ruego que me oigas con paciencia.

Ésta es la más completa de las defensas de Pablo. No tiene palabra alguna de censura para sus enemigos, sino que aprovecha la oportunidad de predicar a Cristo a una compañía de tanta distinción. Y lo que hace con «una singular dignidad». Está ahora llevando el nombre de Cristo «en presencia de reyes» (Hch. 9:15). En general, Pablo sigue la línea argumental del discurso sobre las gradas de la Torre Antonia (capítulo 22 de Hechos).

Vida anterior de Pablo
4 Mi vida, pues, desde mi juventud, la cual desde el principio pasé en mi nación, en Jerusalén, la conocen todos los judíos;
5 los cuales también saben que yo desde el principio, si quieren testificarlo, conforme a la más rigurosa secta de nuestra religión, viví fariseo.
6 Y ahora, por la esperanza de la promesa que hizo Dios a nuestros padres soy llamado a juicio;
7 promesa cuyo cumplimiento esperan que han de alcanzar nuestras doce tribus, sirviendo constantemente a Dios de día y de noche. Por esta esperanza, oh rey Agripa, soy acusado por los judíos.
8 !!Qué! ¿Se juzga entre vosotros cosa increíble que Dios resucite a los muertos?

Empieza su discurso informando de sus antecedentes desde su juventud como fariseo, es decir, como un observante riguroso de la ley.
Y expone de inmediato las causas de que es acusado: “…por la esperanza de la promesa que hizo Dios a nuestros padres soy llamado a juicio…” una promesa que esperan que su cumplimiento alcance a las doce tribus.
            ¿En qué consiste esta promesa? En la redención del ser humano a través del sacrificio de Cristo, es decir, la liberación del pecado y, por ende, de la muerte, de modo tal que así como Cristo resucitó de los muertos, nosotros resucitaremos en el día postrero.
            Y la acusación, específica e insólita para Pablo, es que sea “cosa increíble que Dios resucite a los muertos”. Los saduceos no creían en la resurrección, pero los fariseos y la mayoría de los judíos, si creían. ¿Cómo es que lo juzgan por tal creencia?

Pablo el perseguidor
9 Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret;
10 lo cual también hice en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataron, yo di mi voto.
11 Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras.

Una vez que ha especificado cuál es la acusación, Pablo se presenta como celoso observante de la ley, al grado tal que persigue a los cristianos, pues creía que era su deber “hacer cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret”.
Y confiesa que su consentimiento en la muerte de Esteban, votando por la pena capital, en el sanedrín. Yo di mi voto (katënegka psephön). «Eché mi piedrecita» (negra). Los antiguos griegos empleaban piedrecitas blancas para la absolución (Ap. 2:17 “Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe”) y negras para condenar, como se usa aquí (los dos únicos casos de empleo de esta palabra en el N.T.). Echaban las piedras dentro de la urna y luego se contaban. Pablo, al parecer, no sólo con Esteban sino con otros mártires, puso su “piedrecita negra”.
            Pablo no se detiene y detalla la crueldad que utilizó en la persecución de los cristianos. Con esto demostraba el celo que tenía por la religión judía al combatir con fiereza lo que creía era la herejía cristiana.

Pablo relata su conversión
(Hch. 9.1-19; 22.6-16)
12 Ocupado en esto, iba yo a Damasco con poderes y en comisión de los principales sacerdotes,
13 cuando a mediodía, oh rey, yendo por el camino, vi una luz del cielo que sobrepasaba el resplandor del sol, la cual me rodeó a mí y a los que iban conmigo.
14 Y habiendo caído todos nosotros en tierra, oí una voz que me hablaba, y decía en lengua hebrea: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón.
15 Yo entonces dije: ¿Quién eres, Señor? Y el Señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues.
16 Pero levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti,
17 librándote de tu pueblo, y de los gentiles, a quienes ahora te envío,
18 para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados.

“Ocupado en esto”, es decir, en perseguir con crueldad a los cristianos, y con este ánimo iba a un lugar tan lejano de Jerusalén como Damasco, a unos 325 kilómetros, y además con los poderes otorgados por los principales sacerdotes. Pero, de pronto, una luz, y qué luz. Dios es luz y ningunas tinieblas hay en él. Y esa luz iluminó el fondo oscuro del corazón de Pablo. Una luz tan potente que todos cayeron a tierra. Y entonces le habla el Señor: “Saulo, Saulo, por qué me persigues”. "¿Quién eres?: Yo soy Jeshua, el que tú persigues”. Y de inmediato recibe su misión:

…para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti, librándote de tu pueblo, y de los gentiles, a quienes ahora te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados.

 Hay cuatro “para”, son cuatro objetivos:
            1) Para ser ministro y testigo
            2) Para que abras sus ojos. Y Pablo abrió los ojos de muchos, aunque muchos otros no quisieron abrirles, prefirieron las tinieblas a la luz.
            3) Para que se conviertan de las tinieblas a su luz admirable
            4) Para que reciban la herencia de los santos

            Y esos cuatro objetivos siguen vigentes, pues esos son los objetivos para los cuales debe trabajar la iglesia. Ministrar, quitar la ceguera espiritual, que salgan de las tinieblas a la luz y sean aptos para recibir la herencia de los santos.

Colosenses 1: 12-14: La herencia de los santos.
“…con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”.

            Hermano, ¿ya abriste los ojos? ¿Ya te diste cuenta de las tinieblas en que vives? Es hora de que salgas de ahí entregando tu vida a Cristo para que Él te lleve a su luz admirable, y te haga apto para la herencia de los santos: es decir, para vivir en el reino de su amado hijo siendo previamente redimido por su sangre de nuestros pecados que han traído sólo miserias a nuestra vida. Y este reino empieza aquí.

Pablo obedece a la visión
19 Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial,
20 sino que anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento.
21 Por causa de esto los judíos, prendiéndome en el templo, intentaron matarme.
22 Pero habiendo obtenido auxilio de Dios, persevero hasta el día de hoy, dando testimonio a pequeños y a grandes, no diciendo nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés dijeron que habían de suceder:
23 Que el Cristo había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los muertos, para anunciar luz al pueblo y a los gentiles.

Dios le habló, Jeshua le habló, y Pablo no fue rebelde. Si Dios no ha hablado, no seamos rebeldes. Pues tan pronto recobró la vista por mano de Ananías, se puso a convocar a la gente para que “…se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento”.
            Y fue por este mensaje que los judíos lo acusan y quieren matarle, pero no han podido, no por su buena suerte, o por eventos afortunados, sino por el auxilio de Dios. Y por ese auxilio Pablo persevera en esa comisión que Dios le encomendó, sin temer al peligro, la persecución y las amenazas de muerte. Y todo ello acorde a lo ya escrito de antemano por los profetas y Moisés: “Que el Cristo había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los muertos, para anunciar luz al pueblo y a los gentiles”.

Pablo insta a Agripa a que crea
24 Diciendo él estas cosas en su defensa, Festo a gran voz dijo: Estás loco, Pablo; las muchas letras te vuelven loco.
25 Mas él dijo: No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de cordura.
26 Pues el rey sabe estas cosas, delante de quien también hablo con toda confianza. Porque no pienso que ignora nada de esto; pues no se ha hecho esto en algún rincón.
27 ¿Crees, oh rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees.
28 Entonces Agripa dijo a Pablo: Por poco me persuades a ser cristiano.
29 Y Pablo dijo: !!Quisiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual yo soy, excepto estas cadenas!
30 Cuando había dicho estas cosas, se levantó el rey, y el gobernador, y Berenice, y los que se habían sentado con ellos;
31 y cuando se retiraron aparte, hablaban entre sí (deliberaban), diciendo: Ninguna cosa digna ni de muerte ni de prisión ha hecho este hombre.
32 Y Agripa dijo a Festo: Podía este hombre ser puesto en libertad, si no hubiera apelado a César.

Pablo era un erudito, un gran conocedor de la ley, de la profecía, pero también de la cultura griega, de la poesía, de la filosofía, de las creencias religiosas, como lo demostró a lo largo de sus viajes por Asia y Europa, específicamente en el Areópago, en Atenas. O bien en esas muchas referencias a los deportes o a las artes marciales con los cuales hacen símiles para preparar a los creyentes para la lucha espiritul.
Este discurso había sido tan elocuente, pero al mismo tiempo demasiado profundo para Festo, que grita (a gran voz): “Estás loco, Pablo; las muchas letras te vuelven loco”.
            Pablo contesta con mucha cortesía: Oh excelentísimo. Y subraya el hecho púbico de todos sus actos, no hay nada oculto. Y así es como debemos andar, sin ocultar nada (pues no se ha hecho esto en algún rincón): “Estad, pues […] ceñidos vuestros lomos con la verdad…“, escribe Pablo en Efesios 6:14. La verdad en nuestras vidas es tan importante pues nos hace fuertes, invulnerables. Cuando alguien miente, se pone en riesgo. Descubrir esa mentira destruye al mentiroso.
            ¿Crees esto he dicho? pregunta Pablo a Agripa, quien conocedor de la ley y los profetas, su respuesta debería ser afirmativa, pero eso lo comprometería. Pablo agrega: Sí, yo sé que crees, no lo niegues. Y de esta manera Pablo acorrala a Agripa, pero este como buen torero, se zafa: “Crees que con eso poco me persuades a ser cristiano”. Esta es el sentido que dicen estudiosos como F.F. Bruce y Robertson[2] tiene esta frase que la Reina Valera a traducido: “Por poco me convences a ser cristiano”.
            La expresión de Pablo en el verso 29 es uno de sus más caros deseos: que todos se conviertan, ese es el propósito de su ministerio: “Quisiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual yo soy, excepto estas cadenas”. Y es casi inevitable pensar que al final de frase levanta los brazos y le muestra las cadenas con las que estaba atado.
            Termina la comparecencia y el veredicto es contundente: “Ninguna cosa digna ni de muerte ni de prisión ha hecho este hombre”.
            ¿Entonces? ¿Por qué sigue preso? ¿Por qué lo retuvo tanto tiempo Félix? ¿Por qué lo quería llevar Festo a Jerusalén que obligó a Pablo a apelar a César, considerando que el César de ese momento no era otro que el terrible Nerón? Porque todo ello estaba en el Plan de Dios. Al apelar a César sería el mismo imperio romano quien cumpliría la voluntad de Dios llevando a Pablo a Roma, a donde el mismo señor le dijo a Pablo: “…es necesario que testifiques también en Roma”. Y a Roma irá por voluntad de Dios. ¡Gloria a su nombre que ninguna cosa está fuera de su control!
           



[1] Rey de los judíos, fue el nieto de Herodes el Grande, y el hijo de Aristóbulo IV y de Berenice.​ Originalmente llamado Marco Julio Agripa (en latín Marcus Julius Agrippa).
[2] Eso afirma F.F. Bruce en su Comentario a Hechos de los Apóstoles y aún más categórico A.T. Robertson en Comentario al texto griego del Nuevo Testamento.

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