En este capítulo se dirimen
algunas interrogantes importantes que siguen conflictuando a la gente: ¿Cómo es
Dios? ¿Dónde estaremos después de la muerte? ¿Cuáles son los indicadores que me
aseguran que Jesús es Dios? ¿Cómo podemos tener acceso a Dios y a la vida
eterna?
Es
importante leer de manera detenida e incluso con algún diccionario bíblico o
con una traducción griego-español para profundizar en ciertas palabras de
difícil traducción, como la palabra parákletos,
que se traduce en la Reina Valera como “Consolador”.
Jesús, el camino al Padre
1 No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios,
creed también en mí.
2 En la casa de mi Padre
muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a
preparar lugar para vosotros.
3 Y si me fuere y os
preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo
estoy, vosotros también estéis.
Cuando salimos de viaje, es
importante hacer la reservación en donde nos vamos a quedar, de modo que no
tengamos sorpresas desagradables. Al llegar a la recepción basta dar nuestro
nombre o mostrar la hoja de reserva para tener acceso. Las recepcionistas nos
buscan en su sistema y es agradable oír nuestro nombre.
En el v. 2
dice Jesús que va “a preparar lugar para vosotros“, pero ¿cómo se consigue una
reservación en esas moradas celestes? La respuesta es única. Pablo le dijo al
carcelero de Filipo: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo tú y tu casa”.
Aceptar al Señor nos asegura una morada en el cielo pues él en este pasaje hace
una de las promesas más maravillosas: “…para que donde yo estoy, vosotros
también estéis”. Procuremos que cuando lleguemos la puerta se nos cierre y nos
diga: “No os conozco”. Si hemos creído y aceptado a Jesús, una de esas moradas
ya tiene nuestro nombre.
El apóstol
Pablo escribe en su carta a los corintios: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este
tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de
manos, eterna, en los cielos”. (2 Corintios 5:1)
Jesús es el camino a esas moradas
4 Y sabéis a dónde voy, y
sabéis el camino.
5 Le dijo Tomás: Señor, no
sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?
6 Jesús le dijo: Yo soy el
camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.
En la vida hay muchos caminos.
Cada uno nos lleva a un destino específico. ¿Cuál es el camino a esas moradas
celestes? En el antiguo testamento nos enseña que la palabra es lámpara a
nuestros pies para que no se salgan del camino (Salmo 119-105). Pero en el Nuevo Testamento Jesús dice: Yo soy el
camino. La diferencia es interesante. Mientras que en el antiguo testamento la
palabra iluminaba el camino y esa luz nos permitía elegir cuál era el
apropiado, en el Nuevo Testamento Jesús no es quien ilumina el camino sino Él mismo es el camino. Ya no
necesitamos analizar los posibles caminos, sino basta con seguirlo a Él.
Por ello es
importante tener la mirada fija en él, como dice Hebreos: “…puestos los ojos en Jesús, el
autor y consumador de la fe” (Hebreos 12: 1), para
no desviarnos. Es como al manejar en carretera es muy importante tener la
mirada en el camino. Si nos distraemos y quitamos la mirada del camino, se
corre el riesgo de salirnos de él y sufrir un accidente. Si quitamos los ojos
de Jesús, es seguro que nos vamos a salir del camino.
Pero además
Jesús es La Verdad, es decir, es
quien revela dos cosas importantes: quiénes somos nosotros y quién es Dios. Es
más, también nos indica el modelo al que debemos aspirar, el modelo al cuál
Dios busca que lleguemos. En Primera de Juan 3:2 leemos: “Amados, ahora somos
hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que
cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él
es”.
Y Él es la vida. "De cierto, de cierto les digo: El
que oye Mi palabra, y cree en El que Me ha enviado, tiene vida eterna; y no
vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida." Juan 5:24.
Los seremos
humanos desde que nacemos vamos muriendo, muriendo. Y terminaremos de morir
cuando la vida física termine, pero cuando creemos en Él, nos inyecta de vida y
aunque el cuerpo siga muriendo, ya estamos inyectados de vida de tal manera que,
aunque el cuerpo muera, nosotros no. Es más, el cuerpo se beneficia de esta
vida. Se revitaliza. Mi padre, que era alcohólico, iba a morir a los 33 años,
edad en la que conoció al Señor, creyó en él y físicamente murió cuando cumplió
93 años, es decir, 60 años después.
El ser humano
corriente es un cadáver, que trata a través de la diversión y los estimulantes
conseguir un poco de vida. Lo que consigue es una estimulación sumamente
pasajera y a veces dañina. La vida, la vida plena, la vida abundante sólo se
consigue en Cristo. El apóstol Pablo le escribe a los efesios: “No os embriaguéis con vino, en lo
cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu…” (Efesios 5:18-19). Aún los cristianos, que no lograban sentir fluir por
sus venas el ímpetu de la vida, trataban paliar esta ausencia con vino.
Entonces el apóstol les exhorta a conseguir este ímpetu vital siendo llenos del
Espíritu de Dios: “Sed llenos del Espíritu, en el cual no hay disolución”. Y
podríamos agregar: ni cruda moral o física.
Jesús nos revela al Padre
7 Si me conocieseis, también
a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto.
8 Felipe le dijo: Señor,
muéstranos el Padre, y nos basta.
9 Jesús le dijo: ¿Tanto
tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha
visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?
10 ¿No crees que yo soy en
el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi
propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras.
11 Creedme que yo soy en el
Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras.
12 De cierto, de cierto os
digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun
mayores hará, porque yo voy al Padre.
13 Y todo lo que pidiereis
al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
14 Si algo pidiereis en mi
nombre, yo lo haré.
Un de las grandes interrogantes
del ser humano es saber cómo es Dios. Y todas las experiencias antiguas revelan
que acercarse a Dios no era nada fácil, sino que llenaba de terror. Los
israelitas, cuando estaban al pie del monte Sinaí, temblaban al sentir la
presencia de Dios, y sabían que era terrible entrar inadecuadamente al lugar
santísimo. El sumo sacerdote, el único autorizado a entrar cada año, tenía que
cumplir ciertos rituales y entraba atado a una cuerda. Si moría dentro, sus
hermanos sacerdotes podían arrastrarlo fuera. Si ellos entraban, podían morir
también.
Cuando
llega Jesús a la tierra el mostró como es Dios, al verlo a él era mirar Dios.
Por eso le dijo a Felipe: “El
que me ha visto a mí, ha visto al Padre…”
Ellos
tuvieron la fortuna de verlo, pero él no nos dejó una descripción o una escultura
o un dibujo de su rostro. ¿Cómo podemos saber cómo es él? Ya no tuvimos esa
oportunidad que dice: “Lo
que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros
ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de
vida (…) lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos…” (Juan 1:1,3)
Creo
que en nada nos ayudaría si en ese tiempo hubieran existido cámaras
fotográficas. Esas imágenes seguramente nos revelarían una persona sumamente
ordinaria, pues muchos que lo vieron físicamente no lograron ver a Dios, ni aún
sus milagros fueron suficiente. Pero su palabra, a medida que vamos leyendo se
nos va revelando y en un momento dado tenemos que reconocer que no fue una
persona destacada, sobresaliente, sabia, sino Dios mismo. Bienaventurados los
que no vieron y creyeron, le dijo a Tomás.
El
versículo 12 siempre me ha dejado perplejo: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará
también; y aún mayores hará…”
Hace
un par de noches, en una lectura devocional infantil de mi nieta nos leyó una
historia que me dejó pensando. Un niño busca en el directorio el domicilio de
Dios. Su hermano mayor se burla, pero su padre le dice que sí es posible
encontrar en el directorio la dirección de Dios. Toma el directorio, pasa las
hojas y de pronto se detiene y exclama: “Aquí está”. El hijo mayor, incrédulo
corre a ver qué señala el papá y ve que es la dirección donde viven ellos.
“Pero si es nuestra dirección, exclama”. Y contesta el padre: Sí, es nuestra
dirección. Porque nosotros creemos en Dios, Dios vive aquí”.
Ahora
podríamos decir lo mismo. Somos nosotros, sus hijos, los que estamos encargados
de mostrar el rostro de Dios a la humanidad. Si la gente no ve a Dios en
nosotros puede ser por dos causas: o porque no lo reflejamos o porque la gente
tiene oscurecida la mirada como los judíos en el tiempo de Jesús, incluso como
Felipe.
La promesa del Espíritu Santo
15 Si me amáis, guardad mis
mandamientos.
16 Y yo rogaré al Padre, y
os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre:
17 el Espíritu de verdad, al
cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le
conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.
18 No os dejaré huérfanos;
vendré a vosotros.
19 Todavía un poco, y el
mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también
viviréis.
20 En aquel día vosotros
conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros.
Ahora bien, ¿cómo los cristianos
conocemos a Dios? El Señor les dice: “…vosotros le conocéis, porque mora con
vosotros, y estará en vosotros…” (v. 19). El apóstol Pablo les escribió a los romanos
“El Espíritu mismo da
testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”. (Romanos 8:16).
21 El que tiene mis mandamientos,
y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y
yo le amaré, y me manifestaré a él.
22 Le dijo Judas (no el
Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo?
23 Respondió Jesús y le
dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a
él, y haremos morada con él.
24 El que no me ama, no
guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que
me envió.
¿Dios se revela en este tiempo?
La respuesta es afirmativa, pero hay un requisito: amar a Dios de la única
manera que podemos manifestar nuestro amor a él: obedeciendo sus mandamientos.
No hay otra forma. Delante de sus discípulos Jesús hizo muchos milagros y
delante de mucha gente también, pero no delante de Pilato o de Herodes.
Entonces guardó silencio. Ante el mundo que no cree en él, Dios guarda
silencio.
Judas
pregunta ¿por qué a nosotros y no al mundo? Porque el mundo no le ama. Y él
sólo se revela a quien le ama, y no sólo se revela, sino que “hace morada con
él”. Esto me recuerda ese hermoso versículo de Apocalipsis 3:20: “He aquí, yo estoy a la puerta y
llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y
él conmigo”.
El parákletos
25 Os he dicho estas cosas
estando con vosotros.
26 Mas el Consolador
(parákletos), el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os
enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.
27 La paz os dejo, mi paz os
doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga
miedo.
28 Habéis oído que yo os he
dicho: Voy, y vengo a vosotros. Si me amarais, os habríais regocijado, porque
he dicho que voy al Padre; porque el Padre mayor es que yo.
29 Y ahora os lo he dicho
antes que suceda, para que cuando suceda, creáis.
30 No hablaré ya mucho con
vosotros; porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí.
31 Mas para que el mundo
conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago. Levantaos, vamos
de aquí.
Dos bendiciones en este breve
pasaje. No estaremos sólo y no lo estamos, aunque no lo percibimos a veces con
claridad, con nosotros hay alguien que permanece muy cercano: el parákletos, que
se ha traducido como “consolador” pero el concepto en griego es mucho más.
Parakletos
literalmente significa: "aquel que es invocado" (de para-kaléin,
"llamar en ayuda"); y, por tanto, "el defensor", "el
abogado", además de "el mediador", que realiza la función de
intercesor. El nuevo testamento interlineal lo traduce como “defensor”.
El apóstol
Juan en su primera carta (2:1) nos dice que si pecamos tenemos un parákletos: a
Jesucristo el justo. Aquí se traduce como “abogado”.
Y
nos deja su paz, esa paz que muchas veces no sentimos porque somos como Pedro cuando
camina sobre el agua. Le dan miedo las olas y deja de ver a Jesús, y entonces
se hunde. Pero si aprendemos a confiar en Él, descubriremos que no hay razón
para tener miedo a nada.