lunes, 16 de agosto de 2021

ESTUDIO DE LA CARTA DEL APÓSTOL SANTIAGO, CAPITULO 4

Jeremías Ramírez

A medida que nos acercamos al final de la carta de Santiago advertimos que el tono va subiendo de intensidad. Aquí hace graves acusaciones: “Codician y no tienen, matan y arden de envidia…”. Considerando que la carta va dirigida “a las doce tribus que están en la dispersión”, es decir, a judíos, a quienes llama “hermanos míos”, al leer estas palabras uno se pregunta si se estaba dirigiendo a hermanos en la fe o a judíos ajenos a la iglesia. 

Sin embargo, conociendo los excesos a los que han llegado muchos miembros de las iglesias a lo largo de la historia y muchos han sido protagonistas de escándalos terribles, seguramente estos excesos debieron presentarse desde los inicios de la iglesia. Simplemente consideremos lo que el Señor les dice a algunas de las siete iglesias de Asia en Apocalipsis, por ejemplo, a la de Sardis le dice: “Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto”; y aun más fuerte, a la de Laodicea: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”.

Por ello, no debe extrañarnos el tono fuerte que utiliza en este capítulo y aún más fuerte en el capítulo 5 cuando se dirige a los ricos.

Sin embargo, a pesar de que se dirige a hermanos judíos que están dispersos en diversas ciudades del imperio romano, hay aquí un mensaje y una enseñanza muy valiosa para nosotros la cual, además, explica el por qué la condición del ser humano que vive bajo los valores del mundo es tan terrible y no de Dios. Por esta razón, inicia este capítulo 4 con dos preguntas retóricas:

La amistad con el mundo

1  ¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?

El origen de los problemas, de los pleitos, e incluso de las guerras entre pueblos o entre países vienen de las pasiones que combaten en el interior de los seres humanos que viven fuera de la voluntad de Dios, persiguiendo sus propios intereses. Podriamos decir que el ser humano es un esclavo de sí mismo, de su pecado. Y quien logra estar libre de las cadenas de sus pasiones puede conocer y disfrutar de la libertad, la verdadera libertad. Y entonces tenemos la capacidad de desprendernos de la esclavitud de la posesión, como le sucedió a quienes en el inicio de la iglesia aceptaban a Jesús como Señor.

Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. (Hechos 4:32)

De lo contrario Estamos sujetos a las cadenas de la codicia, la envidia y las ansias de obtener placer:

2 Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. 

Justamente vemos en el mundo el conflicto entre familias, entre bandas, entre regiones, entre naciones tienen en común su ambición la cual nunca queda satisfecha, es decir, todos ellos son rehenes del pecado. Esto fue lo que Jesús le enseñó a un grupo de judíos que habían creído en él:

"Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres? Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado". (Juan 8:32-34)

Todo aquel que hace pecado es ESCLAVO DEL PECADO. Y las pasiones es uno de los eslabones de la esclavitud más pesados, generador de guerras, pleitos, y muchos sufrimiento.

Sin embargo, quien conoce la verdad —que viene de permanecer en la palabra—pueder estar libre de ese yugo. Por ello, el apostol Pablo también le pedía a los hermanos de Corintios que no hubiera entre ellos disenciones: 

Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer. Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas. (1 Corintios 1:10-11)

3 Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.

Muchas veces la gente se desilusiona porque le pide a Dios y no recibe respuesta, incluso esto le sucede a muchos hermanos. La respuesta está escrita en esta carta. No recibe respuesta: “Porque pedis mal”. 

La manera para saber si estamos pidiendo a Dios de manera incorrecta es preguntarnos ¿Para qué pedimos lo que pedimos? Muchas veces pedimos salud, o un auto, o una casa… la cual tiene un fondo egoísta. ¿Quiero salud para ser útil al Señor o para seguir haciendo lo que me place? ¿Quiero un auto para usarlo en el servicio del Señor sentirme más que los demás? Cada uno tiene la respuesta. Si no recibimos lo que pedimos al Señor, hay que revisar si nuestros motivos son egoístas. De lo contrario… 

 “…que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye”. (1 Juan 5:14)

4 !!Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.

En el original no está la palabra “almas”; sólo dice “adúlteras”. Cabe señalar que no se refiere a las mujeres y que en esta palabra hay un trasfondo que entendían bien los destinatarios primarios: los judíos de la dispersión, pues tenían una larga historia de infidelidades a Dios, y aunque en tiempos de los discípulos ya no se veía la flagrante idolatría que había en tiempos antiguos, en realidad seguían siendo idolatras, idólatras del poder, del dinero, razones que motivaron a que pidieran la muerte de JesúsEsa idolatría surgía de sus pasiones.

Entonces, al decir “adúlteras” no se dirigía a las mujeres sino a todos los judíos, que en su interior seguían siendo infieles a Dios. Al amar el dinero y el poder significaba que tenían una fuerte amistad con el mundo. Por ello el Señor acusa a los fariseos, escribas, saduceos y les dice: “Si vuestro padre fuera Dios, ciertamente me amarías, pero vuestro padre es el diablo”. Terrible acusación les hace.

5 ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?

Varios comentaristas concuerdan la dificultad de este versículo primero porque no se haya en la escritura tal como está escrito aquí, pero además es difícil su interpretación, pero coinciden en que podemos entender este versículo de la siguiente forma: “El Espíritu anhela celosamente al creyente en sentido de impulsarlo hacia la fidelidad de Dios, pues una de las manifestaciones del fruto del Espíritu es la fidelidad (Gálatas 5:22).

6 Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.

Quien vive en el Espíritu recibe mayor gracia, es decir, mayor provisión material y espiritual, y así lo confirma la Escritura:

Isaías 66:2: “…dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra”.

Ahora bien, en el habla popular se dice que una persona es de condición humilde refiriéndose a su pobreza económica, pero la humildad debemos entenderla como “… el reconocimiento de nuestra debilidad ante el pecado y la necesidad de acudir a Dios para que nos libre de ese flagelo, lo cual sólo es posible si nos someternos incondicionalmente a Él”.

Pablo escribe: “Ya no vivo yo, sino Cristo en mí” (Gálatas 2:20).

Por el contrario, el soberbio es aquel que no se somete a Dios. La palabra que usa Santiago en el versículo 6 es “hyperéfanos” que literalmente quiere decir “el que se coloca por encima de los demás”, y no sólo de los seres humanos sino hasta de Dios que ya es el colmo de la soberbia. 

Y esta soberbia es el resultado de:

1) Jamás reconocer la necesidad propia. Los de la iglesia de Laodicea decían: “Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad…” (Apocalipsis 3:17)

2) Sentirse autosuficiente. “Yo soy rico”.

3) No reconocer el pecado propio. En el mundo (y hasta en la iglesia) la gente busca alguna excusa o a alguien a quien culpar. El mejor ejemplo que encontramos al respecto está en Lucas 18:11-13:

El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. 

Este fariseo no reconocía su necesidad del Señor, se sentía autosuficiente: ayuno, doy diezmos… y no reconocía su pecado, pues afirmaba: “no soy como los otros hombres”. Mientras que el publicano (que si era humilde) ni aun alzar los ojos quería, y se golpeaba el pecho diciendo: “Dios, sé propicio a mi pecador”.

Ahora bien, cuando no reconocemos nuestros pecados, ni reconociendo nuestra necesidad del perdón del Señor y pocas veces oramos porque no sentimos que necesitamos del Señor… entonces estamos en conflicto con Dios, pues como dice Santiago: “Dios resiste a los soberbios..”

Por ello es importante analizarnos para detectar en qué estamos mal, incluso podemos orar como David que le pedía a Dios: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos”. (Salmos 19:12).

Para no caer en el error de la soberbia es importante…

7 Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.

8 Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.

9 Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza.

10 Humillaos delante del Señor, y él os exaltará.

Cuando los discípulos le pidieron a Jesús que les enseñara a orar vean que esta oración modelo inicia con el reconocimiento y sometimiento a Dios: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad… (Mateo 6:9-14). Hágase tu voluntad… Esto mismo dijo Jesús en el huerto de Getsemaní: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).

Este sometimiento a Dios nos da la fortaleza para resistir al Diablo. “Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo”. (2 Corintios 12:9)

Eva no tuvo poder para contrarrestar el ataque de Satanás y cayó en su trampa, pero cuando el diablo usó la misma estrategia con el Señor, sus tres intentos fallaron pues el Señor desarmó sus tres medias verdades. Y vemos que tras fallar tres veces, “El diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían”.

El diablo aún tienta a los cristianos de la misma forma: “Con que Dios ha dicho…”, “Escrito está” “¿Si eres hijo de Dios…” Y la única manera de resistir sus ataques es fortaleciéndonos con su palabra. Así el Señor lo resistió. Por ello es tan importante que su palabra llene nuestros pensamientos, y esto sucede cuando todos los días leemos su palabra y buscamos aprender de memoria la mayor cantidad de versículos posible. Dice en el Salmo 119:6 “Entonces no sería yo avergonzado, cuando atendiese a todos tus mandamientos”.

El el versículo 8 de este capítulo 4 de Santiago leemos: “Acercaos a Dios y Él se acercará a vosotros”. Cómo pues podemos acercarnos a Dios. Vean que enseguida qué dice:

1) Limpiad las manos. En 1 de Timoteo 2:8, el apóstol Pablo escribió: “Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda”. Las manos son el símbolo de nuestras acciones, la ira y la contienda nos lleva a levantar las manos contra nuestros prójimos. Limpiar nuestras manos equivale a hacer sólo aquellas cosas que agradan al Señor. “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres;”, escribe Pablo en Colosenses 3:23.

2) Los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. En el Salmo 119:9-11 dice: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra. Con todo mi corazón te he buscado; no me dejes desviarme de tus mandamientos. En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”.

3) Aflijios y lamentad, y llorad. ¿Afligirnos? Sí, dice que debemos afligirnos, lamentarnos y llorar cuando, al revisar nuestra vida a la luz de la palabra, y darnos cuenta de qué tan erradamente hemos vivido. Esto probablemente le sucedió el apóstol Pablo en esos tres días que estuvo sin ver. La Biblia no nos dice nada pero es fácil suponer que durante esa cueguera temporal tuvo el efecto de enfrentar a Pablo consigo mismo y debe haber llorado mucho, pues no por nada en ese tiempo no comió ni bebió nada. Su corazón se estaba demoronando al darse cuenta que todo lo que había estaba muy mal hecho. En Galatas 1:13 dice: “Porque ya habéis oído acerca de mi conducta en otro tiempo en el judaísmo, que perseguía sobremanera a la iglesia de Dios, y la asolaba…” Y en Hechos 22:16, leemos que cuando Pablo presentaba su defensa en Jerusalén nos revela que cuando recibió la vista por la imposición de manos de Ananía, se quedó como estatua, mudo, inmóvil, y entonces Ananías le dice: “¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre”. Otro que lloró cuando se dio cuenta de su pecado fue Pedro. Cuando el gallo cantó por segunda vez, ´le ya había negado a su Señor tres veces y entonces lloró amargamente.

Y Santiago remata su argumento pidiendo a sus lectores: “Humillaos delante del Señor, y él os exaltará”. Job se humilló y al final fue exaltado. Muchas veces nos humillamos ante las exigencias del mundo, para no sufrir consecuencias negativas, pero siempre nos deja un mal sabor de boca, pero no así cuando nos humillamos ante el Señor pues al final Él nos levanta. 

Juzgando al hermano

11 Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez.

12 Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro?

Como es el estilo en esta carta, Santiago de pronto cambia de tema. Aquí aborda el espinoso tema al que todos los seres humanos somos proclives: juzgar a los demás. La palabra griega que Santiago usó para “murmuréis” es “katalalein”, que significa calumniar, difamar. 

Como vemos, esta práctica muy común actualmente no es algo nuevo. Desde tiempos antiguos, la gente que vive lejos de Dios le encanta juzgar a los demás, humillarlos, tal como lo vemos ahora en la redes sociales. ¡Qué terrible es oír palabras altamente ofensivas dichas con tal naturalidad!

La Biblia en muchos pasajes reprueba esta conducta. El salmista acusa al malvado y le dice: “Tomabas asiento, y hablabas contra tu hermano; contra el hijo de tu madre ponías infamia” (Salmos 50:20)

Y en Salmos 101:5 leemos: “Al que solapadamente infama a su prójimo, yo lo destruiré…· dice el Señor. Esta es una dura advertencia.

Pablo dice que en la lista de los pecados que son propios de los rebeldes a Dios está la murmuración: dice: “…murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres…” (Romanos 1: 30).

Santiago dice que quienes son proclives a manchar la honra de sus prójimos son unos usurpadores, pues el que “…El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez”. En efecto, murmurar, hablar mal de otro, difamarlo, es juzgarlo, pero sucede que no tenemos derecho a ser jueces porque “Uno solo es el dador de la ley”, Dios, y Él únicamente “…puede salvar y perder”. Es decir, al juzgar a un hermano estamos usurpando el lugar de Dios. ¡Vaya atrevimiento! Si este es nuestro caso, es urgente que vayamos ante el Señor y pidamos perdón y que el Señor cambie nuestro corazón, de modo que aprendamos a amar a nuestro prójimo. 

Cuando el buen samaritano atendió al hombre herido por asaltantes no lo juzgo, sino sólo tuvo misericordia. En cambio el sacerdote y el levita seguramente lo juzgaron pues ambos, al verlo, se desviaron y siguieron de largo. (Lucas 10:25-32). Cuando vemos a un indigente o a un migrante pedir dinero en la calle podemos olvidarnos si es verdadera su necesidad y ayudarlo sin pensar mal de él, en vez de cerrar la ventanilla del auto y simular que no lo vemos. 

No os gloriéis del día de mañana

13 !!Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos;

14 cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece.

15 En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello.

16 Pero ahora os jactáis en vuestras soberbias. Toda jactancia semejante es mala;

17 y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado.

Esta actitud de hacer planes pensando sólo en nuestro beneficio es propio de esta sociedad ajena a Dios. El problema es que hasta nosotros, los cristianos, hacemos lo mismo, y en nuestro planes de negocio con frecuencia el Señor se queda afuera. Ah, pero si el negocio sale mal entonces caemos de rodillas pidiendo su ayuda. 

Hermanos, si esa es nuestra situación es importante que cada que emprendamos un negocio, un viaje, unas vacaciones, o incluso las labores de cada día, pedir su bendición y que en todo se haga siempre su voluntad.

Antes de que pidamos “el pan nuestro de cada día” hay que pedir “que se haga su voluntad en la tierra, en mi vida, en mis negocios, como en el cielo y que en cada uno de nuestros actos el nombre del Señor sea bendecido.  

Porque “¿qué es nuestra vida?”, nos dice Santiago, neblina, solo neblina que pronto se desvanecerá. Quienes ya llegamos a la tercera edad podemos decirle a los más jóvenes que cuando menos se lo esperen ya habrán llegado a la ancianidad y al hacer un inventario de nuestros hechos nos daremos cuenta que hemos logrado muy poco, incluso hasta los grandes potentados y los grandes sabios se ven en esta situación.

Uno de ellos, el rey Salomón, que era sabio y potentado, dijo:

 Acuérdate de tu creador

en los días de tu juventud,

antes que lleguen los días malos

y vengan los años en que digas:

«No encuentro en ellos placer alguno»;

antes que dejen de brillar

el sol y la luz,

la luna y las estrellas,

y vuelvan las nubes después de la lluvia.

(Eclesiastés 12:1-2)

Y Salomón remata su libro con uno de los consejos más valiosos que puede recibir un joven (vv 13-14): 

El fin de este asunto es … Teme … a Dios y cumple sus mandamientos, porque esto es todo para el hombre. Pues Dios juzgará toda obra, buena o mala, aun la realizada en secreto.

No olvidemos este sabio consejo de Santiago, que coincide con las palabras del rey Salomón: “Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello”, es decir, teme a Dios y cumple sus mandamientos. 

Ya es tiempo de NO jactarnos cuando nos va bien, pues toda jactancia es mala. Además, si sabemos qué es lo correcto, hagámoslo, pues “el que sabe hacer lo bueno y no lo hace, le es pecado”.

ESTUDIO SOBRE APOCALIPSIS 20: Los mil años

Jeremías Ramírez El tema principal de este capítulo 20 es ese periodo de tiempo denominado “Milenio” y que ha sido causa de enorme discusión...