Jeremías Ramírez Vasillas
Este
es uno de los capítulos más importantes de la Carta a los Romanos para el ser
humano y oro molido para los cristianos. Recordemos que Romanos en general y el
primer versículo de este capítulo, entre otros, provocaron es despertar
espiritual de Lutero pues a través de esta carta recibió una de las más grandes
revelaciones que lo llevó a escribir sus 95 tesis, que publica pegándolas en la
puerta de su iglesia, en Wittenberg, en octubre de 1517.
De esta forma se derrumbaba el
edificio católico que lucraba con la supuesta entrada al cielo pagando bulas e
indulgencias, pues afirma que la redención y la entrada al cielo era sólo por
fe, por medio de Jesucristo, y nada más. El ser humano no debe hacer algo más
que aceptar y confiar en la obra que Jesús había hecho en la cruz del calvario.
Ahora bien, es importante comprender
que este capítulo 5 es la conclusión de los cuatro capítulos precedentes, y el
inicio de una enseñanza medular en la vida cristiana, pues aquí el apóstol
Pablo desarrolla una serie de efectos concretos y contundentes en la vida del
cristiano cuando da el paso de fe y entra a la gracia de Dios.
Desafortunadamente la palabrería de
predicadores engañosos y un poderoso oleaje de incredulidad, ha alcanzado a la
iglesia y ha enturbiado estas verdades haciendo que los hijos de Dios vivan a
la deriva, en la incertidumbre, como si Cristo no hubiera hecho su obra
salvífica en ellos.
Así que sin más preámbulos entremos
al análisis de este importantísimo pasaje.
RESULTADOS DE LA JUSTIFICACIÓN
1. Justificados,
pues, por la fe, tenemos paz para con Dios
por medio de nuestro Señor Jesucristo;
2 por quien
también tenemos entrada (prosagogue) por la fe a esta gracia en la cual estamos
firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.
3 Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación
produce paciencia (en quien está en
Cristo);
4 y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza;
Paz con Dios. El pecado nos hace enemigos del
Dios Santo. Y la fe en la obra de Jesús nos hace amigos, amigos entrañables. En
el Antiguo Testamento nos damos cuenta como los israelitas tenían miedo de
tener un encuentro con Dios. Sus pecados los hacían vulnerables y sentían que
en cualquier omento podían morir. A Moisés le dicen: “Y
todo el pueblo percibía los truenos y relámpagos, el sonido de la trompeta y el
monte que humeaba; y cuando el pueblo vio aquello, temblaron, y se mantuvieron
a distancia. Entonces dijeron a Moisés: Habla tú con nosotros y escucharemos;
pero que no hable Dios con nosotros, no sea que muramos”. (Éxodo 20: 18
y 19).
Al
lugar santísimo no podían entrar, so pena de morir, ni aún los sacerdotes,
salvo el Sumo Sacerdote una vez al año.
Pero
cuando Cristo murió, el velo de este lugar santísimo se rasgó en dos dando paso
a la presencia de Dios a quien acepta la mediación de nuestro Señor, pues Él
nos justifica, es decir, nos limpia y nos presenta como justos, sin pecado,
para que seamos aceptados por Dios. “Bendito sea el
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición
espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes
de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él,
en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de
Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de
su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado…” (Efesios 1:3-6)
En
el versículo 2 encontramos una palabra interesante: “Entrada”. En griego es la
palabra Prosagogue que significa «introducción», «entrada», «acceso». Los
griegos la usaban para indicar cuando se conseguía el privilegio de ser “introducido
ante la realeza”. Es sólo a través de Jesús que somos prosagogados ante el trono de gracia, ante Dios, el autor de cielo
y la tierra, de universo, ese Dios que los hebreos en el Sinaí tenían miedo de
ver o de acercarse. Pedro, cuando descubre la divinidad del Señor, se postra y
dice: “Aléjate de mí que soy hombre pecador”.
Los padres de Sansón temen morir pues han estado en presencia del ángel de
Dios. Pero en Cristo podemos llegar hasta quien hizo los cielos y la tierra (a
esa gracia) sin miedo porque él nos presenta ante Dios sin mancha (Judas 24), y por ello nos hace capaces
de soportar las facetas difíciles de la vida hasta con gozo.
Ahora veamos que sucede en esta vida cuando hemos sido justificados
ante Dios y hemos entrado a su Gracia y de pronto atravesamos por problemas.
Bueno, pues es un momento no para tener miedo, para “gloriarnos”, pues es allí,
en ese escenario donde podemos desarrollarnos en el poder de Dios. La palabra tribulación es de traducción de este
sustantivo griego thlipsis (que
significa literalmente opresión). Él dice que en esos momentos de
opresión, podemos gloriarnos, sentirnos felices, porque esos problemas nos van
a permitir desarrollar la paciencia hupomonë
(capacidad para resistir el día
malo, es decir, desarrollar el músculo. Un comentarista usa la palabra
“entereza”, porque dice que esta palabra indica más que la capacidad de
aguantar (término pasivo), sino la capacidad de “persistencia” para
sobreponernos (activo), a los problemas. Es una actitud que desarrolla quien
está en proceso de recuperación, y no como el enfermo que espera que amanezca a
ver si alguien lo viene a ayudar.
Una cosa es aguantar las tribulaciones sin queja, pero otra es
encontrar motivos para gloriarse (alegrarnos) en medio de ellas, tal como Pablo
exhorta aquí.
Santiago 1:2 exhortaba a los hermanos a desarrollar una nueva
actitud como cristianos: “Hermanos míos, tened por sumo
gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra
fe produce paciencia”.
Una manera de describir en acción la paciencia es lo que dice
el Salmo 23: “Aunque ande en valle de sombra de muerte,
no temeré porqué tu estarás conmigo”.
Y este proceso nos permite obtener un carácter probado dokimë o temple, lo cual consolida nuestra esperanza elpis. El concepto de “esperanza” que se
tiene popularmente es el de “una vaga posibilidad de algo suceda”. Sin embargo,
en la Biblia significa una espera de algo que va a suceder, que ya viene, y no
que quizá suceda, sino la absoluta certeza de que así será.
Un ejemplo burdo es
ir a la estación de autobuses para abordar el autobús que pasará a una hora
determinada. Con toda confianza esperamos sabiendo que ese camión llegará. Si
no tuviéramos esa certeza, no esperaríamos. De inmediato buscaríamos otra
manera de viajar. Eso es “esperanza”.
Y la certeza nos la
da el “amor que ha sido derramado en nuestros corazones” y está echando raíces
en nuestro corazón por el Espíritu Santo. Es una sensación que nos hace sentir
confiados.
5 y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.
Quizá se pregunten ¿por
qué Pablo dice que la “esperanza no avergüenza”? Cuando confiamos en el ser
humano, es frecuente que falten a su promesa, y una esperanza frustrada genera
un sentimiento de haber sido burlados y no queremos que nadie se entere de
nuestro fracaso por confiar en alguien no confiable. Pero Dios no falla, no
fallará, nunca. Su palabra se cumple siempre, es decir, nunca nos dejará
“colgados” “avergonzados”. Dios es fiel siempre. Es cierto que a veces esos autobuses no
llegan. Eso sucede en esta vida. Pero con Dios, si hemos entrado a esta gracia,
eso no sucederá: él hará todo sin fallar. “En verdad os
digo que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la
tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán”. Mateo 24:34 y 35.
Es importante
subrayar que esta declaración de Pablo no es un supuesto teórico sino una
experiencia real que en mayor o menor medida experimenta todo cristiano. Y
entre mayor es nuestra comunión con Dios, mucha más perceptible será. “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros
un cada vez más excelente y eterno peso de gloria…” 2ª. De Corintios
4:17.
6 Porque Cristo, cuando aún éramos débiles,
a su tiempo murió por los impíos.
¿Débiles para qué? Para
sobreponernos al pecado, podíamos decir, inútiles, impotentes, incapaces,
derrotados por el pecado.
7 Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo,
pudiera ser que alguno osara morir por el bueno.
8 Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo
aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
Y como éramos débiles tuvo que
venir el Señor a morir por nosotros. Es decir, no le importó que el género
humano fuera corrupto, malvado, asesino, ladrón, él vino a morir por nosotros.
Desde que parece buena persona hasta el peor delincuente. Y ese ser acepta el
regalo de Dios, entonces…
9 Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por
él seremos salvos de la ira.
…somos
justificados.
10 Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios
por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por
su vida.
…somos
reconciliados para ser salvos…
11 Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios
por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la
reconciliación.
Por
eso no gloriamos, nos alegramos, brincamos de gusto, sin miedo, de llegar ante
Dios, porque Cristo nos presenta limpios, justos, inocentes.
SEGUNDA PARTE
El
versículo once de este capítulo 5 termina reiterando la reconciliación que
hemos tenido por el amor que nos tuvo y tiene el Señor Jesucristo, cuyo
sacrificio fue el acto poderoso para realizar esta obra.
Quizá alguno se preguntaría, ¿pero
qué necesidad de llegar a estos extremos? ¿Cómo fue necesaria esta locura?
¿Cómo se llegó a este estado? ¿Qué Dios no lo resolvió redimiendo a los judíos
de la esclavitud egipcia y otorgándoles un corpus legal bajo cuya guía es
posible alcanzar la gracia?
La respuesta reiterativa del apóstol
es NO. El problema del pecado es algo muchísimo más grave y compleja que no se
resuelve con el mero cumplimiento, muchas veces mecánico, de las leyes. Hoy el
mundo que no acepta el evangelio estudia y ensaya diversos métodos para volver
a la gente buena. Los teóricos del comunismo, como Marx, Engels, Troski, Lenin,
Mao, y muchos otros después de ellos afirmaban que era el medio social el que
corrompía a la gente. Cambiando ese ambiente automáticamente la gente se
volvería buena, solidaría, justa, trabajadora, amable. Más de un siglo después
e ha visto su fracaso. Pero los científicos sociales, los educadores, lo
sociólogos siguen buscando una cura al mal, al corazón en tinieblas, como diría
el novelista inglés Joseph Conrad. Y se desarrollan programas de gobierno con
grandes expectativas, pero sus logros nunca son totales. Pero la maldad sigue
reinando. ¿Por qué?
Adán y Cristo
12 Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un
hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por
cuanto todos pecaron.
Bueno, todo empezó con un hombre
y una mujer que desobedecieron. Y por ellos entró la muerte. “Porque la paga del pecado es muerte”. Romanos 6:23. Y
esa muerte está presente. Como diría un escritor: la única certeza que tenemos
los seres humanos es que vamos a morir. Terrible y insoluble problema. Los
escritores han jugado con la idea de la inmortalidad y la ciencia ha tratado de
encontrarla desde los viejos alquimistas de la Edad media hasta la moderna
ciencia médica. Y nada. “Ay, siguió muriendo”, escribió el poeta César Vallejo
en su poema Masa.
Pensemos
que ese pecado de Adán y Eva fue como un contagio. Cuando un virus o una
bacteria contagiosa, alcanza a una persona, ésta, a su pesar, la propagará a
otro y éste, a su vez, a otros, a otro y a otro, hasta alcanzar a toda la
comunidad. Así el pecado. La devastación que iba a provocar no la intuyeron
Adán y Eva. Pero ellos fueron la puerta de entrada.
Las
mitologías han contado este hecho de otras formas. Por ejemplo, el mito de la
Caja de Pandora: “Zeus, deseoso de vengarse de Prometeo por haber robado el
fuego y dárselo a los humanos, presentó a su hermano, Epimeteo, a Pandora, con
quien este se casó. Como regalo de bodas, Pandora recibió un misterioso pithos —una tinaja ovalada o una caja—
con instrucciones de no abrirla bajo ningún concepto. Los dioses le habían dado
a Pandora una gran curiosidad; y ella decidió abrir la tinaja para ver qué
había dentro. Al abrirla, escaparon de su interior todos los males del mundo.
Cuando atinó a cerrarla, solo quedaba en el fondo Elpis, el espíritu de la esperanza, el único bien que los dioses
habían metido en ella”.
13 Pues antes de la
ley, había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de
pecado.
Es
decir, no había quebrantamiento de la ley porque esta no ha sido promulgada. Y
por tanto a nadie se puede acusar de romperla. Eso quiere decir que “no se
inculpa de pecado”. Pero sí había pecado. Por eso escribe Pablo en verso 14:
14 No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a
la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir.
Si
bien alguien podría alegar que si alguien nació antes de que fuera promulgada
la ley, como es que era pecador. Pecador es el que viola una ley, pero si no
hay ley… Bueno, en ese caso, no se le puede acusar de transgredir la ley. Pero
esto no indica que tampoco había pecado en la humanidad. Y una prueba de que le
pecado reinaba es la gente que vivió después de Adán y antes de Moisés seguía
muríendo. Ellos no habían realizado el pecado de Eva ni Adán. No, pero ya
estaban contaminados y por ello “reinó la muerte”.
Ahora bien, ¿por qué dice Pablo que Adán es
figura del que había de venir? Porque Cristo es una figura similar a Adán, pero
inversa. Veamos como lo explica el apóstol.
15 Pero el don no fue como la transgresión; porque si por la
transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los
muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo.
Es
decir, Cristo no fue como Afán en sentido estricto. Él es el don y es diferente
o inverso, he dicho, porque por él, muchos llegaron y seguirán llegando a la
Gracia.
Como Dios de amor se deleita
mucho más en mostrar misericordia y perdón que en aplicar un justo castigo
(Lightfoot). El don sobrepasa al pecado. No es necesario para el argumento de
Pablo hacer que los «muchos» de cada caso se correspondan. En el primer caso
están los que se relacionan con Adán, en el segundo los que se relacionan con
Cristo.
16 Y con el don no sucede como en el caso de aquel uno que
pecó; porque ciertamente el juicio vino a causa de un solo pecado para
condenación, pero el don vino a causa de muchas transgresiones para
justificación.
El
apóstol vuelve a explicar, pero de otra manera, como funcionó ese Don, que a causa de muchas
transgresiones (una sobre abundancia de maldad y de muerte), el vino a
justificar, es decir, a limpiar, a hacer justos a los pecadores, es decir, a
nosotros, los que hemos aceptado su gracia. “…pero si
andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la
sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”. Juan 1:7
17 Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte,
mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la
abundancia de la gracia y del don de la justicia.
Por
la transgresión de uno reinó la muerte / Por la obediencia hasta muerte y
muerte de cruz, reinarán en Vida. Oh, qué maravilla.
18 Así que, como por la transgresión de uno vino la
condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino
a todos los hombres la justificación de vida.
Por
uno vino la condenación de todos / Por otro, la justificación de todos.
19 Porque así como por la desobediencia de un hombre los
muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los
muchos serán constituidos justos.
Por
la desobediencia de uno somos pecadores / Por la obediencia de uno, seremos
justos.
20 Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas
cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia;
Cuando el pecado abundó, es
decir, la maldad ahogó la vida humana, la puso en riesgo Pero entonces sobreabundó
la gracia, y sigue aquí esa Gracia. La desgracia es que los hombres prefieren
más las tinieblas que la luz, por ignorancia. “Y esta
es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las
tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace
lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean
reprendidas”. Juan 3: 19 y 20
21 para que así como el pecado reinó para muerte, así
también la gracia reine (hinahoutös kai hë charis basileusëi) por la
justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.
El pecado reinó para muerte / la
gracia reina por la justicia. A los israelitas, como vemos en los libros de
Josué y los jueces y en los demás libros históricos, entre más les decían que
debían obedecer a Dios, más desobedecía. La constante desde que salieron de
Egipto fue “hicieron lo malo ante los ojos de Jehová”. Una y otra y otra, hasta
que cayeron cautivos. Y de regreso del cautiverio babilónico, volvieron a
adorar a su religión, a su raza, a sí mismos, y su corazón estaba lejos, muy
lejos de Dios. Y estaba tan lejos que se atrevieron a matar a Jesús. Pero, no
obstante, esto no detuvo el amor de Dios, es decir, la acción salvífica de Cristo
muriendo en la cruz del calvario.
Ebasileusen, estableció su trono y el aoristo
de subjuntivo basileusëi (pueda
establecer su trono). «Este pleno final retórico tiene casi el valor de una
doxología» (Denney).