sábado, 26 de enero de 2019

PARABOLA DE LA RESERVACION HOTELERA

Jeremías Ramírez Vasillas

Es común que cuando salimos de viaje, si no queremos tener problemas de hospedaje, debemos hacer una reservación con anticipación.  Y se siente un alivio cuando uno llega a la recepción del hotel y nos preguntan: ¿Cuál es su nombre? Y allí, en el sistema computacional, aparece nuestro nombre. Y entonces nos dan la bienvenida.
En algunas ocasiones he visto la frustración y angustia de personas que no hicieron reservación que les informan que ya no hay lugar. Y aún más crece la angustia cuando ya es una hora avanzada.
Esa misma decepción debieron sentir José y María cuando no encontraron lugar en el mesón, y María estaba a punto de dar a luz. Tal vez ya habían recorrido varios lugares de hospedaje. Y tal vez el mesonero (que no era u hombre de noble corazón, pues no se compadeció de las condiciones de María) ante las súplicas de José y para que ya no estuviera molestándolo, les ofreció lo único que tenía disponible: el establo. Tal vez se sintieron miserables pero no tenían más opción y José acondicionó con paja una cama para que María diera a luz. Y así, sin médicos, sin enfermeras, sin asepsia, nació Jesús. Y José tuvo que habilitar como cuna, el pesebre, es decir, el comedero de los animales. Y para tratar de protegerlo de las inclemencias climáticas de la noche, y lo envolvió en algunas prendas o  mantos que llevaban. Si bien, el Señor estaba cobijado por el amor de María y José, había una protección superior: velando por su cuidado había además y eso es lo más extraordinario y maravilloso una legión de ángeles y la mirada amorosa de Dios, que el envío de su hijo a la tierra iniciaba la obra más portentosa en la historia de la humanidad: romper el yugo del pecado y de la muerte, y con ello cambiar el destino de la humanidad, pero además poner en orden el cosmos (Colosenses 1:20) conciliando las cosas celestes y terrenas.
Y como resultado de esa obra nos otorgó la facultad de estar con él. Pero a diferencia de Él, que cuando vino a la tierra tuvo que nacer desprotegido, no así nosotros pues ha prometido: “Voy pues a preparar lugar para vosotros”. En vez de una negativa de hospedaje, recibiremos un lugar especial, mucho mejor que cualquier hotel de 5 estrellas. No llegaremos al cielo para caer en un establo, sino en una magnífica mansión.
Ahora bien, en esas moradas celestes no todos tendrán preparado un lugar, es decir, no tendrán reservación, pues nos dice el evangelio que algunos no aparecerán en el sistema (el libro de la vida) y el Señor les dirá: “No os conozco, hacedores de maldad”.
Por ello, cuando los 70 regresaron estaban asombrados de que los demonios se les sujetaban, Jesús contestó: “alégrense de que sus nombres estén en el libro de la vida”. En efecto. De nada vale hacer grandes obras si nuestro nombre no está en el registro celeste. Qué terrible será llegar ante el Señor y que el nos diga que nuestro nombre no esté en su sistema de registro: “No os conozco hacedores de maldad”.
Ahora bien, como asegurar un lugar en esas moradas, cómo podemos hacer una reservación en mansiones celestiales. Si queremos tener un lugar reservado en el cielo, es absolutamente necesario que nuestro nombre aparezca en su lista de registro. Y estar en ese registro sólo hay una puerta, un camino, un registro: Cristo. Él dice: “Yo soy la puerta”.
El carcelero de Filipo, cuando se vio perdido, y luego percatarse que los presos no habían huido, le solicitó a Pablo que le dijera cómo ser salvo. Y Pablo le contesto: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo tú y tu casa”.
 Sí, esa es la llave de la puerta, la forma de registro de reservación de las moradas celeste: “Cree en el Señor Jesucristo…”.
En Juan 1:12 dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.
Dice un cantito de niños: “Cuando allá se pase lista… allí estaré”. Y eso es lo que todos debemos buscar: estar registrados en el libro de la vida, en el gran registro de la reservación celeste, pues allí sólo estarán aquellos que le recibieron, los que creen en su  nombre, y con ese simple acto estarán haciendo su reservación en las moradas celestiales.




viernes, 11 de enero de 2019

C.S LEWIS: UN GENIO DE LA NARRACIÓN


Jeremías Ramírez Vasillas

C.S Lewis es mayormente conocido por las tres películas sobre Las crónicas de Narnia las cuales se basaron en tres de los 7 libros de la serie narrativa que Lewis escribió a mediados de los años cincuenta. Pero Lewis no sólo narrador sino además fue poeta, ensayista, profesor de literatura y un gran divulgador del cristianismo.
            Recientemente encontré una biografía de Lewis escrito por Janet y Geoff Benge, y publicado dentro de la serie “Héroes cristianos de ayer y hoy”.
            Esta biografía permite acercarnos a un gran escritor que nació en Irlanda en 1898 y murió en Inglaterra el 22 de noviembre de 1963, justo el día en que asesinaron a John F. Kennedy. ¡Vaya coincidencia!
            Esta biografía, para mi tristeza, no es un gran relato (me hubiera gustado que tuviera mayor estatura literaria), que da brincos diegéticos y deja de lado muchos momentos importantes de su vida; y otros, apenas roza la superficie, es decir, le falta profundidad, aunque hay pasajes conmovedores que logra cierta penetración que rescata en parte el libro.
            La biografía está escrita casi en su totalidad en forma cronológica, aunque al inicio se permite un salto temporal pues inicia con una escena bélica en la que Lewis, como soldado, es herido en combate. Luego regresa a su infancia para contar cada etapa de su vida de manera cronológica, hasta su muerte.
            El primer libro que leí de C.S. Lewis fue La silla de plata. Es la cuarta novela de Las crónicas de Narnia. Luego fui encontrando algunos de sus libros de teología; dos de ellos me gustaron mucho: El problema del dolor y Los cuatro amores”.
            Estos dos libros me permitieron vislumbrar libros teológicos que se alejan del acartonado lenguaje religioso para adentrarse en un tono vital y humano y de gran altura intelectual, y que además tienen la virtud de lograr una mayor empatía con el lector.
            Alguna vez en una revista leí un relato de su conversión al cristianismo. Esperaba encontrar en esta biografía mayores detalles de un hecho tan importante en su vida, pues este hecho cambió profundamente el derrotero de su vida literaria y personal. Sin embargo, para decepción mía, lo aborda de una manera tan breve, restando su importancia al hecho, y no permite ver el proceso que tuvo que pasar, su crisis existencial, sus dudas intelectuales y la circunstancia vivencial precisa, para dar ese paso trascendental.
            Lo que es interesante en esta biografía es que deja en claro es que su vida no fue simple y llena de luces, sino todo lo contrario: fue dura, complicada, dolorosa. Quizá por ello inicia con ese relato bélico en el que es herido casi de muerte. Estoy seguro que las dificultades que enfrentó le otorgaron una mayor profundidad a su literatura.
Cuando aún es un niño, su madre muere y eso precipita su ingreso a los internados donde estudiaría las etapas básicas y sufrirá el maltrato de la durísima disciplina de los internados ingleses, disciplina harto cruel denunciada en novelas y películas, como en Pink Floyd the Wall (Alan Parker y Gerald Scarfe, 1982) al grado que busca escapar de esa tortura hasta que logra convencer a su padre de que le permita terminar su educación media con un profesor particular.
Y para colmo de males, cuando entra a la universidad se desata la Primera Guerra Mundial y es enviado al frente en el que sufrirá heridas terribles y la pérdida de prácticamente todos sus compañeros de combate.
            Destaca el libro que su formación intelectual, narrativa e imaginativa inicia en su casa, en la que había una gran biblioteca, pues sus padres eran grandes lectores, particularmente su madre. Por ello, desde su temprana niñez, empezó a escribir relatos fantásticos. Además, estuvo siempre ávido de aprender y pronto pudo dominar varios idiomas como el francés, el alemán, el griego y el latín, y convertirse en su vida adulto un respetado intelectual y medievalista especializado.
            En cuanto a su vida sentimental, fue un tanto solitario y distante en sus relaciones amorosas, aunque era proclive a entablar fuertes lazos familiares y de amistad. Con su hermano Warren mantuvo siempre una gran cercanía. Esta inclinación a entablar relaciones fuertes de amistad lo empuja a aceptar el compromiso de un amigo de la Universidad, Edward Francis Moore, de hacerse cargo de su madre si moría en combate, lo cual sucede, y cargará con la responsabilidad de la madre y la hermana, hasta la muerte de la señora Moore y el casamiento de la hermana, Maureen.
            Cuando rebasa los cincuenta años de edad finalmente conoce a una norteamericana, Joy Gresham, escritora, de quien finalmente se enamora y se casa cuando a ella le han detectado cáncer en los huesos. Para entonces C.S. Lewis está cerca de los 60 años.
            Permanece casado sólo un par de años, años que él califica de plenos y los mejores de su vida. Y quizá el dolor de la pérdida de su esposa, lo debilita pues cuando estaba por cumplir los 65 años de edad, muere.
            Como escritor y especialista en temas medievales, estuvo a la par de uno de sus mejores amigos, el ya famoso J.R.R Tolkien, autor de la saga El señor de los anillos. Pero mientras que Tolkien brilló mucho más en la literatura fantástica, C.S. Lewis lo hizo en el ensayo teológico, cuyos libros han sido de una enorme influencia en el pensamiento cristiano contemporáneo. Los títulos más conocidos son: El problema del dolor, Los cuatro amores, Mero cristianismo, Cartas del diablo a su sobrino, El peso de la gloria, Atrapado por la alegría.
            Es una lástima que esta biografía no haya reseñado como fue que Lewis concibió cada uno de estos libros, salvo algunos de ellos, pero de manera muy superficial.
            Empezó a escribir la serie de novelas juveniles por las cuales es mayormente conocido: Las crónicas de Narnia, cuando estaba llegando a los 50 años de edad. La serie está compuesta por siete novelas y fueron publicadas a razón de una por año: El león, la bruja y el armario (1950), El príncipe Caspian (1951), La travesía del Viajero del Alba (1952), La silla de plata (1953), El caballo y el muchacho (1954), El sobrino del mago (1955), La última batalla (1956).
            En colaboración con su esposa escribió: Mientras no tengamos rostro (1956). Y uno de sus últimos libros, o quizá el último fue Reflexiones sobre los Salmos (1958), un bello libro donde plasma sus más íntimos pensamientos religiosos a partir de los salmos más emotivos, particularmente los escritos por el Rey David.
            Queda pues esta biografía para acercarnos a uno de los grandes autores que supo vivir de manera sencilla y generosa, lo cual se nota en sus textos, los cuales recomiendo ampliamente.



domingo, 6 de enero de 2019

ESTUDIO SOBRE EL CAPITULO 14 DEL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN


En este capítulo se dirimen algunas interrogantes importantes que siguen conflictuando a la gente: ¿Cómo es Dios? ¿Dónde estaremos después de la muerte? ¿Cuáles son los indicadores que me aseguran que Jesús es Dios? ¿Cómo podemos tener acceso a Dios y a la vida eterna?
            Es importante leer de manera detenida e incluso con algún diccionario bíblico o con una traducción griego-español para profundizar en ciertas palabras de difícil traducción, como la palabra parákletos, que se traduce en la Reina Valera como “Consolador”.

Jesús, el camino al Padre
1  No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.
2 En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.
3 Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.

Cuando salimos de viaje, es importante hacer la reservación en donde nos vamos a quedar, de modo que no tengamos sorpresas desagradables. Al llegar a la recepción basta dar nuestro nombre o mostrar la hoja de reserva para tener acceso. Las recepcionistas nos buscan en su sistema y es agradable oír nuestro nombre.
En el v. 2 dice Jesús que va “a preparar lugar para vosotros“, pero ¿cómo se consigue una reservación en esas moradas celestes? La respuesta es única. Pablo le dijo al carcelero de Filipo: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo tú y tu casa”. Aceptar al Señor nos asegura una morada en el cielo pues él en este pasaje hace una de las promesas más maravillosas: “…para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. Procuremos que cuando lleguemos la puerta se nos cierre y nos diga: “No os conozco”. Si hemos creído y aceptado a Jesús, una de esas moradas ya tiene nuestro nombre.
El apóstol Pablo escribe en su carta a los corintios: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos”. (2 Corintios 5:1)

Jesús es el camino a esas moradas
4 Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino.
5 Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?
6 Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.

En la vida hay muchos caminos. Cada uno nos lleva a un destino específico. ¿Cuál es el camino a esas moradas celestes? En el antiguo testamento nos enseña que la palabra es lámpara a nuestros pies para que no se salgan del camino (Salmo 119-105). Pero en el Nuevo Testamento Jesús dice: Yo soy el camino. La diferencia es interesante. Mientras que en el antiguo testamento la palabra iluminaba el camino y esa luz nos permitía elegir cuál era el apropiado, en el Nuevo Testamento Jesús no es quien ilumina el camino sino Él mismo es el camino. Ya no necesitamos analizar los posibles caminos, sino basta con seguirlo a Él.
Por ello es importante tener la mirada fija en él, como dice Hebreos: “…puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe(Hebreos 12: 1), para no desviarnos. Es como al manejar en carretera es muy importante tener la mirada en el camino. Si nos distraemos y quitamos la mirada del camino, se corre el riesgo de salirnos de él y sufrir un accidente. Si quitamos los ojos de Jesús, es seguro que nos vamos a salir del camino.
Pero además Jesús es La Verdad, es decir, es quien revela dos cosas importantes: quiénes somos nosotros y quién es Dios. Es más, también nos indica el modelo al que debemos aspirar, el modelo al cuál Dios busca que lleguemos. En Primera de Juan 3:2 leemos: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”.
Y Él es la vida. "De cierto, de cierto les digo: El que oye Mi palabra, y cree en El que Me ha enviado, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida." Juan 5:24.
Los seremos humanos desde que nacemos vamos muriendo, muriendo. Y terminaremos de morir cuando la vida física termine, pero cuando creemos en Él, nos inyecta de vida y aunque el cuerpo siga muriendo, ya estamos inyectados de vida de tal manera que, aunque el cuerpo muera, nosotros no. Es más, el cuerpo se beneficia de esta vida. Se revitaliza. Mi padre, que era alcohólico, iba a morir a los 33 años, edad en la que conoció al Señor, creyó en él y físicamente murió cuando cumplió 93 años, es decir, 60 años después.
El ser humano corriente es un cadáver, que trata a través de la diversión y los estimulantes conseguir un poco de vida. Lo que consigue es una estimulación sumamente pasajera y a veces dañina. La vida, la vida plena, la vida abundante sólo se consigue en Cristo. El apóstol Pablo le escribe a los efesios: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu…” (Efesios 5:18-19). Aún los cristianos, que no lograban sentir fluir por sus venas el ímpetu de la vida, trataban paliar esta ausencia con vino. Entonces el apóstol les exhorta a conseguir este ímpetu vital siendo llenos del Espíritu de Dios: “Sed llenos del Espíritu, en el cual no hay disolución”. Y podríamos agregar: ni cruda moral o física.

Jesús nos revela al Padre
7 Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto.
8 Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta.
9 Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?
10 ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras.
11 Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras.
12 De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre.
13 Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
14 Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré.

Un de las grandes interrogantes del ser humano es saber cómo es Dios. Y todas las experiencias antiguas revelan que acercarse a Dios no era nada fácil, sino que llenaba de terror. Los israelitas, cuando estaban al pie del monte Sinaí, temblaban al sentir la presencia de Dios, y sabían que era terrible entrar inadecuadamente al lugar santísimo. El sumo sacerdote, el único autorizado a entrar cada año, tenía que cumplir ciertos rituales y entraba atado a una cuerda. Si moría dentro, sus hermanos sacerdotes podían arrastrarlo fuera. Si ellos entraban, podían morir también.
            Cuando llega Jesús a la tierra el mostró como es Dios, al verlo a él era mirar Dios. Por eso le dijo a Felipe: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre…”
            Ellos tuvieron la fortuna de verlo, pero él no nos dejó una descripción o una escultura o un dibujo de su rostro. ¿Cómo podemos saber cómo es él? Ya no tuvimos esa oportunidad que dice: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (…) lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos…” (Juan 1:1,3)
            Creo que en nada nos ayudaría si en ese tiempo hubieran existido cámaras fotográficas. Esas imágenes seguramente nos revelarían una persona sumamente ordinaria, pues muchos que lo vieron físicamente no lograron ver a Dios, ni aún sus milagros fueron suficiente. Pero su palabra, a medida que vamos leyendo se nos va revelando y en un momento dado tenemos que reconocer que no fue una persona destacada, sobresaliente, sabia, sino Dios mismo. Bienaventurados los que no vieron y creyeron, le dijo a Tomás.
            El versículo 12 siempre me ha dejado perplejo: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aún mayores hará…”
            Hace un par de noches, en una lectura devocional infantil de mi nieta nos leyó una historia que me dejó pensando. Un niño busca en el directorio el domicilio de Dios. Su hermano mayor se burla, pero su padre le dice que sí es posible encontrar en el directorio la dirección de Dios. Toma el directorio, pasa las hojas y de pronto se detiene y exclama: “Aquí está”. El hijo mayor, incrédulo corre a ver qué señala el papá y ve que es la dirección donde viven ellos. “Pero si es nuestra dirección, exclama”. Y contesta el padre: Sí, es nuestra dirección. Porque nosotros creemos en Dios, Dios vive aquí”.
            Ahora podríamos decir lo mismo. Somos nosotros, sus hijos, los que estamos encargados de mostrar el rostro de Dios a la humanidad. Si la gente no ve a Dios en nosotros puede ser por dos causas: o porque no lo reflejamos o porque la gente tiene oscurecida la mirada como los judíos en el tiempo de Jesús, incluso como Felipe.
           
La promesa del Espíritu Santo
15 Si me amáis, guardad mis mandamientos.
16 Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre:
17 el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.
18 No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.
19 Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis.
20 En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros.

Ahora bien, ¿cómo los cristianos conocemos a Dios? El Señor les dice: “…vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros…” (v. 19). El apóstol Pablo les escribió a los romanos “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”. (Romanos 8:16).

21 El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él.
22 Le dijo Judas (no el Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo?
23 Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él.
24 El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió.

¿Dios se revela en este tiempo? La respuesta es afirmativa, pero hay un requisito: amar a Dios de la única manera que podemos manifestar nuestro amor a él: obedeciendo sus mandamientos. No hay otra forma. Delante de sus discípulos Jesús hizo muchos milagros y delante de mucha gente también, pero no delante de Pilato o de Herodes. Entonces guardó silencio. Ante el mundo que no cree en él, Dios guarda silencio.
            Judas pregunta ¿por qué a nosotros y no al mundo? Porque el mundo no le ama. Y él sólo se revela a quien le ama, y no sólo se revela, sino que “hace morada con él”. Esto me recuerda ese hermoso versículo de Apocalipsis 3:20: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”.

El parákletos
25 Os he dicho estas cosas estando con vosotros.
26 Mas el Consolador (parákletos), el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.
27 La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.
28 Habéis oído que yo os he dicho: Voy, y vengo a vosotros. Si me amarais, os habríais regocijado, porque he dicho que voy al Padre; porque el Padre mayor es que yo.
29 Y ahora os lo he dicho antes que suceda, para que cuando suceda, creáis.
30 No hablaré ya mucho con vosotros; porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí.
31 Mas para que el mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago. Levantaos, vamos de aquí.

Dos bendiciones en este breve pasaje. No estaremos sólo y no lo estamos, aunque no lo percibimos a veces con claridad, con nosotros hay alguien que permanece muy cercano: el parákletos, que se ha traducido como “consolador” pero el concepto en griego es mucho más.
Parakletos literalmente significa: "aquel que es invocado" (de para-kaléin, "llamar en ayuda"); y, por tanto, "el defensor", "el abogado", además de "el mediador", que realiza la función de intercesor. El nuevo testamento interlineal lo traduce como “defensor”.
El apóstol Juan en su primera carta (2:1) nos dice que si pecamos tenemos un parákletos: a Jesucristo el justo. Aquí se traduce como “abogado”.

            Y nos deja su paz, esa paz que muchas veces no sentimos porque somos como Pedro cuando camina sobre el agua. Le dan miedo las olas y deja de ver a Jesús, y entonces se hunde. Pero si aprendemos a confiar en Él, descubriremos que no hay razón para tener miedo a nada.

ESTUDIO SOBRE APOCALIPSIS 20: Los mil años

Jeremías Ramírez El tema principal de este capítulo 20 es ese periodo de tiempo denominado “Milenio” y que ha sido causa de enorme discusión...