miércoles, 10 de noviembre de 2021

E S T U D I O DE LA 1 CARTA DE JUAN CAPITULO 3

Jeremías Ramírez

INTRODUCCIÓN

Este es uno de los capítulo de la Palabra de Dios cuya entrada es sumamente majestuosa, al grado que nos es muy difícil comprender su trascendencia y generalmente nos quedamos muy rezagados. En el estudio de este domingo, trataremos, con la ayuda del Señor, tener un atisbo de esta majestuosidad. 

Somos hechos hijos de Dios

1  Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él.

Hermanos, como dije en el introducción sobre la majestuosidad de este pasaje, nos vamos a detener un poco para analizarlo. Hay una metáfora que podemos usar para tener un atisbo de su grandeza: el injerto vegetal. En Romanos 11:17 escribe Pablo que “somos ramas injertadas”: “Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo…” 

Quien haya visto como un injerto se integra a un tronco se asombrarán del ese fenómeno natural. Para injertar una rama al tronco de la planta se le hace una incisión en donde se clavará la rama que se quiere incorporar. Para que no se caiga y quede bien adherida, se usa una cinta para atar a ambos, Luego se deja un tiempo razonable y cuando se quita la cinta vemos que la rama injertada es parte del tronco y recibe de este la savia que la dota de vida. Y a medida que pasa el tiempo llega el momento en que ya no se distinguirá en dónde fue que se hizo el injerto, la rama injertada ya es parte del árbol.

Eso mismo sucede en la vida del cristiano. Al momento de recibir y creer la palabra somos injertados en el tronco de Dios. En Juan 1:12 leemos: “Más a todos los que creyeron les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Aquí está el injerto: pasamos de ser parte de Dios, hemos sido injertados. Ahora falta desarrollarnos e irnos integrando plenamente a Él. La iglesia, que es muy importante en este proceso, funge como esa cinta que no une al tronco. Y la presencia y unción del Espíritu Santo es quien nos va llenando de la savia vital (su palabra), la cual, a medida que nos va nutriendo nos va arraigando de tal forma en el tronco al grado que empezamos a mostrar al Señor en nuestra forma de vivir, de comportarnos, de hablar, de mirar las cosas, de sentir el entorno y a los demás… Hay un nueva vida emergiendo en nuestra vieja naturaleza, una vida plena. “…yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”, leemos en Juan 10:10

Cuando esto ha sucedido, la savia de Dios corre en nuestros cuerpos mortales dándonos vida. Por ello el Señor dice en Juan 15:5 “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”.

¿Habían considerado que este fenómeno sucede en nuestra vidas? Por eso nos dice Juan al inicio del segundo versículo:

2 Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.

¿Se dan cuenta? Ahora SOMOS HIJOS DE DIOS, aunque aún no estemos a la altura de nuestro Señor; sin embargo, cuando el Él se manifieste seremos semejantes a él y además le veremos tal como es.

1) El primer ser humano, Adán, fue creado a imagen de Dios, es decir, se parecía a él. Sin embargo, el pecado destruyó esa imagen. Pero al ser hechos de nuevo hijos de Dios tenemos el privilegio de recuperar la imagen perdida y podemos llegar a ser como él, aunque sólo alcanzaremos la imagen total cuando Él se manifieste.

2) Entonces le veremos y seremos con él. Cuántos pasajes hay en el Antiguo Testamento donde vemos la imposibilidad del ser humano para ver a Dios. Por ejemplo, Manoa, el padre de Sansón, dijo después que el ángel del Señor se fue: “Y Manoa dijo a su mujer: Ciertamente moriremos, porque hemos visto a Dios”. (Jueces 13:22). Los israelitas temían acercarse al monte Sinaí cuando esperaban a Moisés que subía a encontrarse con Dios. Incluso, en el Nuevo Testamento, vemos al apóstol Juan después de ver a Cristo: “Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas…”. Pero el Señor nos dice en Mateo 5:8: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”. Esta bienaventuranza se cumplirá justo en ese día, cuando Él se manifieste”, y que por su gracia y su perdón tendremos, como hijos suyos, un corazón limpio para verle tal como él es, pues como dice el versículo 3:

3 Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.

El Hijo de Dios, en tanto estamos en espera de su regreso, hay ese propósito de purificarnos a nosotros mismo a través d ela obediencia. Esta purificación es la respuesta a su mandamiento de ser santos como él es santo. Pero…

4 Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley.

5 Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él.

6 Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido.

7 Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo.

8 El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.

Repito, aquel que realmente ha nacido de Dios, que espera en Él, tiene una actitud de vivir al margen del pecado y de dedicarse a Dios atendiendo a ese mandamiento del Señor: “Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:16). La actitud contraria es signo de aun no haber sido hecho hijo de Dios. Y por ello:

  • Infringe la ley, ya sea implícita, pues hay personas “…que no tienen ley, pero hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos…” (Romanos 2:14), o explícita la cual la podemos encontrar a lo largo y ancho de la Palabra de Dios, de la Biblia.  
  • Además, peca porque no le ha visto ni le ha conocido. Recordemos que está carta tiene como trasfondo aquellos a los gnósticos que decían que eran personas especiales y Dios les había dado una revelación especial que nadie más podía tener. 
  • Por eso Juan nos dice que a pesar de lo que afirmaban, en tanto practicaban el pecado, es que no eran de Dios sino del diablo, porque el diablo peca desde el principio.
En cambio, quienes han realmente nacido de nuevo, nos dice este pasaje, tienen: 

  • Esperanza en él
  • La certeza que les ha quitado los pecados, que están limpios. “…sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. (Romanos 6:6).
  • Por ello, permanecen en el Señor a través de la obediencia y la continua recepción de su palabra.
  • Y además, se distinguen porque hacen lo justo, “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”. (Efesios 2:10)

9 Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.

En la Biblia, la palabra “Simiente”: 

  • Se usa para indicar a la familia y sus descendientes y es la simiente humana es la que produce la vida física.
  • Espiritualmente, la simiente es la palabra de Dios la que produce el nuevo nacimiento. En Santiago 1:18 leemos: “El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas”. Pedro le dijo al Señor: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. “ (Juan 6:68). Subrayemos palabra de vida, palabra que DA vida.
  • Entonces, si hemos recibido la palabra, creemos en ella, la obedecemos y por ella, por su palabra, somos nacidos de Dios y ya no practicamos el pecado. 

Ahora bien, aquí hay una declaración que parece que se contradice. Al inicio de esta carta, en el capítulo 1, versículo 8 leemos: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros”. Cómo pues dice en este versículo que en quien la simiente de Dios (su palabra) permanece “NO PUEDE PECAR”. La explicación que nos dan los exégetas es que este verbo “pecar” está en presente lo cual indica una acción habitual. Es decir, que quien ha nacido de nuevo no puede vivir en la práctica habitual del pecado, y que a pesar de ello en ciertos momento puede caer, pero abogado tiene en Cristo para ser restaurado, perdonado, y volver de nuevo al camino.  

10 En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios.

11 Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros.

La diferencia entre los hijos de Dios y los del diablo es la JUSTICIA (lo justo, lo propio, lo que es la voluntad del padre) y cuya expresión sublime es el amor. Por el contrario, el que NO es nacido de Dios no hace justicia, lo justo y por ello NO AMA A SU HERMANO. Recordemos que la distinción máxima de un hijo de Dios es que de forma natural expresa el amor que puede traducirse en actos de misericordia, como el caso del buen Samaritano, o de perdón, como cuando Esteban era apedreado y le pedía a Dios: “ Perdónalos porque no saben lo que hacen”, petición que coincide con esas últimas palabras del Señor en la cruz del calvario. 

Pablo escribe en Corintios 13:1-3 “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve”. El amor es el distintivo mayor de un hijo de Dios, aun más que hablar en lenguas, o profetizar, o una fe que mueva montañas e incluso una caridad espectacular como entregar los bienes o el mismo cuerpo. Todo ello pero sin amor, no sirve de nada.

El amor, repito, es el gran distintivo de aquel que ha nacido de nuevo. El Señor le dijo a sus discípulos: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” (Juan 13:35).

12 No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas.

Muchos al leer que Dios rechazó la ofrenda de Caín, mas no así la Abel, sienten que fue un acto injusto de Dios. Sin embargo, este pasaje no revela cuál era la actitud de Caín. No, no fue lo entregó en sacrificio lo que generó el rechazo de Dios, sino una actitud negativa, maligna, que lo llevó a asesinar a su hermano. 

13 Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece.

14 Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte.

15 Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.

16 En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.

17 Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?

18 Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.

Una persona que prodiga amor en vez de odio, aunque lo traten mal no le importa, puede ser considerado un tonto, un débil, un perdedor, ante los ojos de la gente que desconoce a Dios. Y, como cristianos, puede parecernos extraño, absurdo este rechazo, este aborrecimiento. Juan nos dice que la razón es que al ser hijos del Diablo, su lógica y sus actitudes son contrarias a las de los hijos de Dios. Y la reacción común, natural, es rechazar los diferente, lo contrario, lo que denuncia su camino erróneo, vergonzoso…

Sin embargo, a pesar de ese aborrecimiento, consideremos que amar es lo que nos distingue como nacidos de Dios, por ello amamos a nuestros hermanos y estamos  prestos para brindar ayuda, para dar aliento, para perdonar… 

Y esta actitud amorosa es un poderoso indicador de que hemos pasado DE MUERTE A VIDA. Lo contrario es PERMANECER EN MUERTE. Pero además, quien odia a su hermano es un HOMICIDAD, como Caín, aunque no llegue a la agresión física o verbal contra su hermano. Potencialmente es un HOMICIDA y no desperdiciará la oportunidad de agredir de alguna manera. Y si es encono es mayúsculo, incluso puede asesinar.

En el verso 16 nos dice que tal como Cristo “puso su vida por nosotros” en una expresión mayúscula de amor, así nosotros debemos ofrendar nuestras vidas por nuestros hermanos. Una manera de hacerlo es tener la sensibilidad de ver las necesidades de nuestro hermanos y suplirlas. Por eso el llamado categórico de Juan es que: “no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad”. En la vida cristiana la teoría debe dar paso a la práctica, justo como el buen Samaritano, cueste lo que cueste. 

19 Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él;

20 pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas.

21 Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios;

22 y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él.

Y en esta expresión de amor “conoceremos que somos de la VERDAD y nuestro corazón ratificará que esto es verdad… Ah, pero qué tal si nuestro corazón nos acusa, nos condena, como dice la Biblia textual, o que nos remuerda la conciencia, como dicen las versiones populares… Entonces debemos detenernos un momento, revisar nuestra vida y comprobar si estamos en lo correcto. Si comprobamos que no hay nada en contra de la voluntad de Dios, debemos tener la confianza de que Dios conoce lo que hay en el fondo de nuestro corazón y sabe si nuestras intenciones fueron las correctas. Puede ser que no logramos concretar una acción, que cuando quisimos actuar ya sea había pasado el momento, que no tuvimos lo necesario para brindar ayuda o… Hay muchas circunstancias en las que nos quedamos impotentes, paralizados por causas ajenas… Entonces, repito, confiemos en la omnisciencia de nuestro Padre Celestial. Y seguramente, cuando recibamos su consuelo, nuestro corazón quedará en paz teniendo la certeza de que podemos acercarnos a Él y pedirle paz, porque “si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él”

23 Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado.

Juan convoca en este versículo a obedecer dos mandamientos:

  • Creer en el nombre de su hijo Jesucristo.
  • Y amarnos unos a otros.

El primer mandamiento buscaba contrarrestar las enseñanzas de los falsos maestros (como actualmente enseñan muchas sectas, entre ellas, los Testigos de Jehová) a no creer en el NOMBRE de Jesucristo, es decir, en todo lo que este nombre representa. 

24 Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.

En la iglesia original la llegada del Espíritu Santo a la vida de los primeros conversos era un fenómeno visible, a diferencia del tiempo actual, y tenía efectos en la vida congregacional: hablaban en lenguas, interpretaban esas lenguas sin ser expertos en idiomas o traductores, e incluso, interpretaban  lenguas angélicas, como leemos en 1 de Corintios 12, pues había abundancia de dones como profetas, o quienes tenían el don del discernimiento, además que, como leemos a la llegada del evangelio a los samaritanos que al momento de recibir el Espíritu Santo, hablaban en lenguas, lo mismo sucedió con los gentiles en la casa de Cornelio. 

En suma, la iglesia primitiva estaba llena de vida desbordante, pero tenía problemas, pero esa exuberante vitalidad pero, creo, era mucho mejor que la apática placidez de la vida de la iglesia actual, como nos dice un comentarista.

A pesar de que la iglesia actual no tiene esa vida desbordante, puede manifestar su pertenencia a Dios a través de ese gran distintivo que hemos mencionado: el amor. Sin ese amor expresado de muchas formas no hay manera de dejar constancia de que somos Hijos de Dios. Y sólo podemos hacerlo de manera potente y natural si crecemos en el Señor y somos llenos de su Espíritu cada día, cultivando con esmero la santidad.

Este es pues nuestro reto, hermanos. Qué Dios les bendiga. Que tenga una semana llena de benciones.


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