Jeremías Ramírez Vasillas
En este penúltimo capítulo —de la extensa y profunda carta a
los romanos—, el apóstol Pablo dicta sus últimas enseñanzas antes de
despedirse.
Una
característica de sus cartas es que nunca desperdicia la oportunidad de enseñar,
hasta en los saludos sigue dando cátedra y animando a sus destinatarios (y de
paso a todo cristiano) a ser mejores.
Seguramente
nunca se imaginó que sus palabras resonarían por todo el mundo 20 siglos
después.
Los
primeros versículos del capítulo 15 forman parte de la lección que desarrolló
ampliamente en el capítulo 14. Recordemos que él no versiculó ni capituló su
carta. De modo que estudiar sus escritos atendiendo a esa segmentación con
frecuencia trae cierta confusión.
La lección
del capítulo 14 termina en el versículo 6 de este capítulo 15. Y a partir del
versículo 7 hasta el fin del 15 aborda algunos aspectos relevantes como el carácter
universal del cristianismo, lo cual ya estaba anunciado en el Antiguo
testamento. La capacidad que todo cristiano tiene de ayudar y enseñar a los
hermanos más débiles y pide su apoyo en oración para su propósito de ir a
Jerusalén (donde sabe le esperan problemas) y luego pasar a Roma antes de
dirigirse a España, es decir, hasta lo último de la tierra pues creían que
hasta llegaba la extensión del mundo.
Soportando a los
débiles
1
Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los
débiles, y no agradarnos a nosotros mismos.
2 Cada uno de nosotros agrade a
su prójimo en lo que es bueno, para edificación.
3 Porque ni aun Cristo se agradó
a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te
vituperaban, cayeron sobre mí (Samos 69:9).
4 Porque las cosas que se
escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la
paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza.
5 Pero el Dios de la paciencia y de la consolación os dé
entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús,
6 para que unánimes, a una voz,
glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Aquí, el apóstol subraya la
importancia de responsabilizarnos de los demás, particularmente de quienes
tienen dificultades de comprensión o bien que su desarrollo es aún incipiente:
“Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para
edificación”.
Y como es también su manera de fundamentar sus enseñanzas,
apela o bien a los escritos proféticos o a los hechos realizados por Dios. Aquí
apela a Cristo, pues dice que él “no se agradó a sí mismo”, sino que fue
obediente hasta el vituperio, por amor a los débiles, a los pecadores. Y cita Salmos 69:9 “Porque me consumió el celo de tu casa; Y
los denuestos de los que te vituperaban, cayeron sobre mí”.
Y afirma que todos los escritos antiguos del Viejo Testamento,
no son letra muerta o caduca o pasada de moda, sino que siguen funcionando para
“nuestra enseñanza”, para que por medio de la PACIENCIA y la CONSOLACIÓN
logremos el mismo sentir (ver todas las cosas) según Cristo, por ejemplo, ver a
las multitudes en las calles como mera aglomeración o gentío sino como ovejas
sin pastor a quien tenemos la responsabilidad de orientar.
Esta manera de ver la vida según Cristo tiene como resultado
la “glorificación de Dios”. Es decir, Dios es glorificado con nuestros actos
más que con nuestras palabras, aunque un hablar gentil, generoso, es signo de
alguien que vive en Dios y Dios en él.
El evangelio a los
gentiles / la iglesia inclusiva
7 Por tanto, recibíos los unos a los otros,
como también Cristo nos recibió,
para gloria de Dios.
8 Pues os digo, que Cristo Jesús vino a ser siervo de la
circuncisión para mostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas
a los padres,
9 y para que los gentiles glorifiquen a Dios por su
misericordia, como está escrito:
Por tanto, yo te
confesaré entre los gentiles,
10 Y otra vez dice:
11 Y otra vez:
Alabad al Señor
todos los gentiles,
12 Y otra vez dice Isaías:
Estará la raíz de
Isaí,
Y el que se
levantará a regir los gentiles;
13 Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz
en el creer (o de la fe), para que abundéis en esperanza por el poder del
Espíritu Santo.
La manera más elemental de responsabilizarnos de los
demás es “aceptándolos”. Uno de los aspectos más lamentables, doloroso y
contrarios a la voluntad de Dios son las divisiones en la iglesia, las cuales
se dan porque no nos aceptamos, sino que nos excluimos.
Por
cierto, esta conducta es propia de quien no conoce a Dios ni Dios vive en él. Cristo
nos recibió amorosamente tal y como somos, con todos nuestros defectos,
nuestros pecados, nuestra conducta muchas veces reprobable y odiosa, Él nos
aceptó y nos amó y dio su vida por nosotros.
En la Navidad se da más importancia al nacimiento que a la
encarnación. La encarnación fue la forma en que nos aceptó haciéndose como
nosotros, y entrando al mundo de la manera más humilde: en un pesebre.
Aceptar a los demás, entonces, es hacerse como los otros,
bajarnos de nuestro pedestal financiera, social, académico, y ponernos a ras de
tierra de los demás.
Ah, pero al ser humano le es tan difícil bajarse de su trono.
Y todo lo hizo para recibirnos a todos, judíos y gentiles. Los
judíos excluían a los gentiles, los despreciaban, llegaba a decirles “perros
gentiles”. Jesús jamás. Recriminó a los judíos importantes de ser orgullosos.
Uno de ellos criticaba con desprecio a una mujer que le bañaba los pies al
Señor con lágrimas, y ese desprecio incluía al mismo Señor: “Si este supiera
quien es esa mujer”, pensaba. Y el Señor lo reprendió: “Simón: ¿Ves esta mujer?
Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies
con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos…” (Lucas
7:44).
O aquel que oraba diciendo. “Dios, te doy gracias porque no
soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este
publicano…” (Lucas
18:11)
Y el Señor aceptó a todos, judíos o gentiles, pobres o ricos,
mujeres u hombres, niños, esclavos o libres… Todos somos uno en Cristo.
Y termina esta lección de unidad con un deseo maravilloso: “Y
el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el
creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu
Santo”. “Regocijaos en señor digo otra
vez, regocijaos”
(Filipenses 4:4)
Gozo y paz están íntimamente
relacionados.
El gozo cristiano no depende de nada que esté fuera de
nosotros; mana de la conciencia de la presencia del Señor Resucitado, de la
certeza de que nada nos puede separar del amor de Dios”, dice William Barclay.
La paz. Los filósofos antiguos buscaban la “ataraxia”, la vida
imperturbable. La paz se pierde por dos causas: la tensión interior (hago lo
que no quiero y constantemente me siento culpable) y la preocupación de las
cosas externas las cuales no podemos controlar. Pero si nuestra fortaleza está
en el Señor, podemos decir como Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”
(Filipenses 4:13).
Si el gozo y la paz son
parte de nuestra vida, podremos abundar en esperanza, es decir, en la seguridad
de que Dios nos cuida, nos fortalece, nos guía y que nadie ni nada puede
hacernos algo al margen de la voluntad de Dios y que nada ni nadie nos apartará
de su amor, es decir, de tenernos bajo su protección.
No debe haber
cristianos inútiles
14 Pero estoy seguro de vosotros, hermanos míos, de que vosotros mismos estáis llenos de bondad, llenos de todo conocimiento,
de tal manera que podéis amonestaros los unos a los otros.
¿Hay creyentes incapaces? No, quien ha tenido un
encuentro con Dios al menos puede decir como ese hombre ciego al que le dicen
los fariseos: “Qué no sabes que ese hombre es pecador”. Y él contesta con toda
seguridad y gozo: “Yo no sé si es pecador, yo sólo sé que antes era ciego y
ahora veo”. ¡Qué argumento irrebatible! Si Dios nos ha rescatado y ha cambiado
nuestra vida, ese ya es nuestro argumento para ayudar a otros.
15 Mas os he escrito, hermanos, en parte con atrevimiento,
como para haceros recordar, por la gracia que de Dios me es dada
16 para ser ministro (servidor de Cristo, dice la Biblia textual) de
Jesucristo a los gentiles, ministrando el evangelio de Dios, para que los
gentiles le sean ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo.
17 Tengo, pues, de qué gloriarme en Cristo Jesús en lo que a
Dios se refiere.
18 Porque no osaría hablar
sino de lo que Cristo
ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles, con la
palabra y con las obras,
19 con potencia de
señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios; de manera que
desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del
evangelio de Cristo.
20 Y de esta manera me esforcé a
predicar el evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido nombrado, para no
edificar sobre fundamento ajeno,
21 sino, como está escrito:
Aquellos a quienes nunca les fue anunciado
acerca de él, verán;
Y los que nunca han oído de él, entenderán.
Ministro, servidor, siervo,
esclavo, de Cristo, así se consideraba Pablo. El vocablo que se traduce como “servicio”
viene del griego λειτουργία (leitourguía), con el significado general de
«servicio público», y literal de «obra del pueblo». De ahí viene la palabra
“liturgia”, que significa “servicio a Dios”. Recuerdo de niño que ir a la
iglesia, decir mi padre, vamos al “servicio”.
Pablo entonces era servidor de Cristo para los gentiles. Y su
servicio había sido tan eficiente como expansivo que abarcaba “desde Jerusalén,
y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de
Cristo”.
Illirico sería la península griega, es decir, desde Macedonia
hasta Acaya, parte sur del continente griego. Es decir, ese era espacio
geográfico al que había dedicado su trabajo, predicando y fundando iglesias,
particularmente en las regiones donde Cristo no había sido anunciado.
Y como este era su propósito, ahora se propone ir más allá,
hasta los confines del mundo: España. En ese entonces se pensaba que ahí estaba
el fin de la extensión territorial.
Pablo se propone ir a Roma / Proyectos presentes y futuros
22 Por esta causa me he visto
impedido muchas veces de ir a vosotros.
23 Pero ahora, no teniendo más campo en estas regiones,
y deseando desde hace muchos años ir a vosotros,
24 cuando vaya a España, iré a
vosotros; porque espero veros al pasar, y ser encaminado allá por vosotros, una
vez que haya gozado con vosotros.
25 Mas ahora voy a Jerusalén para
ministrar a los santos.
26 Porque Macedonia y Acaya
tuvieron a bien hacer una ofrenda para los pobres que hay entre los santos que
están en Jerusalén.
27 Pues les pareció bueno, y son
deudores a ellos; porque si los gentiles han sido hechos participantes de sus
bienes espirituales, deben también ellos ministrarles de los materiales.
28 Así que, cuando haya concluido
esto, y les haya entregado este fruto, pasaré entre vosotros rumbo a España.
29 Y sé que cuando vaya a
vosotros, llegaré con abundancia de la bendición del evangelio de Cristo.
Su objetivo de ir a España porque
en toda esa vasta zona de Jerusalén hasta Grecia ya hay iglesias, maestros,
ministros, por eso dice: “no teniendo más campo en estas regiones”, y cuando
vaya rumbo a España visitar la iglesia romana que no conoce. Pero no es su objetivo
quedarse allí; el evangelio ya había sido predicado y había una iglesia
importante.
Pero antes de ir, debe llevar a Jerusalén una ofrenda, un
donativo importante, para ayudar a la iglesia de Jerusalén que estaba pasando
por serios problemas financieros. Este era el fin de su tercer viaje misionero.
Este donativo tenía además un segundo objetivo: enseñarles las nuevas iglesias
que formaban parta de un cuerpo mucho mayor, y que debían estar unidos todos, y
que buscaran ayudarse uno a otros. También era un signo de gratitud: “porque si
los gentiles han sido hechos participantes de sus bienes espirituales, deben
también ellos ministrarles de los materiales”.
Y este es un rasgo que ha caracterizado a las iglesias de
Dios: la ayuda material a los necesitados y con ello la enseñanza del
evangelio. No es una u otra, sino ambas de manera inseparable. El amor de Dios
se expresa con hechos. El apóstol Santiago escribió en su carta: Muéstrame tu
fe con tus hechos. Un cristiano no ama sólo de dientes para afuera sino de
corazón, porque sabemos que sin amor, nada somos.
Con los ojos abiertos ante el peligro
30 Pero os ruego, hermanos, por
nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por
mí a Dios,
31 para que sea librado de los
rebeldes que están en Judea, y que la ofrenda de mi servicio a los santos en
Jerusalén sea acepta;
32 para que con gozo llegue a vosotros por la voluntad de Dios, y que sea recreado
juntamente con vosotros.
33 Y el Dios de paz sea con todos
vosotros. Amén.
Aquí Pablo pide a los
creyentes que oren por él. No importa que tan íntima sea nuestra relación con
Dios, necesitamos las oraciones. Pablo solicita estas oraciones porque sabía
que en Jerusalén iba tener muchos problemas.
En dos pasajes de Hechos nos revelan que Pablo intuía que iba
a tener problemas en Jerusalén, aunque no sabía cómo ni de parte de quien, ni
qué daños iba a sufrir.
Hechos 20:22 / 21:10-14
22 Ahora, he aquí, ligado yo
en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer;
Hechos 21:10-14
10 Y permaneciendo nosotros
allí algunos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo,
11 quien viniendo a vernos,
tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el
Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este
cinto, y le entregarán en manos de los gentiles.
12 Al oír esto, le rogamos
nosotros y los de aquel lugar, que no subiese a Jerusalén.
13 Entonces Pablo respondió:
¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no
sólo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.
14 Y como no le pudimos persuadir, desistimos,
diciendo: Hágase la voluntad del Señor.
Estas oraciones le permitirían regresar de Jerusalén
e ir a roma CON GOZO. Pero Dios tenía otros planes, y Pablo regresó dos años
después como preso. No sabemos si finalmente fue a Roma, pero Él debía
testificar en Roma: “A la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo:
Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es
necesario que testifiques también en Roma. (Hechos 23:11).
Y el
resultado fue que el evangelio se extendió desde las capas sociales más bajas
hasta las más altas, llegando incluso al palacio de César.
[4] Isaías 11:10: “Acontecerá en
aquel tiempo que la raíz de Isaí, la cual estará puesta por pendón a los
pueblos, será buscada por las gentes; y su habitación será gloriosa”.