sábado, 24 de noviembre de 2018

ESTUDIO DEL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN CAPÍTULO 8


Jeremías Ramírez vasillas

En este capítulo se registra un enorme diálogo entre Jesús y los judíos (escribas y fariseos) en los que se dirimen cuestiones fundamentales: ¿Quién está libre y capacitado para juzgar a los demás? ¿Quién es Jesús? ¿Qué es “La luz del mundo”? ¿Qué significa que Jesús sea la luz del mundo? ¿Quién es de la tierra, quién del cielo, qué lo determina? ¿Quién es libre? ¿Esclavos de qué? ¿En qué consiste la esclavitud espiritual? ¿Hasta qué punto el diablo nos domina, cómo lo hace, en qué nos damos cuenta? ¿Era Jesús alguien mucho más grande que Abraham?
            ¿Esta confrontación de los judíos contra Jesús tiene algo que ver con los cristianos actuales? Para los no judíos sentimos tan lejanos y ajenos a los fariseos y escribas.
            Sin embargo, una lectura más atenta encontramos que hay en la conducta de los judíos algo que es propio del género humano de cualquier época y de todas las culturas.
            Por ejemplo, en el primer caso, el llamado de la “Mujer adúltera”, hay un aspecto plenamente judío y que tiene que ver con sus leyes, pero hay otro que tiene que ver con la actitud e intenciones de llevar esta mujer a Jesús para darle condenarla. Los juicios virulentos en las redes sociales no indican lo viva que está esta actitud de linchamiento.

Miseria y misericordia
7:53. Y cada uno se fue a su casa. 1  y Jesús se fue al monte de los Olivos.
2 Y por la mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba.
3 Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio,
4 le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio.
5 Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?
6 Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo.
7 Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.
8 E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra.
9 Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio.
10 Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?
11 Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.

Cuando recreamos con la imaginación esta escena es inevitable no ver el terror en la cara de esta mujer. Ella sabía que estaba condenada a pena de muerte, pues había en las leyes judías tres delitos con pena de muerte: idolatría, asesinato y adulterio. Aquí se trata del último. Levítico 20:10 dice: “Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos”. Deuteronomio 22:23-24: “Si hubiere una muchacha virgen desposada con alguno, y alguno la hallare en la ciudad, y se acostare con ella; entonces los sacaréis a ambos a la puerta de la ciudad, y los apedrearéis, y morirán; la joven porque no dio voces en la ciudad, y el hombre porque humilló a la mujer de su prójimo; así quitarás el mal de en medio de ti”.   
            La pregunta “Tú, pues, ¿qué dices?” de los judíos nos indica que el objetivo de traer esta mujer es desacreditar a Jesús, como tantas veces lo hicieron, sin tener éxito en ninguna de ellas. Era un callejón sin salida. Si decía que no la apedrearan estaría violando las leyes religiosas; si decía que sí, estaría violando las leyes romanas y podrían acusarlo ante Pilato.
            Es magistral la manera en que les contesta: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
            Es tan fácil y tan común convertirnos en juez. Pero, ¿estamos libres de pecado para convertirnos en acusadores? Mateo 18:21-22: “Entonces se le acercó Pedro, y le dijo: Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí que yo haya de perdonarlo? ¿Hasta siete veces? Jesús le dijo: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.
            Así que debemos preguntarnos: ¿Qué tan activa y poderosa está nuestra máquina acusatoria”? Su dinamismo indica nuestra pobreza espiritual.
            ¿Qué sintió la mujer al ver que sus acusadores habían desaparecido? Quizá sintió como un fusilado que es indultado justo en el momento en que el pelotón iba a disparar. Ahora, debemos considerar que todos estamos sentenciados a muerte pues la paga del pecado es muerte. Y llega el Señor y cancela esta sentencia para darnos vida, como a esta mujer le dio vida. Y al darnos vida hay un compromiso en respuesta. “Ni yo te condeno”. Y este es el compromiso: “Vete y no peques más”. El Señor perdona nuestro pasado, pero no tolera que esos pecados sigan vivos. Cuando llegamos a él y nos perdona, el resultado debe ser una vida ajena al pecado. La gracia y la verdad vinieron juntos (Jn, 1:17)

Jesús, la luz del mundo
12 Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.
13 Entonces los fariseos le dijeron: Tú das testimonio acerca de ti mismo; tu testimonio no es verdadero.
14 Respondió Jesús y les dijo: Aunque yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he venido y a dónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo, ni a dónde voy.
15 Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie.
16 Y si yo juzgo, mi juicio es verdadero; porque no soy yo solo, sino yo y el que me envió, el Padre.
17 Y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero.
18 Yo soy el que doy testimonio de mí mismo, y el Padre que me envió da testimonio de mí.
19 Ellos le dijeron: ¿Dónde está tu Padre? Respondió Jesús: Ni a mí me conocéis, ni a mi Padre; si a mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais.
20 Estas palabras habló Jesús en el lugar de las ofrendas, enseñando en el templo; y nadie le prendió, porque aún no había llegado su hora.

Aquí hay un cambio de tema. Un nuevo capítulo. Y surge una nueva controversia. A partir de una afirmación de Jesús: “Yo soy la luz del mundo”.
            La palabra luz estaba asociada con Dios en los judíos: Salmo 27:1: “El Señor es mi luz”; Isaías 60:19; “El sol nunca más te servirá de luz para el día, ni el resplandor de la luna te alumbrará, sino que Jehová te será por luz perpetua, y el Dios tuyo por tu gloria“; Job 29:2-3: “!!Quién me volviese como en los meses pasados, como en los días en que Dios me guardaba, cuando hacía resplandecer sobre mi cabeza su lámpara, a cuya luz yo caminaba en la oscuridad“; Miqueas 7:8: “Tú, enemiga mía, no te alegres de mí, porque aunque caí, me levantaré; aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz”.
            Con esta aseveración, Jesús se estaba equiparando a Dios (lo cual era verdad), pero no así para los judíos que de inmediato respondieron: “Tu testimonio no es verdadero”.
            ¿Por qué no lograban ver la luz? Porque, afirma el Señor, juzgaban según la carne, según los criterios humanos, como lo hacemos todos.
            ¿No entendemos la Biblia? ¿La rechazamos? Nuestro problema es que no dejamos que esa luz nos ilumine y nos permita entender su palabra y entender todas las cosas.

Fatal incomprensión
21 Otra vez les dijo Jesús: Yo me voy, y me buscaréis, pero en vuestro pecado moriréis; a donde yo voy, vosotros no podéis venir.
22 Decían entonces los judíos: ¿Acaso se matará a sí mismo, que dice: A donde yo voy, vosotros no podéis venir?
23 Y les dijo: Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo.
24 Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis.
25 Entonces le dijeron: ¿Tú quién eres? Entonces Jesús les dijo: Lo que desde el principio os he dicho.
26 Muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros; pero el que me envió es verdadero; y yo, lo que he oído de él, esto hablo al mundo.
27 Pero no entendieron que les hablaba del Padre.
28 Les dijo, pues, Jesús: Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo.
29 Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada.
30 Hablando él estas cosas, muchos creyeron en él.

Aquí la lógica de los judíos es el mismo que en el pasaje anterior, y la respuesta del Señor se repite, pero con otras palabras: “Vosotros sois de abajo”.

El verdadero discipulado
31 Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos;
32 y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.

La incomprensión anterior (y que nos afecta a todos en alguna medida) se puede resolver si “permanecemos en su palabra”, lo cual nos convierte en sus aprendices y algunos tras un largo proceso podemos conocer la verdad y con ella entrar a la libertad.
            Entonces, primero, hay que permanecer. Cuando un alumno le interesa aprender, primero debe estar atento (permanecer), y a medida que permanece va entendiendo y va asumiendo una relación duradera de aprendizaje con el maestro, es decir, se convierte en su discípulo, y esto le lleva a descubrir las verdades teóricas de la clase y le otorgará alguna clase de libertad. Los demás, quedarán anclados a la ignorancia.
            Cabría preguntarnos, primero, sí somos alumnos de Cristo. Si permanecemos, seremos sus alumnos; si no permanecemos, somos como la semilla que cayó e los espinos o en el camino o entre piedras. Y si tenemos la osadía de permanecer, entonces poco a poco se empieza a develar para nosotros la verdad. ¿Qué verdad? La verdad más importante para el ser humano: ¿Quién es? ¿Por qué está aquí? ¿Para dónde puede ir? En suma, la esencia de la vida.

Libertad y esclavitud
33 Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres?
34 Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.
35 Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre.
36 Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.

La palabra “pecado” (hamartía) surge del ámbito de caza. El ser humano, cuando no hace para lo que está diseñado, erra, es decir, peca y entra en un proceso de autodestrucción que lo llevará a la muerte. La paga del pecado es muerte (Romanos 6:23). Y cuando Eva pecó, la sentencia era la muerte y por ellos la muerte entró al género humano y es una muerte que nos lleva a morir desde que nacemos, y nos esclaviza.
Todos los seres humanos somos esclavos del pecado. Aquellos que entran en una situación dolorosa, buscan alguna cura. Y así han surgido asociaciones como Alcohólicos Anónimos y religiones para tratar de escapar de las garras del pecado. Algunos sufren enfermedades que surgen del pecado de forma directa como el SIDA.
Tanto por los textos neotestamentarios, como por miles de testimonio de personas liberadas de esclavitudes terribles, como drogas, violencia, obsesiones destructivas que han sido liberadas por el poder de Dios, dan testimonio de esta verdad, de esta libertad.

La auténtica filiación
37 Sé que sois descendientes de Abraham; pero procuráis matarme, porque mi palabra no halla cabida en vosotros.
38 Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre.
39 Respondieron y le dijeron: Nuestro padre es Abraham. Jesús les dijo: Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais.
40 Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto Abraham.

Nunca ha sido el linaje el factor fundamental para tener el favor de Dios, sino la fe, como lo declara la carta de Hebreos. Y un indicador de tal filiación con Dios es la conducta, como escribe el apóstol Santiago: que la fe se muestra en las obras. No es que las obras sean en sí el factor, sino la evidencia, el resultado, pues Dios nos ha creado con su espíritu cuando creemos y somos sellados para ser aptos para buenas obras. Y estos judíos, al querer asesinar a Jesús, mostraban que no eran descendientes de Abraham.

Hijos del diablo
41 Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Entonces le dijeron: Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios.
42 Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió.
43 ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra.
44 Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira.
45 Y a mí, porque digo la verdad, no me creéis.

Sus obras denunciaban que su linaje era más bien satánico, porque su odio indicaba que estaban dominados por el demonio. Por el contrario, quien es hijo de Dios, las obras de Dios, su carácter, sus frutos hace (paz, paciencia, benignidad…).

Terrible acusación y fe resplandeciente
46 ¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis?
47 El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios.
48 Respondieron entonces los judíos, y le dijeron: ¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano, y que tienes demonio?
49 Respondió Jesús: Yo no tengo demonio, antes honro a mi Padre; y vosotros me deshonráis.

En el versículo 46, la palabra “redarguye”, elegchö, denota acusación y prueba. Entre la pregunta y la continuación podemos deducir un silencio incómodo. Entonces el Señor prosigue: “Pues sí digo la verdad…” Y agrega: “El que es de Dios, la palabra de Dios oye…” Y Jesús decía palabras divinas y estos no las oían, porque no era de Dios, sino como dijo anteriormente, eran del diablo.
            Y la única respuesta que dan es una descalificación, una ofensa: “Eres samaritano”. “Estás endemoniado”. 

La vida y la gloria
50 Pero yo no busco mi gloria; hay quien la busca, y juzga.
51 De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte.
52 Entonces los judíos le dijeron: Ahora conocemos que tienes demonio. Abraham murió, y los profetas; y tú dices: El que guarda mi palabra, nunca sufrirá muerte.
53 ¿Eres tú acaso mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió? !!Y los profetas murieron! ¿Quién te haces a ti mismo?
54 Respondió Jesús: Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro Dios.
55 Pero vosotros no le conocéis; mas yo le conozco, y si dijere que no le conozco, sería mentiroso como vosotros; pero le conozco, y guardo su palabra.

Y era cierto, Jesús nunca buscó su gloria, pero el padre si buscaba que fuese glorificado y lo fue. “Este es mi hijo amado en quien tengo complacencia, dijo en su bautismo y en el monte de la transfiguración.

La prerrogativa suprema
56 Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó.
57 Entonces le dijeron los judíos: Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?
58 Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy.
59 Tomaron entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo; y atravesando por en medio de ellos, se fue.

Y termina este larguísimo y ríspido diálogo con un cierre definitivo: “Abraham se gozó…” y “Antes de que Abraham fuese…” No dice, “Yo fui”, sino Yo soy, el eterno, el existente, el Dios que se le presentó a Moisés en el desierto y le dijo que dijera que era enviado por “Yo soy”.



sábado, 10 de noviembre de 2018

CHRIST’S WITCHDOCTOR


Jeremías Ramírez Vasillas

Es lamentable que muchos buenos libros cristianos, pasado cierto tiempo, son descatalogados y no se vuelven a imprimir, dejando sin el beneficio de su lectura a generaciones posteriores.
            Digo lo anterior porque hace varios años compré el libro Un brujo que se conviertió a Cristo (Christ’s Witchdoctor), escrito por Homer Dowdy y publicado en Venezuela, en 1977, por la Editorial Libertador (al parecer ya no existe esta editorial). 
             En su momento lo leí, pero con el tiempo olvidé la historia. Cabe señalar que en los setentas se estaban dando a conocer libros testimoniales del trabajo evangelístico realizado entre diversas tribus aborígenes, que prácticamente vivían en la edad de piedra, tales como Hijo de paz, escrito Don Richardson con la tribu Sawi, de Nueva Guinea; o el trabajo de Jim Elliot con los aucas, del Ecuador; o Por esta Cruz te mataré, de Bruce Olsón que trabajó con los indios motilones en Colombia.
            Un brujo se convierte a Cristo es un libro testimonial sobre la difusión del evangelio y surgimiento del cristianismo entre una tribu del norte de Brasil denominada Wai Wai.
            Si bien la narrativa de pronto da saltos desconcertantes, es decir, le falta fluidez, el dramatismo de la historia y la forma vívida en que muestra al personaje principal de la historia, un brujo llamado Elká (que hoy es reconocido por su vigoroso liderazgo), desde su adolescencia hasta su vida como líder evangelístico, es sumamente conmovedor y atrapa.
            Pero el valor más importante de este libro es la enorme lección de fe de estos aborígenes, ajenos a la cultura moderna, que luchan primero por dominar su medio circundante, un medio agreste, inhóspito, atemorizante, lleno de supersticiones, de demonios, de espíritus malignos, que sólo los brujos saben manejar y controlar hasta cierto punto, aunque ellos también viven llenos de pavor y esclavos de esos espíritus y de sus pasiones que los llevan a vivir una vida de desasosiego, atribulada, atormentada.
            La historia comienza con una preocupación principal de Elká: que su padrastro no mate a su hermanito que está a punto de nacer. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, llega demasiado tarde a su rescate. Esa noche tuvo que salir, por encargo de la tribu, a pescar. Pero un año más tarde, logra rescatar al siguiente hermano.
            En ese ambiente se va desarrollando, va asumiendo roles de mayor importancia, pero le surge un deseo: convertirse en brujo, pues ha visto que son personas respetadas, poderosos, y que tienen la facultad, con sus cantos, con su tabaco, de aliviar a los enfermos, una capacidad veleidosa e incierta, pues en ocasiones falla. Estas fallas, cuando le suceden a Elká le pesan, lo abruman.
            Cuando llegan los misioneros estadounidenses, primero tiene miedo, porque ya habían tenido una visita de hombre blancos y habían terminado muy mal cuando descubrieron el engaño de que eran objeto.
            Con los misioneros, sin embargo, pronto establecen una buena convivencia, porque a deferencia de los otros, estos traen medicinas, vacunas, particularmente contra la Malaria, enfermedad recurrente en estas zonas selváticas, y no buscan como aprovecharse de sus recursos.
            Pero, además, algo que a Elká le intriga: sus papeles, papeles que hablan y que hablan de un Dios todopoderoso que dio a su hijo para que ellos tengan una mejor vida, libre de temores y llena de amor. Él no cree, aunque le parece atractivo el mensaje.
            A Elká, que pronto aprende a leer y que además ayuda al aprendizaje de su idioma a los extranjeros y con ellos desarrollan la escritura de la lengua de los Wai Wai, es quien está más expuesto a las enseñanzas. Sin embargo, Elká no puede recibir a Jesucristo, es decir, hacerse amigo de Jesús y caminar con él. Sus actividades de brujo son un impedimento y tras un largo y tortuoso proceso, finalmente acepta a Cristo. Él es el primero de su tribu. Aunque sus instrumentos de brujo los conserva, ha dado un paso hacia la fe en Cristo. Quisiera deshacerse de ello, dejar de ser brujo, pero tiene miedo. Los miembros de la tribu le advierten que esta renuncia va a hacer enojar a los espíritus, como el de la Anaconda, o a sus favoritos, el de los puercos salvajes, y lo van a matar. Pronto descubre que los espíritus que invoca en su brujería y Cristo son incompatibles y tendrá que tomar una decisión. Y tras un largo debate consigo mismo decide entregarles a los misioneros sus instrumentos de brujería y entregarse plenamente a Cristo confiando que Cristo es superior y más poderoso que los espíritus.
            Todos esperan que muera repentinamente, pero él les dice que, si no muere que sigan a Cristo, pero si muere que renuncien a él. El momento clave, el momento de la verdad es cuando llegan, después de una larga ausencia, muchos puercos salvajes, y le dicen los de su tribu que vienen por él. Elká toma su escopeta y con sus dos únicos tiros y sale a cazarlos. Y todos ven que no tiene miedo. Caza a dos y cuando su esposa lo cocina, todos observan si se atreverá a comer la carne de puerco pues saben que, si come de otras partes no permitidas a los brujos, morirá. Ante la mirada atónita de todos, come del área prohibida y todos esperan que de un momento a otro caiga muerto. Pero para su sorpresa, no muere.
            Esto convence a los de la tribu a seguir a Jesús. Poco a poco, parientes, amigos, conocidos y hasta enemigos van aceptando a Cristo. Inclusos, aquellos que le enseñaron la brujería.
            Llama la atención que los misioneros impiden que los indígenas se acostumbren a los productos de los blancos, como a la ropa o las armas. Y los instan a que sigan conservando su estilo de vida. Las fotografías que se pueden ver en internet se ven que están en la iglesia ataviados como ellos, con el rostro y los brazos pintados, y semidesnudos. Lo más que llevan los hombres son pantalones cortos.
El libro narra que son ellos, por sí mismos, quienes voluntariamente abandonan la brujería y las danzas orgiásticas, el alcoholismo, la muerte de los infantes, el robo de las esposas de los otros, el maltrato a las mujeres, el miedo a los espíritus.
            El cambio es tal que a más de 60 años (fue en los cincuentas que llegaron los misioneros a la selva a la región del Esquibo), la penetración tan profunda del evangelio entre los Wai Wai es de tal magnitud que se ven los resultados de ese cambio espiritual de los Wai Wai.
Los antropólogos nos cristianos (hay documentos y videos en el internet) tratan de encontrar explicaciones al margen del evangelio de los cambios operados en los Wai Wai, sin embargo, es tan sólido el testimonio que conmueve, pues han pasado más de 60 años y el embate del evangelio es tan notable que los antropólogos no encuentran la justificación basada en la mera sociología o antropología. Y aún más les intriga que fueron ellos mismos los que se encargaron de propagar el evangelio, organizándose como misioneros para ir a enseñar a las tribus de regiones cercanas y lejanas. Anhelaban que ellos también encontraran la paz y la libertad en Cristo.
Una breve investigación en el internet se puede ver el estado de la selva, y pueden encontrarse algunas las investigaciones antropológicas, cuyos investigadores han tomado como fuente de información este libro de Homer Dowdy.
Por todo ello, este es un libro valioso que enseña qué es la fe, qué puede hacer para un ser humano, y qué sucede cuando alguien se atreve a confiar plenamente en Cristo. En su lenguaje,  los Wai Wai expresan su experiencia espiritual con descripciones físicas interesantes, por ejemplo, cuando aceptan a Cristo y sienten su paz dicen que "llena el hueco del estómago" y al limpiar sus pecados y generar en ellos nuevas criaturas, dice que "los compone" y que al convertirse se vuelven "compañero de Cristo y caminan con él". 

Lástima que el libro ya sólo se puede conseguir en inglés. Ojalá alguna editorial en español se atreviera a publicarlo de nuevo.

ESTUDIO SOBRE APOCALIPSIS 20: Los mil años

Jeremías Ramírez El tema principal de este capítulo 20 es ese periodo de tiempo denominado “Milenio” y que ha sido causa de enorme discusión...