Estudio sobre Romanos 8
La segunda parte del capítulo siete de la Carta de Pablo a los Romanos versa sobre una poderosa
ley que opera en los seres humanos que contraviene las buenas intenciones de
vivir ajenos a la maldad. Esta ley o fuerza el apóstol Pablo la denomina “Ley
del pecado y de la muerte”. El ser humano está sujeto a esta ley y no hay, ni
en la autodisciplina ni en las religiones la manera de librarse de esta ley.
Sólo hay una posibilidad: vivir en el Espíritu de Dios, quien, bajo esa
circunstancia, entra operación otra ley, la Ley del Espíritu que nos libera de
la otra Ley.
1. Ahora, pues,
ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan
conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
Este pasaje nos dice que hay dos formas de vivir la
vida: siguiendo la lógica de los deseos y pasiones personales y siguiendo la
voluntad de Dios.
De modo que podemos afirmar: “Los que están, andan”.
El Señor dijo: …por
su frutos los conoceréis. (Mateo 7:20). Es decir, si ando el espíritu, mi
andar, mi conducta, lo que digo y hago, se ciñen a su voluntad.
2 Porque la ley del
Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha
librado de la ley del pecado y de
la muerte.
Ahora bien, existen dos leyes, es decir, dos fuerzas que gobiernan al ser
humano: La del espíritu y la del Pecado y la muerte. Cuando la muerte
entró por la desobediencia de Adán y Eva, entro esa fuerza, esa ley, contra la
cual algunos luchas desde su filosofía o desde alguna religión, sin resultados
más que parciales, como los de doble AA, etc.
Pero la Ley del espíritu es la fuerza que viene de
Dios. Ya no vivo yo, mas Cristo vive en
mí (Gálatas 2:20).
Y es mucho más poderosa que la otra ley. Es como la
fuerza de un avión que vence la fuerza de la carne y nos permite vencer
aquellas cosas que nos han hecho sufrir: vicios, lascivia, alcoholismo,
mentira, etc.
3 Porque lo que era
imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su
Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en
la carne; (4) para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no
andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
Lo que era imposible, fue posible por medio de Cristo.
Este fue el propósito de que haya venido a la tierra: a liberar a la humanidad
de su maldad y de la muerte. Y de esa forma que el ser humano alcanzara lo
IMPOSIBLE, lo que nunca había logrado. Andar conforme al espíritu nos permite
vivir al margen del yugo pecado.
Ahora bien, vivir así no es cosa simple. Si dejamos
de poner los ojos en Jesús, nos volvemos a hundir, como Pedro cuando caminaba
sobre el agua. Podemos decir, entre más andamos en el espíritu, menos andaremos
en la carne. Es una relación inversamente proporcional. Cuando la balanza se
inclina hacia el Espíritu, es lo que podríamos llamar “madurez espiritual”.
5 Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en
las cosas del Espíritu.
Quizá muchos pueden simular que andan en el
Espíritu, que son muy santos, diríamos en forma popular, pero por dentro. Por
ello, alguien que anda en la carne, puede aparentar, pero su mente lo delata:
su contenido mental estará de la lógica de la carne, es decir, de los valore de
esta sociedad: dinero, logro, placer, poder, etc.
Pero quienes están en el Espíritu, sus pensamientos
inevitablemente estarán enfocados en “todo lo bueno dice Pablo, en esto pensad.
Es decir, en todo aquello que haga bien a alguien.
El buen samaritano cuando vio al hombre herido, sus pensamientos fueron de bondad, de ayuda, de empatía con el herido.
No así los pensamientos de los sacerdotes.
6 Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse
del Espíritu es vida y paz.
Aquí podríamos decir que el inicio de una ocupación
está en la cabeza. Parafraseando al filósofo francés Descartes, “pienso luego
hago”. Los que se ocupan de la carne, nos dice Génesis 6:5, piensan en el mal: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres
era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el
mal”.
En Miqueas 2:1 leemos: !!Ay de los que en sus camas piensan
iniquidad y maquinan el mal, y
cuando llega la mañana lo ejecutan,
porque tienen en su mano el poder!
Pero el que se ocupa del espíritu, son
bienaventurados porque piensan bien: Bienaventurado
el que piensa en el pobre; En el día
malo lo librará Jehová (Salmos 41:1).
Miqueas 6:8: “Oh
hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y
humillarte ante tu Dios”.
7 Por cuanto los
designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley
de Dios, ni tampoco pueden; 8 y los que viven según la carne no pueden agradar
a Dios.
A la luz de lo que hemos analizado anteriormente, se
entiende con claridad el por qué de esta enemistad.
9 Mas vosotros no
vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros.
Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.
Si no tenemos al Espíritu de Cristo, entonces
seguimos siendo esclavos de la otra ley, la del pecado y de la muerte.
Pero, ¿qué es tener en el Espíritu? Es vital saber
que no basta decir hacer el bien, asistir a la iglesia con regularidad, leer de
vez en cuando la Biblia, intentar portarse bien… Nada de eso nos hace vivir en
el espíritu.
El Señor a Nicodemo, Os es necesario nacer de nuevo…” ¿Y cómo nacer de nuevo? La verdad
es muy fácil, pero al mismo tiempo difícil. Nos dice el evangelio de Juan: “A
todos los que le recibieron les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.
Y Ef 1:13 "En él también vosotros, habiendo
oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído
en él, fuisteis sellados con el Espíritu
Santo de la promesa". Ya se tiene el Espíritu.
Sin embargo, para llegar a este punto es tan
difícil. En Pablo fue un encontronazo, pero en otros, es un proceso largo. Y
muchos, nunca dan su brazo a torcer, empecinados en su forma de vivir habitual
y se niegan a “Nacer de nuevo”.
Vean que no basta observar la ley en su forma
ritual. El joven rico creía que hacia la voluntad de Dios, pero el Señor le dijo:
“Vende todo lo que tienes…”. A otros les
dijo: “Deja que los muertos entierren a sus muertes y sígueme”. Pero quizá la
ordenanza más dramática es esta (Mateo 16:24): “Si alguno quiere venir en pos
de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Eso es nacer de nuevo, dejándolo todo… le siguieron.
Negarse a sí mismo es renunciar a todo, renunciar a
nuestras prioridades habituales, a nuestro modo de vida, en suma, vender o
repudiar todo lo que tenemos. Pablo aseveró en Filipenses 3:8-9: “Y
ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida (basura) por la excelencia
del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura,
para ganar a Cristo y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley,
sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; …”
Si no estamos dispuestos a renunciar completamente
al pecado, es decir, a nuestro cómodo estilo de vida, no es posible que se
aplique en mi vida “la justicia que es de Dios por la fe…” Eso lo que el Señor
le dijo a Nicodemo: “Es necesario nacer de nuevo”.
Ahora bien, tomar
la cruz no es aguantar las dificultades de la vida, como muchas veces hemos
interpretado este pasaje, sino formarnos en la misma fila detrás del Señor para
ser sacrificados. Tomar el instrumento para ser sacrificados. Eso significaba LA
CRUZ a los que lo oyeron en aquel tiempo. La cruz era el símbolo de los
condenados a muerte. Y hoy significa lo mismo: estar dispuesto a todo por amor
de su nombre, como lo fueron y siguen siendo y haciendo los mártires que fueron
devorados por los leones.
Y una vez que hayamos puesto la cruz en nuestros
hombros, hay que seguirlo, puestos
siempre los ojos en el autor y consumador de la fe.
Ahora bien, una vez que hemos nacido de nuevo, ya
estamos bajo la soberanía de Dios, es decir, estamos bajo su órdenes en forma
plena, hemos pasado del viejo régimen al nuevo.
Y eso simboliza el bautismo: morir para nacer, morir
al pecado, a la otra vida.
Volvamos a Nicodemo. Él era un hombre sumamente
religioso; era un rico fariseo, maestro en Israel y miembro del Sanedrín y, por
ende, preocupado por cumplir la ley, por lo que deducimos, se portaba bien,
daba sus diezmos, observaba el sábado, las fiestas. No era un malhechor. Y fue
precisamente a él al que le dice “Tienes que nacer de nuevo”.
Leamos el pasaje: (Juan 3:1-10)
“Había un hombre de los fariseos que se llamaba
Nicodemo, un principal entre los judíos.
2 Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios
como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está
Dios con él. (¿A qué fue?)
3 Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te
digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.
4 Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer
siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y
nacer?
5 Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que
el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. 6
Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu,[a]
espíritu es. 7 No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo.
8 El viento[b] sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde
viene, ni a dónde va; así es todo aquel
que es nacido del Espíritu.
9 Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Cómo puede hacerse
esto?
10 Respondió Jesús y le dijo: ¿Eres tú maestro de
Israel, y no sabes esto?
El encuentro con Cristo, cuando es de verdad, hay
una reacción: la condición pecadora del hombre queda al descubierto.
Lucas 5:8
Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús,
diciendo: Apártate de mí, Señor,
porque soy hombre pecador.
Hechos 9: 3-6
3 Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar
cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo;
4 y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía:
Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
5 El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy
Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón.
6 El,
temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga?
10 Pero si Cristo está
en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el
espíritu vive a causa de la justicia.
Si Cristo está en nosotros… He aquí la clave para
resolver el terrible enigma existencial del ser humano, su destino, su sentido,
la muerte física… La barrera ignota y temible de la muerte pierde sentido.
1ª. Corintios 15: 55 ¿Dónde está, oh muerte, tu
aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?
11 Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a
Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará
también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.
“Aunque ande en valle de sombra de muerte…” Este
elemento comparativo es tremendo. La fuerza que puede derrotar al pecado y a la
muerte es esa misma fuerza poderosísima que levantó a Cristo de la muerte. Esta
muerte que se ha convertido en el hecho incuestionable que le da fundamento a
la fe y a tantas cosas hermosas que hombres resucitados espiritualmente han
hecho: enfrentado leones, cambiado imperios, transformado culturas, inaugurados
obras humanitarias, cambiado leyes, mejorado las condiciones de millones de
personas… Ese es el poder que nos puede transformar, si permitimos que nos
gobierne el espíritu de Dios.
12 Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para
que vivamos conforme a la carne; 13 porque si vivís conforme a la carne,
moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. 14
Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.
Los que son guiados por el Espíritu de Dios son
HIJOS DE DIOS. Ser hijo de Dios entonces
no es sólo un nombramiento sino una transformación que nos eleva encima de las
leyes del pecado, que nos libra de la muerte y que nos hace vivir de una forma
extraordinaria. Pero no experimentamos esto en la vida cotidiana, algo anda
mal. O no tenemos el Espíritu de Dios o hemos tomado nosotros el control de
nuestra vida relegando a Dios a “momentos de emergencia”. Si Él gobierna, todas
nuestras decisiones (esa es nuestra libertad) siempre será de beneficio
personal y de beneficio para el prójimo. ¿Se imaginan que mundo sería este en
el que todos los cristianos fuesen un tremenda fuerza del bien?
15 Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para
estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por
el cual clamamos: !!Abba, Padre!
La invitación aquí de Pablo es a asumir la plenitud
del Espíritu para enfrentarnos al pecado y a las fuerzas que lo promueven: los
valores, la sociedad, las transacciones, los malos amigos, las mujeres que nos
tientan, las ofertas de negocios suculentos pero turbios, etc. Y obtener la victoria.
16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de
que somos hijos de Dios.
Ah, una prueba contundente para que no quede duda.
Una manera de comprobar que el espíritu de Dios está
en nosotros es permitiéndole que nos gobierne, es decir, que bajo su poder
hagamos el bien. Y de esa forma podremos confirmar que el espíritu mora en
nosotros. ¿Que no puedo? Oro. Y me lanzo a la tarea imposible y podré ver entonces
actuando el poder de Dios.
17 Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y
coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que
juntamente con él seamos glorificados.
En este punto el apóstol cambia el discurso e
introduce un nuevo tema: el sufrimiento.
Pero no como un fenómeno aislado o ajeno, sino más bien como resultado normal
de quien va a contracorriente, es decir, obedeciendo a una ley que se
contrapone a otra: la del Espíritu que se contrapone a la del pecado y la
muerte, y en cuyo choque los hijos de Dios (nosotros) reciben golpes, los
cuales, como buen soldado de Jesucristo, debe aguantar y aceptar como algo
propio de esta lucha. (2ª. Timoteo 2:3) “Tú, pues, sufre penalidades como buen
soldado de Jesucristo”.
18 Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo
presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de
manifestarse.
Hay veces que las aflicciones y los problemas nos
hacen pensar si realmente Cristo está con nosotros, si somos sus hijos, incluso
nos hacen dudar de su existencia. He ahí porque introduce el tema. Parece que
no viene a cuento, pero sí. Pero es mucho más segura la “gloria venidera”. Con
esto en mente, habrá que pelear la buena batalla.
19 Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar
la manifestación de los hijos de Dios.
Y la situación actual de sufrimiento no es un hecho
aislado sino una generalización que va más allá del espectro humano, para ser contagiada
la creación entera. Las secuelas del pecado no sólo deja huellas en el ser
humano sino hasta en la naturaleza. Hoy estas huellas de violencia son harto
evidente: saqueo, sobreexplotación, contaminación, devastación, etc.
20 Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su
propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; 21 porque
también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la
libertad gloriosa de los hijos de Dios.
Sí, también la creación gozará de estar libre del
yugo del pecado. Nadie más la va a agredir más. La ambición del hombre (su
pecado de avaricia) cesará y ya no lo impulsará a talar bosques, contaminar
agua, suelo, etc.
22 Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una
está con dolores de parto hasta ahora;
Pero por lo pronto, gime, se duele, llora lágrimas
de ceniza.
23 y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que
tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros
mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo.
Y por supuesto, el ser humano particularmente aquel
que significa la redención, que sabe qué es lo que espera. Es quien más se
lamenta anhelando ya estar, donde es mucho mejor que en esta vida. ¿Hasta
cuando Señor? Decían los mártires en el apocalipsis. Y este libro cierra con
una frase impactante Apocalipsis 22:20: “El que da testimonio de estas cosas
dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús”.
24 Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que
se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? 25 Pero si
esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos.
Pero por lo pronto, hay que esperar y con paciencia
y gozo, aunque por momentos nos sintamos perdidos.
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26 Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra
debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el
Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.
Y si este sentimiento de abandono, de soledad, de impotencia,
de desesperación, incluso de no encontrar las palabras adecuadas con qué
comunicarnos con nuestro padre, Él además “intercede por nosotros” traduciendo
la confusión de nuestro corazón en el mensaje que no fuimos capaces de
articular.
27 Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la
intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los
santos.
Y esto es así por que Él “escudriña los corazones” y
descubre allí lo más importante que angustia nuestro corazón.
28 Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les
ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.
Y si de pronto las cosas “salen mal”, tengamos la
certeza que no hay nada que vaya a perjudicar nuestra alma, pues todo lo que
permita Dios en nuestra vida, así sea doloroso, es para mi bien. Muchas veces
lo importante es nuestra salud espiritual, pero como los dolores físicos los
sentimos más, pedimos por eso. Sólo cuando el espíritu nos hace sensibles y
vemos el daño espiritual que cargamos, hasta entonces. Y los problemas físicos,
las enfermedades o las dificultades nos llevan a darnos cuenta de nuestras
afectaciones espirituales.
29 Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes
a la imagen de su Hijo (somos predestinados), para que él sea el
primogénito entre muchos hermanos.
Predestinar en este caso significa de alguna forma
“les preparó”. Es como cuando invitamos a alguien a nuestra casa a comer. Les
preparamos desde antes de que lleguen los platillos, es decir, les
predestinamos un festín.
30 Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los
que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también
glorificó.
Un plan en el que estamos incluidos. Podríamos decir,
llamó y respondieron, era tierra fértil para que la palabra germinara. Y todas
las etapas se fueron dando por consecuencia. Por ello…
31 ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros,
¿quién contra nosotros?
Esta es la culminación. Llegar a la última etapa
significa tener a Dios de nuestro lado. Y él está de nuestro lado si antes nos
hemos puesto en el suyo. “A todos los que le recibieron fueron hechos hijos de
Dios”.
Pero si su espíritu no vive en nosotros, ¿cómo puede
Dios estar con nosotros? No hay nada que nos defienda. Hemos construido nuestra
casa sobre la arena. Si su espíritu vive en nosotros, este nos impulsará a
obedecerle, a hacer buena obras. No son las buenas obras la llave a la vida
eterna sino Jesús. El es la llave para hacer buenas obras. Muéstrame tu fe con
tus obras, escribió el apóstol Santiago.
32 El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo
entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?
Y está a nuestro favor al grado de que dios por
nosotros a Cristo. Esta es la demostración más grande de su amor de modo que
todo lo demás que necesitamos es menos que el sacrificio de Cristo en la cruz.
33 ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que
justifica.
34 ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más
aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que
también intercede por nosotros.
35 ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o
angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?
36
Como está escrito:
Por causa de ti somos muertos todo el
tiempo;
Somos contados como ovejas de matadero.
37 Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por
medio de aquel que nos amó.
38 Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida,
ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir,
39 ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada
nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.
Estos últimos versículos son un cántico hermoso y de
esperanza a los que andamos según el espíritu. Andemos cada día con más ahínco,
pues a la verdad, como le dijo el Señor a los discípulos: “La mies es mucha…”.
La necesidad urgente de la gente es mucha.
Cuando alguien dijo que en Querétaro, en el Tlacote,
brotaba agua milagrosa que curaba las enfermedades, largas filas se hacían para
llenar un garrafoncito. Las peregrinaciones a la Villa o a San Juan de los
Lagos son enormes, como enormes son sus necesidades.
Si el Señor se parara junto a nosotros y contemplara
este espectáculo, estoy seguro que lo oiría decir: “Ovejas sin pastor”, seres
extraviados, pensando que su miseria está en sus dolencias, en su pobreza, y no
en su corazón, en su espíritu.
A la Samaritana le dijo: “El que bebe del agua que
yo le de beber, no tendrá sed jamás”.
Si usted aún siente un vacío, pregúntese. ¿He tomado
del agua viva?, ¿vive Cristo en mí?, como diría el apóstol Pablo.
Si no, es el momento de renunciar al pecado, tomar
su cruz y seguirlo.