sábado, 28 de noviembre de 2020

CONTRABANDISTA DE DIOS

Jeremías Ramírez Vasillas

El título de este libro cristiano parece un contrasentido, porque el contrabando es un delito que consiste en la entrada, la salida y la venta clandestina de mercancías prohibidas o sometidas a derechos y que se defrauda a las autoridades locales. 

Sin embargo, eso fue precisamente lo que durante muchos años estuvo haciendo el holandés Andrew van der Bijl, mejor conocido como “El hermano Andrés”. Como en su fecha de publicación (1967) de este libro Andrew van der Bijl corría peligro por su actividad en los países comunistas, firmó sólo con su nombre de pila. 

¿Cómo puede haber un contrabandista de Dios? El hermano Andrés, durante muchos años, contrabandeó Biblias y libros cristianos hacia los países comunistas, en donde la Biblia y la práctica religiosa estaban prohibidas. Pero no las vendía, sino las donaba a iglesias cristianas clandestinas con las que iba entrando en contacto.

Andrew van der Bijl nació el 11 de mayo de 1928 en Sint Pancras, Holanda, en una familia pobre. Cuando aún era niño lo alcanzó la Segunda Guerra Mundial, pero las tropas nazis sólo se asentaron en su pueblo, pero sin que él y su familia sufrieran persecución y sin que tuvieron contacto con algún judío que los pusiera en riesgo. 

Al término de guerra se enroló en el ejército holandés para librarse de ejercer algún oficio propio de su condición social: carpintero, carnicero, obrero fabril, etc. 

Durante su entrenamiento militar tuvo contacto con algunas iglesias cristianas, pero no le influyeron en nada, aunque se hizo amigo de una muchacha cristiana quien estuvo ayudándolo mucho tiempo. 

Cuando lo mandaron a la guerra intercambiaba cartas con esta muchacha, y mientras ella le escribía de Cristo, Andrew trataba de conquistarla. Un día, en una de las batallas, en Corea, fue herido en un pie y lo regresaron a su pueblo.

Sin muchas expectativas laborales, y además con una lesión que lo dejó con cierta cojera, tuvo un encuentro con Cristo y se convirtió. Su pasión por la Biblia y la vida cristiana despertaron en él el deseo de ser misionero, pero sin una formación académica no lo aceptaban en ningún seminario.

Orando y buscando opciones descubrió una escuela para misioneros en Inglaterra. Mandó su solicitud y fue aceptado. Poco a antes de partir le informaron que se había pospuesto su autorización por falta de cupo. A pesar de ello, siguiendo las indicaciones de Dios, partió hacia ese país y, a pesar de que no fue admitido ese año, le ofrecieron trabajo en las oficinas del seminario y su buena disposición a desempeñar cualquier labor se ganó la simpatía de muchos. Cuando le avisaron que había un lugar disponible, una persona que se había convertido en su amigo, le pagó su inscripción y entró.

En este seminario no sólo formaban a los estudiantes en teología, sino que los entrenaban para confiar en Dios a través de duras pruebas, como ir a lugares distantes a predicar, pero sin dinero; y confiar en Dios para Él supliera todas sus necesidades, incluyendo la inscripción anual. La condición para permanecer en la escuela es que no pidieran donativos ni ayuda económica: tenía que aprender a confiar que Dios les supliría todas sus necesidades, fueran grandes o pequeñas. Varias veces estuvo tentado a pedir ayuda, pero logró superar estas pruebas que en su vida misionera le fueron de suma utilidad en lugares donde no tenía otra alternativa que confiar absolutamente en su Señor.

Al terminar su formación académica regresó a Holanda y sin saber en dónde ejercer su ministerio, se puso a trabajar en una fábrica en donde tuvo su primer reto: trabajar con un equipo sólo de mujeres sumamente insolentes y groseras que lo ponían a prueba todos los días con insinuaciones soeces y provocaciones. Fue en ese lugar donde inició su labor evangelística, sin bien al principio quiso huir del lugar, pero gracias al apoyo emotivo de la cajera, que era cristiana (quien después se convirtió en su esposa), enfrentó el reto y logró llevar a Cristo a la líder, a la más aguerrida, la más atrevida, la más grosera, y todo el departamento cambió.

En algunos viajes turísticos a algunos países comunistas se fue dando cuenta de persecución de los cristianos y la falta de Biblias. Dios puso en su corazón el deseo de hacer algo por estos hermanos. Poco a poco Dios lo fue instruyendo, y le proporcionó un automóvil Volskswagen Sedán que le obsequiaron, con el cual, lleno de Biblias, empezó a cruzar las fronteras de Checolovaquía, Polonia, Rumanía y finalmente, la Unión soviética, con una oración específica en cada cruce fronterizo: “Así como le abriste los ojos a algunas personas, cierra los ojos de los guardias”. Dios cumplió siempre su petición y de esa manera cruzó y entró muchas veces sin que nadie advirtiera su preciosa carga.

En esos viajes fue conociendo a varios cristianos quienes los orientaron y lo pusieron en contacto con las iglesias clandestinas. Y pudo ver la enorme necesidad de la palabra divina, pero, al mismo tiempo, la intensidad de la flama de la fe de estos cristianos cuya luz se había purificado en el sufrimiento.

Una vez que cubrió todos los países comunistas europeos enfocó sus baterías a dos países con regímenes comunistas, pero alejados de su natal Holanda: Cuba y China. 

De Cuba afirma que había libertad para la proclamación del evangelio, pero en China parece que el cristianismo había sido erradicado. Ahí, en el gigante asiático, no tuvo problemas para introducir Biblias pues los funcionarios, que si veían lo que lleva, no le daban importancia, pero su mayor tristeza que sufrió fue descubrir a una sociedad ajena al evangelio y que no mostraba interés alguno por saber la Biblia.  Cuando intencionalmente dejaba biblias o folletos, se los regresaban no importaba en dónde estuviera. A veces llegaban a las puertas de su cuarto de hotel con el material.

Esta falta de interés era sólo aparente pues según el testimonio del hermano Yun, un cristiano chino de esa época cuando el hermano Andrés visitó China, líder de las Casas-iglesia, nos cuenta en su libro, El hombre celestialque sí había escasez de biblias e interés por ellas, además que los cristianos chinos eran perseguidos ferozmente, y la gente tenía miedo de que le encontraran en posesión de una Biblia o de literatura cristiana. Y en esas circunstancias el evangelio y los cristianos no sólo sobrevivieron, y sobreviven, sino cómo, a pesar de la persecución, el evangelio creció y crece y se inflama conquistando muchas personas. Esta persecución se mantiene vigente hasta el día de hoy, aunque hacia el exterior pareciera que no hay tal.

Regresando a El Contrabandista de Dios, cabe señalar que las aventuras, que narra son dignas de una película de suspenso, en las que se ve la mano de Dios guiando a su pueblo en medio de la adversidad. Sorprende que una misión que él empieza en solitario culmina con un grupo (al que se suma su esposa, valiente y comprometida mujer), y con quienes fundan la base de una organización denominada “Open doors” (Puertas Abiertas), que hasta la actualidad se dedican a llevar Biblias en los países donde es prohibido el cristianismo y los cristianos son perseguidos, como en China y en los países musulmanes.

Si algo llama la atención de esta historia real es cómo estos héroes tienen una fe enorme y una dependencia absoluta del Dios para llevar a cabo su tarea, una tarea que se realiza al filo de la navaja.  

Es un libro inspirador para despertar en nosotros la pasión por el evangelio y su proclamación. 

El El Contrabandista de Dios tiene una magnífica narrativa que captura y logra tal vivacidad emocional que se siente el peligro en cada aventura del hermano Andrés. 

Es probable que la magnifica narrativa se deba a que en su redacción el hermano Andrés contó con la ayuda de dos escritores profesionales: Juan y Elizabeth Sherril, quienes además fueron coautores de varios libros sumamente difundidos en los años setenta y ochenta: El escondite secreto de Corrie ten Boom y La cruz y el puñal de David Wilkerson.


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