sábado, 29 de agosto de 2020

ESTAD FIRMES EN LA LIBERTAD Comentarios a la carta de Gálatas, cap. 5

Jeremías Ramírez Vasillas

Larga ha sido la enseñanza de Pablo sobre esta dicotomía que entabla una lucha en el alma humana: La esclavitud de la ley o la libertad del Espíritu. Con argumentos muy explícitos Pablo ha demostrado, a lo largo de cuatro capítulos, el error de caer en los rituales, en las ceremonias, en la obediencia mecánica de la Ley, incluso de la Ley judaica (y aún más por la forma en que había sido torcida), la que Cristo dijo que no había venido a abolir sino a cumplir. Y con su vida y su sacrificio abría a todos los que le seguían la capacidad de cumplirla, pero sin someterse a tortuosos rituales, sino como fruto de seguirlo y obedecerlo.
            Ahora, en este capítulo 5, explica en qué consiste esta libertad, y que mejor manera de hacerlo que mostrando cuáles son las consecuencias de cualquiera de estas dos maneras de vivir la vida.
Estas consecuencias las denomina con dos palabras clave: obras y frutos. No es gratuito que así lo haya hecho. Bien pudo decir obras a ambos o frutos. Pero en realidad podemos decir que vivir siguiendo los dictados de la “carne”, es decir, de nuestras pasiones, nos empujan a hacer ciertas cosas. Y frutos, porque estas virtudes se manifiestan sin “impulsos, sin esfuerzos” como el florecimiento de cualidades que nos hacer tener una vida plena, satisfactoria, de bendición personal y de bendición a quienes nos rodean. Es como un halo del bien que irradia de quien decide vivir por el Espíritu de Dios.
Así inicia este capítulo cinco:
           
1. Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud.

Este primer versículo es en realidad el corolario de su argumentación dictada en el capítulo precedente. Podríamos decir, “por lo tanto”, la formula conclusiva de una argumentación lógica.
            Esta conclusión es un llamado a usar nuestra decisión a elegir y permanecer FIRMES en la LIBERTAD con que Cristo nos hizo libres con su sangre en la cruz. La libertad que Cristo nos da es de tal magnitud que depende de nosotros estar en ella o no. Y si vamos a estar necesitamos no movernos de ahí (permanecer firmes), con determinación, si es que queremos disfrutar de esa maravillosa libertad.
            La vida de los seres humanos nunca es neutral: o se está con Cristo o se está en esclavitud, aun quienes creen que pueden dominar sus propias pasiones o quienes se dicen vivir cristianamente, son esclavos. Cuando conocemos la profundidad de la vida de quienes tienen fama de buenas personas o de buenos cristianos encontramos sorpresas desagradables.
            Por ello, se nos llama a estar firmes porque caer en esclavitud es fácil: “…ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; (Juan 7:13-14). Y hay muchos que nos tratan de seducir con promesas muy atractivas en las que aún quienes decidimos seguir a Cristo caemos muchas veces a lo largo de la vida. El resultado final es amargo, pues ahí conocemos las cadenas de la esclavitud y las consecuencias dolorosas que debemos padecer. Por ejemplo, la “deliciosa” infidelidad nos puede llevar a sufrir la pérdida de una familia; un jugoso negocio turbio que promete el paraíso puede llevarnos a padecer deudas terribles o incluso la cárcel. Ejemplos hay miles.
           
2. He aquí, yo Pablo os digo que si os circuncidáis, de nada os aprovechará Cristo.
3. Y otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que está obligado a guardar toda la ley.
4. De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído.
5. Pues nosotros por el Espíritu aguardamos por fe la esperanza de la justicia;
6. porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor.

En el caso de los gálatas era aceptar los rituales judíos vacuos, pensando que quizá de esa manera podrían ser más aceptos a Dios sin darse cuenta del peligro, como ya se vio en el capítulo 3:10: “Maldito sea el que no permanezca en todas las cosas escritas en el libro de la Ley…”. Por eso Pablo les dice: si te circuncidas estás obligado a guardar toda la ley ¿Podrás con esa carga”, además corres el riesgo de caer de la Gracia, es decir, de todas las cosas buenas que han sido prometidas para los hijos de Dios, de todos sus beneficios? Y concluye categórico: En Cristo la circuncisión no vale nada, solo la fe.
            Por ello, subraya que “nosotros” por el Espíritu aguardamos por fe la esperanza de la justicia, es decir, de ser justificados, limpios, aceptos en el Señor, dignos.

7. Vosotros corríais bien; ¿quién os estorbó para no obedecer a la verdad?
8. Esta persuasión no procede de aquel que os llama.
9. Un poco de levadura leuda toda la masa.
10. Yo confío respecto de vosotros en el Señor, que no pensaréis de otro modo; mas el que os perturba llevará la sentencia, quienquiera que sea.

Y de nuevo expresa su decepción: ¿Quién os estorbó? Ya sabemos que fueron los judaizantes, los pseudo hermanos. Más bien pregunta ¿qué fue lo que pasó? ¿por qué si todo iba tan bien? Consideren que esta persuasión —afirma— no viene de Dios, es decir, de aquel que os llama”, y no caigan en nada, ni en lo que parezca inofensivo pues “un poco de levadura leuda, corrompe, contamina, toda la masa”.
            Aun así, guarda la esperanza de que no todo esté perdido, que muchos sigan fieles al Señor, y que las consecuencias que recibirá el engañador finalmente se harán evidentes: “el que os perturba llevará la sentencia”.

11. Y yo, hermanos, si aún predico la circuncisión, ¿por qué padezco persecución todavía? En tal caso se ha quitado el tropiezo de la cruz.
12. !!Ojalá se mutilasen los que os perturban!

Quizá podemos interpretar el versículo 11 en estos términos: si ellos creen que sus enseñanzas son como las mías, ¿por qué me persiguen? Y si es así, si ellos y yo predicamos lo mismo, la cruz, el sacrificio del Señor, el motivo por el cuál murió ya ha desaparecido. Pero no, aquí sigue, y Pablo es un testimonio vivo de la redención de Cristo en la cruz del calvario. Por ello, concluye: “Ojalá se mutilasen los que os perturban”. Dice William Barclay que Galacia estaba cerca de Frigia y el gran culto de esa parte del mundo era el de la diosa Cibeles[1]. Los sacerdotes y los adoradores realmente devotos de Cibeles tenían la costumbre de mutilarse mediante la castración”. Tal vez Pablo se refería a que quienes los estaban desviando se practicasen este tipo de mutilaciones extremas si es que eran tan rigurosos.

13. Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros.
14. Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
15. Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros.

Ahora bien, de pronto Palo advierte un peligro en tergiversar sus palabras sobre la libertad de Cristo y se interpreten de modo tal que se justifique el libertinaje: “solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne”, es decir, para dar rienda suelta a sus pasiones, y una de esas pasiones es afectar a los demás para conseguir los fines personales, pero si ya se dejaron llevar por sus pasiones y se están mordiendo unos a otros, no lleguen al extremos de “consumirse”, de destruirse, unos a otros.
            Y enseguida detalla esta esclavitud de la carne que se manifiesta en ciertas obras dañinas para la propia persona y para los demás de modo que conlleva el riesgo de comerse unos a otros cuando la carne se deja sin control. Y no es ni la enseñanza de la ética o de la moral o de las buenas costumbres o de los valores, porque esta enseñanza lo único que hace es indicar, como la ley, qué es lo bueno y qué es lo malo, —en caso de que sea una ética emanada de las enseñanzas de Dios—, pero nada puede hacer para contener las pasiones. La enseñanza ética y la promesa del castigo o la concientización puede mitigar, pero no erradicar.

Las obras de la carne y
16. Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.
17 Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.
18 Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley.
19 Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia,
20 idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías,
21 envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.

Por eso Pablo subraya que andemos en el Espíritu y no satisfaciendo los deseos de la carne pues ambos se contraponen. Si no es A, es B o viceversa. O somos gobernados por el Espíritu o nuestro amo son nuestras pasiones.
            Pablo entonces hace una lista preliminar de estas obras:

Adulterio: (Dice el Nuevo Testamento Interlineal que esta palabra fue añadida en manuscritos tardíos), quizá con el objetivo de puntualizar la “inmoralidad sexual” dentro del matrimonio.
Fornicación (inmoralidad sexual dice el Nuevo Testamento Interlineal): La inmoralidad sexual es el desorden de los apetitos sexuales que no sólo destruye familias y propaga enfermedades, sino sus frutos más amargos son la prostitución, la trata de persona, la explotación y esclavismo sexual, que ha generado jugosos negocios, pero espantosas desgracias. Este es uno de los flagelos más terribles y dolorosos que afecta no sólo a las mujeres sino también a niños o incluso a los animales.
Inmundicia: (akhatarsía: impureza moral e indica algo podrido, infectado, echado a perder, contaminado). Cuando una persona está en esta condición incluso es repulsiva.
Lascivia o desenfreno o libertinaje: (asélgueia: disposición para cualquier placer), es decir, se trata de un vicioso sexual o de otro tipo, que no se detiene ante nada con tal de satisfacer sus deseos. Puede incluso robar o asesinar.
Idolatría: (eidölatreia, culto a los ídolos), darle una importancia vital a algo o a alguien fuera de Dios. Hay quien ha hecho de sí mismo un ídolo, o a la ciencia y confía ciegamente en ella, al dinero o al poder.
Hechicerías: (pharmakeia, de pharmakon, una droga, la administración de drogas, pero los hechiceros monopolizaron esta palabra por un tiempo en sus artes mágicas, empleándola en relación con la idolatría). En muchas religiones ancestrales que todavía se llevan a cabo se valen de drogas, como el peyote o los hongos alucinógenos en sus rituales.
Enemistades: (exthrai, animosidades personales), es decir, personas conflictivas que fácilmente crean enemistades.
Pleitos: (eris, rivalidad, discordia), que se expresa violentamente en ciertos momentos o bien se queda en resguardo potencial esperando el momento para atacar.
Celos: (zëlos o zëloi). Dice William Barclay que “en un principio tenía un sentido positivo; significaba, emulación, es decir, el deseo de alcanzar la nobleza que se admira. Pero se fue degenerando hasta expresar el deseo de tener lo que el otro tiene”. Y este no es notorio, pero se apodera de nuestras mentes y de nuestras emociones.
Iras: (thumoi, emociones agitadas, y luego estallidos). Dice Barclay que “describe, no una ira a largo plazo, sino una rabieta que se inflama y se consume pronto. Y cuando ha pasado nos sentimos avergonzados de ese arranque que pudo generar (y generalmente genera) algún destrozo, algún problema a veces irremediable, como un asesinato.
Contiendas o ambiciones personales: (eritheiai, de erithos, jornalero, trabajador de la lana, espíritu de partido), es decir, describe a alguien que hace algo sólo para provecho propio. El cristiano debe obrar siempre en todo lo que haga en beneficio de otros, aunque devengue un salario.
Disensiones: (dichostasiai, partimientos en dos, dicha y stasis), o divisiones, es decir, crear grupos antagónicos. Este fenómeno se presenta en cualquier agrupación humana como en un salón de clases y tienen tal rivalidad que no se hablan y cuando hay oportunidad se atacan. Incluso está presente en una iglesia o en el fenómeno denominacional de modo que se vuelven rivales de otras agrupaciones cristianas.
Herejías o sectarismos: (haireseis, que denota elecciones, de haireomai, preferencias). Digamos que es la siguiente etapa de las disensiones. La separación es tal que se rompe cualquier posible contacto con los demás grupos y se cree ser los únicos que detentan la verdad.
Envidias: (phthonoi, sentimientos de mal ánimo contra alguien), es el deseo insano de tener lo que otra persona tiene, sean bienes materiales o reconocimientos sociales o políticos o cualidades personales (el pelo, la estatura, la belleza). Los estoicos lo definían como “el disgusto que provoca el bien ajeno”. Y quién no lo ha sentido alguna vez en la vida o quizá es ya un modo de vida. Los cristianos no estamos ajenos a ello, pero podemos usarlo como indicador para detectar nuestro crecimiento en el Señor. Cuando lo hemos detectado, habrá que pedir perdón a Dios y pedirle que los limpie, que nos libere de esta obra de la carne.
Homicidios: Dice el Nuevo Testamento Interlineal que esta palabra fue añadida en manuscritos tardíos, sin embargo, puede ser la culminación de cualquiera de las obras mencionadas. Un envidioso extremo puede matar a su objeto de envidia.
Borracheras: (methai, antiguo término plural, excesos en la bebida). Y podríamos agregar, excesos habituales, de modo que se sea esclavo del alcohol, como lo atestiguan los Alcohólicos Anónimos y entra bien en esta obra los adictos a las drogas.
Orgías: (kömoi, vieja palabra también para denotar a grupos reunidos para entregarse a la bebida, como las que se celebraban en honor de Baco y que derivaban en un desorden y degeneración terrible). Digamos que es la methai grupal. Por cierto, quien es esclavo del alcohol no se conforma con beber sólo sino que busca hacerlo en grupo y convencer a otros de que sean esclavos del alcohol prometiendo una falsa alegría.

            Dice A.T. Robertson en su Comentario al Texto griego del Nuevo Testamento que esta lista “No pretende ser exhaustiva, pero es representativa”. Las obras del pecado se multiplican, se extienden, se ramifican afectando a la humanidad y a la naturaleza (medio ambiente), razón por cual dice Pablo en Romanos 8:22: “Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora…”.
Y la sentencia es que: “…los que practican tales cosas no heredarán el Reino de Dios”. En el Reino de Dios no hay cabida para estas cosas. Y podemos concluir que todas estas obras son las que han provocado tanto sufrimiento en la gente desde tiempos inmemoriales hasta la fecha. Esta es la peor pandemia que padece la humanidad.
Ahora veamos la otra cara de la moneda:

Fruto del Espíritu
22 Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
23 mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.
24 Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.
25 Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.
26 No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros.

Pero si el Espíritu de Dios nos ha dado vida, la consecuencia natural es que nuestro andar, nuestro comportamiento, es por el Espíritu, y este andar se hace manifiesto por las siguientes características, que Pablo configura en un hermoso árbol frutal que exhibe aquí con nueve deliciosos frutos:

Amor (agapë). Palabra tardía, casi sólo bíblica. Y significa, afirma Barclay, “una benevolencia sin límites, que no importa lo que una persona nos pueda hacer por medio de insultos, ofensas, o humillaciones nunca procuraremos sino lo mejor para ella; es un sentimiento tanto de la mente como del corazón; es el esfuerzo deliberado de no buscar nada más que lo mejor hasta para los que procuran hacernos todo el daño que pueden.  Su expresión máxima es amar a los que no nos aman, tal como el Señor nos enseñó estando en la cruz del Calvario: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Gozo (chara o jara). Palabra vieja usada en 1 Tesalonicenses 1:6. Esta palabra describe el gozo que procede de una experiencia espiritual. No es la alegría que nos producen las cosas materiales, menos aún el triunfar sobre otros en una competencia. Es el gozo cuyo fundamento está en Dios, afirma Barclay.
Paz (eirënë). Véase 1 Tesalonicenses 1:1. Indica no sólo la ausencia de problemas y de la guerra, sino todo lo que contribuye al mayor bienestar humano; quiere decir, la tranquilidad del corazón que deriva de la fe en que todo está en las manos de Dios.
Paciencia (makrothumia). Véase 2 Corintios 6:6. En sentido general —afirma Barclay— esta palabra no se usa en relación con la paciencia que hay que tener con las cosas o con los acontecimientos, sino con las personas. Juan Crisóstomo[2] decía que es la gracia de la persona que pudiendo vengarse, no se vengaba, sino que era lenta para la ira. Es la actitud de Dios para con los seres humanos que soporta todas nuestras maldades y nunca nos abandona.
Benignidad o amabilidad (chrëstotës). Véase 2 Corintios 6:6. Esta palabra encierra la idea de una bondad que es amable, gentil, suave, cariñosa, afectuosa.
Bondad (agathösunë). Véase 2 Tesalonicenses 1:11. Es similar a chrëstotës, pero es una bondad que además corrige. Un ejemplo. Richard Chenevix Trench[3], el lexicográfico dice que Jesús mostró agathösunë (benignidad) cuando limpió el templo y echó a los que lo habían convertido en un negocio; y chrëstotës (bondad) con la mujer pecadora que iban a apedrear. Agathösunë o benignidad es el amor de Dios que nos corrige, como afirma Hebreos 12:6-7.
Fe o Fidelidad (pistis). La misma palabra que «fe». En el griego secular tiene el sentido de “ser digno de confianza”. Es la característica de una persona que es de fiar.
Mansedumbre (egkrateia). Antigua palabra derivada de egkratës, y significa “uno que mantiene el control o que mantiene adentro”. Se dice de quien ha dominado sus deseos y la búsqueda del placer. Es lo contrario del desenfreno.
Templanza o dominio propio (Praytes). I Prays (desde Homero), significa afable, manso, suave. Los sustantivos praytés (desde Tucídides) y praypathía derivado de npa6ná9eix [praypátheia]) designa la afabilidad suave o apacible. En el Nuevo Testamento, dice Barclay, significa “sumiso a la voluntad de Dios de modo que acepta la enseñanza y la disciplina” y refleja —afirma Barclay— el dominio propio que sólo Cristo puede dar.

Para tener estos frutos en nuestras vidas no tenemos que esforzarnos; de ahí que la palabra “fruto” es calve para entender. Un árbol vivo bien alimentado con agua y un suelo fértil sin esforzarse (si es que pudiera) dará fruto y fruto abundante. Así el ser humano, vivificado y alimentado de manera continua por el Espíritu de Dios, a su tiempo va a manifestar su fruto, es decir, que en su vida “brotará sin esfuerzo propio” el amor, el gozo, la paz, la paciencia…, porque es Dios quien hace la obra. El requisito para ello, como dice al inicio de este capítulo, es “permanecer firmes” en el Señor. Para entender que es permanecer firmes leamos la vida de Daniel que no le importó ser echado al foso de los leones o un horno ardiente, permaneció firme confiado en que su vida estaba en Jehová.
            Qué hermoso sería el mundo si todos fuéramos vivificados y alimentado por el Espíritu de Dios. Imagínense un mundo sin pleitos, sin odio, sin guerras, en el que todos se preocuparan por el bienestar de los demás. Entonces no habría pobres, ni hambrientos, ni niños de la calle, ni indigentes, ni asesinos, ni droga, ni explotación sexual o laboral, sin excesos, sin negocios turbios, con respeto al medio ambiente… Esto suena como al paraíso. Y en efecto, donde los frutos del Espíritu se manifiestan en plenitud es el paraíso. En el cielo es donde se expresarán completamente.
Por ello, podemos afirmar, que el cielo o el Reino de Dios, no es como se mofan los incrédulos, un lugar endulcorado donde uno no hace nada y se dedica a toca una arpita. No, nada de eso, es un lugar donde estos frutos del espíritu están vivos y vigentes en todos y todo el tiempo, de modo que reina la armonía entre todos.
            Pero el mundo actual, acá en la Tierra, no es así, sino un lugar terrible donde las obras de la carne son las que vemos en los diarios, en las películas, en las calles, en las vecindades, en los hogares destruidos, en los cinturones de miseria, en los ríos contaminados, en la trata de personas, en la explotación de los pobres… En suma, es todo eso que hace la vida miserable para muchos, aun incluso para los privilegiados que no se salvan de los embates del pecado.
            Mi deseo es que todos lleguemos al conocimiento de Dios para ser guiados por su Espíritu y disfrutemos un breve adelanto de ese paraíso dentro de nuestras casas, en nuestras iglesias y donde nos movemos, aunque el entorno sea adverso y que todos vean como Dios nos permite vivir en su reino en medio de la turbulencia y quieran también ser parte de este reino.
Por eso, quienes profesamos seguir a Cristo es momento de atender estos llamados que a través de Pablo nos hace el Señor para vivir y andar por el Espíritu.



[1] Esta Diosa Madre fue honrada en todo el mundo antiguo. El culto fue objeto de un fiel seguimiento hasta el final del período republicano de Roma. Los ciudadanos romanos no tenían derecho a participar en el sacerdocio y sus rituales, pero sí en el festival de la diosa, el Megalesia. La diosa estaba representada por una escultura en el templo y sus servicios los proporcionaban sacerdotes castrados orientales y/o eslavos, a los que denominaban galli. La autocastración a la que se sometían estos sacerdotes extranjeros en el día de la sangre homenajeaba a Atis, amado de Cibeles, que tras engañarla con la ninfa Sagaritis, fue enloquecido por la diosa celosa, se castró y se suicidó. En las celebraciones, los sacerdotes sacaban a la diosa en procesión. Se sacrificaban toros (taurobolio) y bebían su sangre.
[2] Patriarca de Constantinopla (Antioquía, Siria, 347- Comana Pontica, 407), excelso predicador que por sus discursos públicos y por su denuncia de los abusos de las autoridades imperiales y de la vida licenciosa del clero recibió el sobrenombre de "Crisóstomo" que significa ‘boca de oro’ (chrysós, ‘oro’, stomos, ‘boca’).
[3] Richard Chenevix Trench (Dublín, 9 de septiembre de 1807-Londres, 28 de marzo de 1886), arzobispo anglicano, poeta, lexicógrafo e hispanista irlandés.

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