jueves, 27 de febrero de 2014

LA ESCLAVITUD


Hay de esclavitud a esclavitud. Las cadenas y los grilletes pueden aprisionar un cuerpo, pero no hay peor esclavitud que la conceptual. Una idea errónea nos puede en lúgubres prisiones y cegarnos la mirada, Y hoy, por el mundo, vagan muchos esclavos de sus ideas o de las ideas que alguien les implantó. Y no hay peor esclavitud conceptual que la del ateísmo. Cegado por la idea de ver a Dios en una flor, en un pez, en una estrella, en un poema, en un canto, en el silbo del viento,  en las sonrisa de los niños, son esclavos. Sólo quien conoce la libertad de Cristo sabe como ir a fondo con la vida. “Y conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres”.

VERDADERAMENTE LIBRES


San Pablo iniciaba algunas de sus cartas denominándose “Esclavo de Jesucristo”. ¿Y la libertad que pregona Cristo, dónde está? Parece una contradicción. Pero es precisamente en esa esclavitud que nos volvemos libres. Es como decir, para poder volar y sentir la libertad del aire, debo amarrarme a una ave o a un artefacto volador. Sin ello, no puedo volar. Sólo Cristo conoce la libertad, esa que nos hace ser nosotros mismos cuando nos negamos y no inundamos de él. ¡Vaya maravillosa paradoja!

VIDA SACRA Y VIDA SECULAR


Una desgracia de la iglesia moderna es dividir la vida en dos: una sagrada y otra secular. En la primera están todas las actividades religiosas o eclesiásticas; y en la otra, nuestras actividades cotidianas, pecaminosas o no. Esto nos hace infortunadamente en hipócritas, y ese tipo de vida a la larga nos produce infelicidad. El Señor vino para darnos vida en abundancia, es decir, para ser felices y hacer felices a todos los que nos rodean. Esa es su obra. Y el nos pondrá a realizar tareas eclesiales o no, pero ambas tienen que ser terreno sagrado. Como le dijo a Moisés frente a la zarza. Quita tu sandalias porque el suelo que pisas santo es. Me pregunto si ese cacho de desierto sigue siendo santo hasta hoy o sólo fue santo en ese momento. Yo creo que sólo lo fue en ese momento porque allí estaba Dios. Y donde está Dios, terreno santo es. Si nosotros expulsamos a Dios de nuestra oficina, casas, deportivos, auto, iglesia, esos lugares no son santos, pero si en ellos Él tienen la primacía en las actividades, esos lugar son santos y dedicado a él. Y esa oficina será al mismo tiempo un lugar para ganar dinero y para darle gloria y honra.

ÚTILES PARA QUIÉN


Dios quiere hacer de nosotros algo maravilloso y quiere usarnos para sus propósitos. Por qué no dejarnos. Hoy quiero dejarme, quiero se instrumento de su paz como decía San Francisco de Asis. O como dice ese canto, “Que mi vida entera esté, consagrada a ti Señor”. 

ADÁN, ¿DONDE ESTÁS TÚ?


Con mi nieta juego a veces a preguntarle “Yatzil, dónde estás”. Ella, a pesar de que no está escondida, responde: “Aquí toy”.
Esto me hizo recordar esa vez que Dios, en el Huerto del Edén, le hace la misma pregunta a Adán. ¿Por qué le pregunta? Porque Adán se escondió. Pero, ¿no es Dios omnisciente? Sí. Seguramente sabía dónde estaba físicamente Adán, pero la pregunta va más allá de la mera localización física, va a la localización emocional, espiritual.
Para Dios estamos siempre a la vista, pues no importa donde nos escondamos, dice Salmos, él nos puede ver, así nos vayamos al fondo del Seol  allí él va estar. Y no es que no sepa dónde estamos y trata de localizarnos con su poderosa vista, sino que somos nosotros los que nos hemos extraviado voluntaria o involuntariamente (caso raro), y estamos escondidos, a veces como los avestruces, metiendo la cabeza en un agujero, pero dejando el cuerpo a descubierto.
            Ante la reiteración de las preguntas de Dios, Adán finalmente sale de su escondite pues sabe que no puede esconderse de Dios.
¿No les parece absurda la actitud de Adán? Cuando pecamos, nuestra culpabilidad nos lleva a tratar de escondernos. Dice el evangelio de Juan que los hombres amaron más las tinieblas que la luz porque sus obras eran malas, es decir, se esconden para pecar, como si la ausencia de luz los pusiera a salvo de la vista de Dios. Cuando era niño y me portaba mal y mi madre venía buscándome para ajustar cuentas, yo corría o me escondía debajo de la cama. Más de una vez de allí me sacó para darme lo que merecía. Es el pecado el que nos lleva a escondernos.
Y como a Adán, Dios también nos llama. E igual que Adán, buscamos guarecernos de su mirada. Quizá, como Jonás, nos vamos lejos o pongamos excusas al llamado, Es que soy muy niño, dijo Jeremías; o, no sé hablar, dijo Moisés.
Y así pasamos largos años arrinconados en un clóset pasándola en verdad mal. Quizá ese closet sea una vida disoluta, o negocios torcidos o relaciones turbias, o nos escondemos en nuestra necedad o en nuestra amargura. pero algo en el fondo nos lastima hasta que de pronto tocamos fondo y decimos como el hijo pródigo: “No tengo necesidad, iré a mi padre”. Y salimos, finalmente, a la luz para reencontrarnos con él.

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