Jeremías Ramírez Vasillas
El
evangelio de Juan tiene un enorme paralelismo con sus cartas e introduce temas
cruciales para la vida cristiana que penetran a fondo en las verdades y con
ello logran un gran propósito: “…para que creáis que Jesús es el Cristo, el
Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre (Juan 20:31). Y
en este capítulo tres hay hechos que nos empujan a ir más allá de un mero
asentimiento de la existencia de algo y nos reta a “nacer de nuevo”. Y la
enseñanza nos viene porque un hombre, un principal, Nicodemo, tenía una
inquietud sobre el Reino de Dios.
Jesús y Nicodemo
1 Había un hombre de los
fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos.
2 Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido
de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si
no está Dios con él.
¿Por qué vino de noche Nicodemo? ¿Por qué
le llama “Rabí? Técnicamente, Jesús no era un Rabí reconocido de las escuelas,
pero Nicodemo lo reconoce como tal, y lo llama «Mi Maestro», tal como lo habían
hecho Andrés y Juan (1:38).
El
escarnio en que los principales tenían a Jesús refrenó a muchos hasta el final
(Jn. 12:42-43: “Con todo eso, aun de los gobernantes,
muchos creyeron en él; pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no
ser expulsados de la sinagoga. Porque amaban más la gloria de los hombres que
la gloria de Dios”.), pero Nicodemo osa indagar por sí
mismo.
3 Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que
no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.
Nicodemo
tenía dudas que lo inquietaban. Y cuando llega ante el Señor, antes de que
pueda formular su pregunta, Jesús le responde: “el que no naciere de nuevo no
puede ver el Reino de Dios”. Nicodemo estaba probablemente
familiarizado con el concepto de renacimiento para los prosélitos del judaísmo
provenientes de los gentiles, pero no con la idea de que un judío tuviera que
renacer. El texto
original indica “nacer de arriba”, lo que se tradujo como “nacer de nuevo” pero
el sentido es ciertamente nacer de nuevo, por ello se desconcierta.
4 Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede
acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?
5 Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere
de agua (ex hudatos, saliendo
del agua) y del Espíritu (kai pneumatos), no puede entrar en
el reino de Dios.
6 Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del
Espíritu, [a] espíritu es.
7 No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo.
Naciere del agua: algunos comentaristas
hablan que el agua se refiere a la palabra y otros al nacimiento físico, es
decir, al líquido amniótico en el que el bebé ha crecido dentro del vientre
materno. La segunda opción tiene cierta correlación con el versículo 6 donde se
habla de carne y espíritu, pero la interpretación más aceptada viene de que el
agua, símbolo de limpieza o purificación, equivale a la palabra de Dios: Juan
15:3: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado”; Efesios 5:25-26:
“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se
entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua
por la palabra”. Y le dice entonces a Nicodemo: «No comiences a
maravillarte», como claramente lo había hecho Nicodemo. En Juan la palabra thaumazö
generalmente significa «maravilla ininteligible»
El, como judío, seguramente
esperaba otra respuesta. Pero el Señor corrige la confusión: el que es nacido de la carne, carne es.
No te confundas, lo físico es lo físico. Pero lo del espíritu se gobierna por
otras leyes, las de Dios, y para ver el Reino de Dios (aquí y en el futuro) hay
que nacer del espíritu.
8 El viento[b] sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes
de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.
Es
un misterio que cae dentro del poder del espíritu lo que conlleva el segundo
nacimiento.
9 Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Cómo puede hacerse esto?
10 Respondió Jesús y le dijo: ¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes
esto?
11 De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que
hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro testimonio.
12 Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os
dijere las celestiales?
13 Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del
Hombre, que está en el cielo.
14 Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario
que el Hijo del Hombre sea levantado,
Nicodemo pregunta ¿Cómo puede hacerse
esto? Un comentarista, MacDowell, dice que Nicodemo sigue pensando en términos
físicos, pero también podemos pensar que pregunta ¿cómo se puede nacer
espiritualmente? Y de ahí el reclamo del Señor: “¿Eres tú maestro de Israel y
no sabes esto?
Y
luego el Señor le revela lo que sucederá, estableciendo un vívido paralelismo
entre el acto de Moisés y la Cruz, sobre la que Él mismo (el Hijo del Hombre)
«tiene» (dei, una de las cosas celestiales) que «ser levantado». Y
Nicodemo lo verá tres años después un aciago día. Pero el resultado de ese
sacrificio tiene un objetivo sumamente importante:
15 para que todo aquel que en él cree, no se pierda,
mas tenga vida eterna.
Este
encuentro de Nicodemo con el Señor lo cambia profundamente (todos los
encuentros con Cristo tienen consecuencia) pues al final, como está escrito en
este evangelio Nicodemo ya no es un cobarde pues “… vino trayendo un compuesto de mirra y de áloes, como
cien libras, para ungir el cuerpo del Señor cuando es llevado a la tumba”. La primera vez llega a Jesús
de noche, encubierto, pero después aparece abiertamente y en circunstancias muy
difíciles, que seguramente le acarrearon muchos problemas.
Una primera enseñanza de este relato
de Nicodemo es que para seguir a Jesús es importante saber con precisión como
son las cosas. A él le preocupaba lo relacionado con el Reino de Dios. Y como
todos los judíos, esperaba su llegada. De modo que cuando ve a Jesús hacer esas
señales (Juan 2: 23), la pregunta es: ¿Jesús es el Mesías?
Ahora bien, sobre el Reino de Dios,
Cristo ¿que nos dice a los hombres del siglo XXI? ¿Nos preocupa ver, entrar al
reino de Dios? ¿Qué es el reino de Dios para el hombre moderno, para el
cristiano moderno? Tal vez no creemos que exista un reino de Dios, aunque
creamos que existe un Dios.
Cabe aclarar que el reino de Dios no
está necesariamente en una religión, en una congregación, o en un lugar
terrenal. El reino de Dios es un lugar donde las leyes de Dios gobiernan y
puede realizar en donde sea (ni en
Jerusalén ni en este monte, sino en espíritu y en verdad). El padre nuestro
dice: “¿Vénganos tu reino, hágase Señor tu voluntad?” El reino de Dios llegó con Cristo y es el
único que lo puede instaurar. Cuando creemos en Él, significa aceptar su reino,
aceptar su voluntad y cuando cumplimos su voluntad el reino se hace presente.
Por eso, creer en Jesús no es aceptar su existencia, sino su presencia en
nuestras vidas. Como dirían los Wai Wai (una tribu del norte de Brasil), es
cuando Dios nos llena el hueco de nuestro estómago para que nos hagamos amigo
de Jesús y caminemos con él.
Pero el hombre común no entiende qué
es el reino de Dios, y los argumentos por inteligentes que sean, le suenan a
algo absurdo. La única manera de mostrar qué es el Reino de Dios al hombre
común es mostrando vidas donde se manifiesta la voluntad de Dios. “Hágase Señor
tu voluntad”.
Los indígenas Wai Wai eran tan
reacios a aceptar al Señor como el hombre actual. Y cuando el brujo principal
se convirtió y entregó sus amuletos ellos creían que iba a caer muerto. Y él
les dijo. Si muero, no sigan a Jesús, pero si sigo viviendo síganlo, pues eso
quiere decir que él es más poderoso que los espíritus a los que he servido. El
factor fundamental que usó el brujo para mostrar el reino de Dios a los Wai Wai
fue su vida transformada, una vida de amor, de respeto a su esposa, de
liderazgo, de humildad, de fe, de una fe poderosa de modo tal que enfrentó los
espíritus, el peligro y la enfermedad sin miedo, incluso ante los vaticinios
funestos.
El hombre común actual espera esa
transformación en la forma del vivir de los cristianos para entender qué es el
reino de Dios.
Hermanos, tal vez no hemos entendido
eso. Necesitamos se totalmente transformados por Dios. Pero la única manera de
ser transformados es buscándolo en su palabra que Él cambie nuestra manera de
pensar y entender las cosas. Ese cambio, esa transformación se revela cuando
nacemos del Espíritu. Pero si como cristianos lo que domina nuestra mente es la
lógica del mundo, nuestro egoísmo, nuestras pasiones, no hay forma de mostrar
el reino de Dios. Si anhelamos como todo mundo un auto nuevo, un ascenso,
reconocimiento social, aplausos, premios, reconocimiento laboral, dinero,
diversión (sana inclusive), no hay forma de mostrar Su Reino.
Cuando Nicodemo pudo entender: Y como Moisés levantó la serpiente
en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que
todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Y él vio
como Jesús fue levantado en el madero, entonces estas palabras calaron en él
como un fierro candente. Y entendió que nacer del agua y del espíritu era
creer, como los Wai Wai, confiando en que Jesús es lo más importante en la vida
del ser humano.
De tal manera amó Dios
al mundo
Este
es uno de los pasajes relevantes sobre el amor de Dios al género humano, no
sólo a los creyentes. Empieza con una frase comparativa: “De tal manera”, es
decir, a tal medida, a tal grado, que dio a su hijo. Ese es el tamaño del amor
de Dios: dio a su hijo. Y dar uno a su hijo no es cualquier cosa, es arrancar
carne de mi carne para salvar o rescatar a otro. Pues de esa manera tan
extraordinaria Dios nos ama. El amor de Dios no se expresa sólo resolviendo
nuestros conflictos, librándonos de alguna desgracia, sino consiguiendo el
remedio excelso para librarnos de la mayor desgracia del ser humano: el mal que
como cáncer nos corroe y nos hace desgraciados hasta que tarde o temprano nos
hunde en la muerte.
16 Porque de tal manera amó Dios al
mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree,
no se pierda, mas tenga vida eterna.
17 Porque no
envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo
por él.
18 El que en
él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de
Dios.
19 Y esta es la condenación: que la luz vino
al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras
eran malas.
Muchas
veces me he debatido en el significado de creer. Según el diccionario es: “1) Considerar
o aceptar una cosa como cierta sin tener pruebas irrefutables. 2) Pensar o suponer que una persona o una cosa es
de una determinada manera”.
Y creo que esta es la idea
predominante: “Aceptar algo sin tener pruebas”, sin la certeza. El versículo 19
creo que acota el significado: “la decisión de seguir haciendo lo malo”. Si
alguien quiere hacer lo bueno, y viene a Dios para que quite de sí el pecado, y
que lo tome para sí, esto es lo que podemos entender como “creer”, en este
caso. En todo caso, aceptar que Cristo tiene el poder de darnos vida, de
cambiar nuestra inclinación por la maldad, pero debe haber el deseo de que eso
suceda.
Y a la luz de este versículo 19,
la condenación es una auto condenación: amaron más las tinieblas (decisión
personal), las obras malas. ¿Qué es una obra mala? La que daña a sí mismo y a
otros, además avergüenza. Los delitos se incrementan en la noche. Esconderse.
20 Porque todo
aquel que hace lo malo, aborrece la luz
y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas.
21 Mas el que practica la verdad viene a la luz, para
que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.
Pablo
le dice a Timoteo que sea un obrero que “no tenga de qué avergonzarse”, eso es
andar en luz. Si decimos que no tenemos pecado, no andamos en luz, dice Juan en
sus cartas. Es decir, no aceptamos que lo que estamos haciendo, está mal. Transformar
nuestro entendimiento es en varios sentidos desarrollar la capacidad de saber cuál
es la voluntad de Dios, pero también cuál no es. De modo que: “Si decimos que
no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en
nosotros” (1ª Juan 1:8).
El amigo del esposo
22 Después de
esto, vino Jesús con sus discípulos a la tierra de Judea, y estuvo allí con
ellos, y bautizaba.
23 Juan
bautizaba también en Enón, junto a Salim, porque había allí muchas aguas; y
venían, y eran bautizados.
Ni
Enón ni Salim, pueden ubicarse con exactitud. Sin embargo, Eusebio, obispo de
Cesarea que vivió durante los siglos III y IV, propone un lugar en el valle del
Jordán a unas ocho millas romanas (12 Km.) al S. de Bet-seán. En este lugar se
encuentra Tell Ridgha (Tel Shalem), que suele identificarse con Salim. Hay
varios manantiales en las proximidades que podrían encajar con la descripción
que dio Eusebio del lugar llamado Enón.
24 Porque Juan
no había sido aún encarcelado.
25 Entonces
hubo discusión entre los discípulos de Juan y los judíos acerca de la purificación.
26 Y vinieron
a Juan y le dijeron: Rabí, mira que el que estaba contigo al otro lado del
Jordán, de quien tú diste testimonio, bautiza, y todos vienen a él.
27 Respondió
Juan y dijo: No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo.
28 Vosotros
mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado
delante de él.
29 El que
tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le
oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está
cumplido.
30 Es
necesario que él crezca, pero que yo mengue.
Lo
que destaca en estos versículos es el norme sentido de ubicación de Juan y de humildad.
Sus discípulos de Juan le informan con cierto celo, con cierta envidia y
rivalidad. Pero Juan pone en orden las cosas, pero además se siente satisfecho
de que Jesús ya esté desarrollando su ministerio, pues sentencia: “este mi gozo
está cumplido”. Y sabe que terminado su papel de “preparador”, es necesario que
él salga de la escena. Esto me hizo recordar lo cohetes a la luna. Los enormes
tanques de combustible, a medida que agotan su función, se desprenden de la
nave. Han cumplido su papel y es momento de separarse.
El que viene de
arriba
31 El que de arriba viene, es sobre todos; el que
es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo,
es sobre todos.
32 Y lo que vio y oyó, esto testifica; y nadie
recibe su testimonio.
33 El que recibe su testimonio, éste atestigua que
Dios es veraz.
Aquí el apóstol Juan hace un comentario
importante refiriéndose a Jesús como el que viene de arriba, por lo tanto, lo
que hace y predica tiene otra lógica, otra fuente, otra raíz: esta es
celestial. Y está sobre todos, por una razón: lo que testifica es lo que vio y
yo en el cielo, es decir, es el mensaje directo no por intermediarismo. En
hebreos leemos: “En estos postreros tiempos nos ha hablado por el hijo”.
Ah,
pero agrega algo sumamente importante: es ignorado su mensaje por muchos (eso
sucedió y sigue sucediendo), pero quien recibe su testimonio en verdad, podrá
tener la facultad de descubrir que su palabra es verdad, como dirían los
apóstoles, que tiene “palabras de vida eterna”, y podrá corroborar y testificar
su veracidad.
34 Porque el que Dios envió, las palabras de Dios
habla; pues Dios no da el Espíritu por medida.
35 El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha
entregado en su mano.
36 El que
cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no
verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.
Frases
duras y difíciles de entender y aceptar, pero si consideramos lo que dice en el
V.19 ya no es tan difícil de entender. Pues el que rehúsa creer (ho apeithön). «El que es desobediente al
Hijo», es decir, el que amó más las tinieblas que la luz. Por ello, la ira está
sobre el que ha amado más las tinieblas que la luz. Y si ha amado más las
tinieblas es porque no ha creído en Dios por voluntad propia, por necedad, por
obcecamiento. De modo el que trae las cosas a la luz es porque cree que Jesús
tiene el poder de cambiar su vida y entonces tendrá VIDA ETERNA, es decir, una
vida perdurable, sólida, consistente, gozosa, porque la cercanía con Dios nos permite
atisbar su gloria, cuya experiencia es incomparable con cualquier otra de la
vida humana.